Dossier

“De una pedagogía de la palabra a una pedagogía del silencio” Movimiento Rural y Ligas Agrarias. Sujeto político rural y represión del terrorismo de Estado en el nordeste argentino (1960-1983)

“De uma pedagogía da palavra a uma pedagogía do silêncio” Movimento Rural e Ligas Agrárias. Sujeito político rural e repressão do terrorismo de estado no nordeste da Argentina (1960-1983)

"From a pedagogy of the word to a pedagogy of silence" Rural Movement and Agrarian Leagues. Rural political subject and the repression of State terrorism in northeastern Argentina (1960-1983)

Julieta Peppino
(UNQ), Argentina

Estudios Rurales. Publicación del Centro de Estudios de la Argentina Rural

Universidad Nacional de Quilmes, Argentina

ISSN: 2250-4001

Periodicidad: Semestral

vol. 14, núm. 29, 2024

estudiosrurales@unq.edu.ar

Recepción: 20 Septiembre 2023

Aprobación: 02 Marzo 2024



DOI: https://doi.org/10.48160/22504001er29.522

Resumen: Durante la década de 1960 y la primera mitad de 1970, productores/as y trabajadores/as rurales protagonizaron un proceso de formación y organización política en diferentes provincias del nordeste argentino. Este proceso fue impulsado por jóvenes pertenecientes al Movimiento Rural de Acción Católica con el apoyo de los obispos de la región y confluyó con otras experiencias históricas de organización del sujeto rural. A lo largo del nordeste se desplegó un proyecto político cultural para la formación de “dirigentes” que sentó las bases para la conformación de las Ligas Agrarias en 1970. Desde comienzos de la década de 1970 ruralistas y liguistas fueron sistemáticamente reprimidos/as, constituyéndose -finalmente- en víctimas del terrorismo de Estado perpetrado durante la última dictadura cívico militar argentina (1976-1983).

Partimos de considerar que el proyecto impulsado desde el Movimiento Rural de Acción Católica se fundó en la promoción de una “pedagogía de la palabra” que fue suplantada -mediante el terrorismo de Estado- por una “pedagogía del silencio”. Desde una perspectiva antropológica que toma como punto de partida la construcción de memorias sociales, nos proponemos reflexionar sobre el proceso de concientización y organización política del sujeto político rural y su reconfiguración como víctima del terrorismo de Estado hacia la década de 1970. Finalmente, indagaremos en los sentidos y representaciones que permearon el proceso de transmisión de aquella experiencia en el seno de las comunidades rurales.

Palabras clave: Movimiento Rural, Ligas Agrarias, memorias, terrorismo de Estado.

Resumo: Durante a década de 1960 e a primeira metade de 1970, produtores e trabalhadores rurais protagonezaram um proceso de formação e organização política em diferentes províncias do nordeste da Argentina. Este proceso foi impulsionado por jovens que pertenciam ao Movimento Rural de Ação Católica com o apoyo dos bispos da região e convergieram com otras experiências históricas de organização do sujeito rural. Em todo o nordeste, desplegaram um projeto para a formação de “líderes” que construiu as bases para a formação das Ligas Agrárias em 1970. Desde começo da década 1970 ruralistas e liguistas foram sistemáticamente reprimidos, sendo, em fin, vítimas do terrorismo de Estado implantado pela última ditadura civil e militar da Argentina (1976-1983).

Consideramos que o projeto promovido pelo Movimento Rural de Ação Católica foi fundado na promocão de uma “pedagogía da palabra” que foi sustituida -pelo terrorismo de Estado- por uma “pedagogía do silêncio”. Desde um olhar antropológico que parte da construcão de memórias sociais, propomos refletir sobre o proceso de conscientização e organização política do sujeito político rural e sua reconfiguração como vítima do terrorismo de Estado na década de 1970. Por fim, investigaremos os significados e representações que permearam o processo de transmissão dessa experiência dentro das comunidades rurais.

Palavras-chave: Movimento Rural, Ligas Agrárias, memórias, terrorismo de Estado.

Abstract: During the 1960s and the first half of the 1970s, producers and rural workers staged a process of formation and political organization in different provinces of northeastern Argentina. This process was promoted by young people belonging to the Rural Movement of Catholic Action, with the support of the bishops of the region and converged with other historical experiences of organization of the rural subject. Throughout the northeastern, a political-cultural project was deployed for the formation of "leaders" that laid the foundations for the formation of the Agrarian Leagues in 1970. Since the beginning of the 1970s, ruralists and liguistas were systematically repressed, finally becoming victims of state terrorism perpetrated during the last Argentine civic-military dictatorship (1976-1983).

We start from considering that the project promoted by the Rural Movement of Catholic Action was founded on the promotion of a "pedagogy of the word" which was supplanted -through state terrorism- by a "pedagogy of silence". From an anthropological perspective that takes as its starting point the construction of social memories, we propose to reflect on the process of awareness and political organization of the rural political subject and its reconfiguration as a victim of State terrorism in the 1970s. Finally, we will investigate the meanings and representations that permeated the process of transmission of that experience within rural communities.

Keywords: Rural movement, Agrarian leagues, memories, Estate terrorism.

La(s) memoria(s) como punto de partida epistémico

En el año 1958, con el inicio del pontificado de Juan XXIII (quien sería recordado como “el Papa de los Rurales”) fue creado el Movimiento Rural de Acción Católica (MRAC), como rama especializada de la Acción Católica Argentina (ACA) Malimacci, 1988). Era un movimiento pre conciliar que se expandió en 78 países del mundo bajo el lema: “por un campo mejor, más humano y más cristiano” (Ferrara, 2007, p. 70). Durante los años sesenta, la tarea de los y las jóvenes ruralistas fue resignificada al calor de las transformaciones conciliares. En ese contexto, con el apoyo de los obispos de la región, se impulsó en el nordeste[1]un proyecto político orientado a la formación de dirigentes rurales.

Aquella experiencia fue protagonizada por familias[2] de pequeños/as y medianos/as productores/as rurales[3] vinculadas -mayormente- a la producción algodonera en Chaco, Formosa y norte de Santa Fe (Rozé, 1992; Archetti, 1988); al cultivo de tabaco en la provincia de Corrientes (Ferragut, 2015); a las producciones de té, tung, yerba mate, tabaco y cítricos en Misiones (Galafassi, 2005) y a los complejos frutihortícola, granífero y avícola en Entre Ríos (Chiapino, 2019). La propuesta de los y las ruralistas encontró arraigo en las comunidades rurales y confluyó con otras experiencias históricas de organización del sujeto rural, como las cooperativas de productores, potenciando la politización del sector. Aquel proceso sentó las bases para la conformación de las Ligas Agrarias a partir de 1970.

Al poco tiempo de su aparición pública la organización liguista comenzó a ser perseguida y reprimida por los gobiernos dictatoriales y organismos paraestatales, e integró la larga lista de colectivos víctimas del terrorismo de Estado perpetrado durante la última dictadura cívico militar argentina (1976-1983).

Coincidimos con Claudia Calvo (2010) que “las representaciones y evocaciones campesinas de la violencia política y el terrorismo de Estado han sido escasamente investigadas en el campo de los estudios de la memoria, pese a la importancia de la represión que sufrieron estos actores” (p.1). En consecuencia, el presente trabajo intenta contribuir a la visibilización[4] de aquellas experiencias desde una perspectiva antropológica que toma como punto de partida el testimonio de sus protagonistas para la construcción de memorias sociales.

Haciendo propias las palabras de Alcira Argumedo, sostenemos que “internarse en las sendas de la memoria […] es algo que conmociona, que nos hace preguntarnos sobre las infinitas combinaciones de azares cuyas redes entrelazan las vidas personales con las historias sociales” (2009, p. 7). A partir de estos interrogantes buscamos sumergirnos en los significados profundos de dichas memorias, alcanzar el conjunto de concepciones filosófico antropológicas particulares que sus historias condensan.

La decisión metodológica de “apelar a la(s) memoria(s)” se imbrica con la situacionalidad de nuestros esquemas de pensamiento: pensar “desde” América Latina no sólo en términos geográficos, sino fundamentalmente epistémicos.

El pensar desde América Latina requiere un instrumental teórico conceptual que recupere las resistencias culturales, las manifestaciones políticas de masas, las gestas, la literatura, el ensayo, las formas de conocimiento y las mentalidades populares; los testimonios, las microhistorias, las fiestas, los pequeños y grandes episodios de dignidad; los saberes que están en las “orillas de la ciencia”. (Argumedo, 2009, p. 136)

Desde este posicionamiento epistémico sumergirse en las sendas de la memoria implica recuperar aquellos relatos “invisibilizados” de los sectores populares[5] de América Latina, con el fin de resignificar las experiencias socio-políticas del pasado reciente como “patrimonios político culturales” (Argumedo, 2009) de las resistencias colectivas. Patrimonios que abrevan en un “matriz teórico política” (Argumedo, 2009) de pensamiento, autónoma, latinoamericana.

Las reflexiones aquí presentadas fueron construidas en el marco de nuestra tesis de grado (Peppino, 2021), dónde nos aproximarnos a la comprensión del proyecto político pedagógico desarrollado por el MRAC y las familias rurales del nordeste argentino durante el período 1960-1976, indagando en las relaciones entre militancia católica y ruralidad. El posicionamiento teórico metodológico desde el cual fue elaborada la investigación se sostuvo desde el paradigma dialéctico crítico (Bianchi, 2009) y tuvo como enfoque preponderante la historia de vida (Piña, 1986). Desde este posicionamiento la principal estrategia metodológica fue la realización de entrevistas en profundidad a varones y mujeres que en su juventud (durante las décadas de 1960 y 1970) habían formado parte del Movimiento Rural (MR) y/o de las Ligas Agrarias[6].

Para la elaboración de este artículo nos centramos en las memorias construidas por ex liguistas y ruralistas de las provincias de Corrientes y Entre Ríos, incluyendo también entrevistas a miembros del Equipo Nacional del MRAC. En ese sentido, no realizamos un “estudio de caso” ni pretendemos realizar generalizaciones universalistas. Por el contrario, partimos de aquella singularidad para reflexionar -dialécticamente- sobre el proceso histórico como “totalidad” (Kosik, 2012). No apuntamos a reconstruir un proceso histórico estructurado cronológicamente sino a indagar cómo sedimentan y se reelaboran las memorias sobre el mismo, para aproximarnos a comprender los procesos que llevaron a la configuración y a la -posterior- desarticulación del sujeto político rural en el nordeste argentino.

Sostenemos aquí que el proyecto político cultural impulsado desde el MR se fundó en la promoción de una “pedagogía de la palabra” que fue suplantada, mediante el terrorismo de Estado, por una “pedagogía del silencio”. Desde esta construcción hipotética, nos proponemos, en primer lugar, recuperar las claves epistémicas y metodológicas del proceso político-pedagógico que habilitó la configuración del sujeto político rural en el nordeste. En segundo lugar, reflexionar sobre la constitución del sujeto político rural en tanto víctima del terrorismo de Estado. Finalmente, problematizar los sentidos y representaciones que permearon el proceso de transmisión de aquella experiencia histórico-política en el seno de las comunidades rurales, limitando y/o posibilitando su aproximación a las generaciones venideras.

“Concientizar es caminar junto al pueblo”[7]: la emergencia del sujeto político rural

Todo sujeto político generacional resulta inescindible de los acontecimientos histórico-políticos significativos del contexto en que se constituye. Para comprender las condiciones que permitieron la emergencia de este sujeto político en el nordeste argentino es preciso situarse en el clima de época que ceñía la década de 1960 e inicios de 1970.

Tras el final de la segunda guerra mundial, en un contexto geopolítico signado por la preminencia de un “mundo bipolar”, se abrió un escenario de oportunidad para el ascenso de un conjunto de experiencias políticas que proponían llevar adelante procesos de liberación y emancipación de los Pueblos en diferentes países del mundo. En palabras de sus propios protagonistas el proceso histórico al que hacemos referencia es recordado de este modo:

[…] Latinoamérica bullía […] había toda una Revolución en muchos lados, que llegaban los ecos. Y que no eran (solo) Revoluciones armadas […] Se vivía también esa incomodidad de una cosa injusta que no podía ser que trabajaras y que no pudieras vivir de tu trabajo y de lo que producías […] y fue muy importante Medellín. Porque los campesinos enseguida lo leyeron y les dio fuerza, les dio respaldo a lo que ellos querían reclamar. (B. Noceti, comunicación personal, 21 de agosto 2018)[8]

Hay que ubicarse en el año ‘70, donde podríamos decir que teníamos las cosas al alcance de la mano. (B. Chiapino, comunicación personal, 14 de julio 2014)[9]

La experiencia del Movimiento Rural y -luego- de las Ligas Agrarias en Argentina, fue posible en –y abonó a- un escenario geopolítico signado por una “situación revolucionaria” (Lenin, 1960 en Balvé, 1989) a nivel mundial, profundizada en América Latina a partir del triunfo de la Revolución Cubana en 1959. En palabras de Balvé:

Eran tiempos en que se reiniciaba la lucha contra el sistema y se planteaba en forma incipiente otra sociedad alternativa. Eran momentos de profundas alteraciones en la base material, de grandes reacomodamientos del capital por los nuevos repartos del mundo y donde la fuerza social proletaria se planteaba los problemas del poder político y del Estado. (1989, p. 91)

En los países del llamado “Tercer Mundo” (Fernández Retamar, 2002) campesinos/as, pequeños productores/as y trabajadores/as rurales asumieron un rol protagónico en los procesos de liberación: tal fue el caso de los procesos revolucionarios de China, Vietnam, Cuba y Nicaragua, entre otros. En América Latina muchos de estos procesos estuvieron vinculados a “experiencias socioeducativas cristianas” (Contardo, 2017). Ejemplo de ello fue el trabajo político de laicos, religiosas y sacerdotes en el marco de las comunidades eclesiales de base y movimientos de educación popular[10].

En este marco, dos procesos convergieron y generaron las condiciones de posibilidad para la gestación de un proceso de “concientización” (Documentos de Medellín, 1968) y organización política de las familias rurales en el nordeste argentino: los cambios producidos al interior de la Iglesia Católica y las transformaciones político-económicas que afectaban a los pequeños productores/as de la región.

Desde sus inicios la ACA había desarrollado misiones en el ámbito rural dirigidas a realizar la celebración de la misa, lectura de la Biblia y administración de los sacramentos. Esta tarea fue asumida en un principio por la Asociación de Jóvenes de Acción Católica (AJAC), compuesta principalmente por mujeres de sectores medios y altos de la ciudad (Moyano Walker, 2020). La creación del MRAC en 1958 puede entenderse como parte de una política institucional que respondía a una creciente preocupación de la Iglesia Católica por las condiciones de atraso y explotación de la situación campesina a nivel mundial, caracterizando al campo como “sector deprimido” (Juan XXIII, 1961).

La irrupción del Concilio Vaticano II (1959-1965)[11] generó un cambio de paradigma, siendo un acontecimiento fundante para el clivaje generacional de las juventudes laicas católicas, religiosas y sacerdotes en todo el mundo. En nuestro continente los lineamientos conciliares fueron recuperados y resignificados en la Conferencia Episcopal de Medellín (1968) -y reafirmados en Argentina en el Documento de San Miguel (1969)- marcando un hito que llevó a profundizar el compromiso político de los y las jóvenes católicos/as con un proyecto de transformación de las estructuras injustas (Peppino, 2021). La “constelación tercermundista” (Touris, 2021) trascendió la investidura sacerdotal, constituyendo una corriente desde la cual se identificaron un conjunto de militantes católicos/as laicos/as, entre ellos muchos/as de los y las jóvenes que participaban del MRAC.

Se produjo un giro en la perspectiva de las y los católicos que re orientó la misión pastoral al mundo rural (Chiapino, 2019). Además, se transformó el modelo del “fiel”, marcando un pasaje del “católico practicante” a la insistencia en el “católico militante”, lo que dió lugar a la configuración de una nueva “subjetividad” entre los laicos (Lida, 2012). Esto contribuyó a la conformación de una militancia católica que fue dejando atrás su compromiso meramente “espiritual”, para asumirse como sujeto de la transformación desde un “compromiso temporal” (M. Rébora, comunicación personal, 14 de julio 2014). En ese marco el MRAC inició una tercera etapa de su desarrollo (1968-1972)[12] caracterizada por Mercedes Moyano (1991) como de “pastoral social liberadora”. La misma coincidió con la incorporación de las pedagogías críticas latinoamericanas al proyecto de formación de grupos rurales en todo el país (Contardo, 2013). Esta contextualización nos permite reflexionar cómo y desde qué paradigma arribaron los y las ruralistas al campo y de qué manera fueron transformando sus prácticas en ese proceso.

Paralelamente, desde mediados de la década del ´50, como consecuencia del avance de una política desarrollista gestada en los países centrales e impulsada fuertemente a través de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), se promovió un proceso de “modernización” y “desarrollo” de la estructura y la producción agraria en diferentes países.[13]

El nordeste argentino constituía la región con mayor peso entre las explotaciones agroindustriales de las regiones extra pampeanas. Sin embargo, las decisiones económicas quedaban fundamentalmente en manos de las empresas comercializadoras, que expresaban los intereses del capital monopólico local y el capital financiero transnacional en expansión (Percíncula y Calvo, 2012).

[…] las empresas capitalistas absorbían parte de la renta que el campesinado no tributaba y parte de los excedentes originados en la superexplotación del trabajo familiar y de la mano de obra estacional. Esta apropiación del excedente hizo que empresas oligopólicas no necesitaran concentrar la tierra, dado que con esa dinámica de funcionamiento podían […] apropiarse de la plusvalía del campesinado realizada en las mercancías que producían (Percíncula y Calvo, 2012, p. 7)

Según señala Benjamín Chiapino (2019) la insuficiencia de tierras para la subsistencia; la mecanización creciente que reducía la necesidad de “fuerza de trabajo”; la desprotección del sector rural en materia educativa, de salud, vivienda, servicios, caminos, comunicación y el empobrecimiento paulatino del suelo, entre otros factores, condujo a que los y las jóvenes rurales se vean “obligados” a buscar nuevos horizontes “lejos de la tierra que los vio nacer”. (Chiapino, 2019, p. 33)

La conjunción de estos procesos articulados a escala mundial, continental y nacional generaron las condiciones para que, hacia los años sesenta, el proyecto de las y los ruralistas católicos encuentre asidero en las familias rurales que se enfrentaban al dilema del desarraigo. Dicha convergencia dio lugar a un nuevo sujeto histórico-político conceptualizado aquí como sujeto político rural. Un sujeto colectivo que “tomó cuerpo” en las familias de pequeños/as y medianos productores/as y trabajadores/as rurales de la región, presentando una gran diversidad constitutiva de acuerdo a las particularidades del desarrollo socioeconómico de cada provincia.

Consideramos que la herramienta que posibilitó la reconfiguración del sujeto político en el nordeste fue el proyecto político pedagógico impulsado desde el Movimiento Rural de Acción Católica. Lo concebimos como un proyecto político cultural, en tanto habilitó un proceso de politización en el sector rural -propio de ese “clima de época”- poniendo en valor los saberes construidos, sus experiencias previas de organización política y el patrimonio político cultural constitutivo de “lo popular” en esa región.

La categoría de “sujeto político rural” posibilita identificar y conceptualizar al sujeto histórico emergente de la articulación política de ambos sectores (muy distintos en su condición socioeconómica) a partir de la construcción colectiva de ese proceso formativo. Sin negar el acervo histórico constituido por experiencias precedentes de resistencia y organización política en el sector rural, da cuenta de la singularidad que adquiere el proceso de politización de ese sujeto en ese contexto histórico particular.

A partir de las entrevistas realizadas a ex miembros del Equipo Nacional del MRC y militantes liguistas de Corrientes y Entre Ríos, las reflexiones presentadas en los próximos apartados se orientan en función de los siguientes interrogantes: ¿cuál fue la singularidad del proceso político pedagógico impulsado por la militancia católica que contribuyó a la formación y organización del sujeto rural en el nordeste argentino durante la década de 1960 y 1970? ¿qué transformaciones políticas llevaron a la configuración de ese sujeto en tanto víctima del terrorismo de Estado a partir de la década de 1970? y ¿cómo sobrevino la transmisión de aquella experiencia histórico-política en el seno de las comunidades rurales tras la última dictadura cívico militar?

“Ver, juzgar y actuar”: hacia una pedagogía de la palabra

El Movimiento Rural desarrolló desde sus comienzos una amplia organización vertebrada en la estructura diocesana[14]. En la comunicación realizada, Beatriz “Tudy” Noceti, una de las iniciadoras del trabajo pedagógico en la región, rememora:

[…] En el noreste se piensa que sería importante presentar un proyecto para que pudieran los campesinos llegar a la conducción. Entonces se presentó un proyecto a Misereor[15]. Fue presentado por los siete obispos del nordeste: Sáenz Peña, Resistencia, Goya, Corrientes, Formosa y Misiones [Posadas] y Norte de Santa Fe [Reconquista] […] eso facilitó ir creando dirigentes…hasta formar los equipos en las distintas diócesis […] En ese momento hablábamos de organizar las comunidades. (B. Noceti, comunicación personal, 24 de mayo de 2019)

El proyecto sirvió de impulso económico y político para el desarrollo de una propuesta integral para la promoción de las comunidades rurales. Progresivamente también se extendió el trabajo de los grupos rurales a la provincia de Entre Ríos.

En el marco de los “grupos de base”, dirigidos para maestros/as y campesinos/as, se realizaban cursos de primer nivel denominados “Despertar”. Luego existían instancias de segundo nivel dónde se iba profundizando la problematización de la realidad campesina a nivel nacional. Finalmente, para quienes iban adquiriendo tareas como “delegado/as” o coordinadores/as de los grupos, existían cursos de tercer nivel dónde se reflexionaba sobre las estructuras a nivel global. Éstos incluían instancias intensivas de 3 meses de capacitación en el Instituto San Pablo[16] (Chiapino, 2019; Contardo, 2018). También se trabajaba con herramientas para potenciar el crecimiento económico de las familias del sector, aunando esfuerzos con otras instituciones como el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria.

Esta propuesta se complementaba con un conjunto de iniciativas destinadas particularmente al trabajo con las mujeres rurales que contribuía a habilitar un proceso de reconocimiento de su lugar como trabajadoras y potenciar sus capacidades y responsabilidades en cuanto a la participación en el ámbito de la política: un territorio “reservado” tradicionalmente a los varones (Ferro, 2005; Moyano Walker, 2013; Montú, 2018).

Por otra parte, en el marco de este proceso político pedagógico tenía un importante lugar la recreación como instrumento para el fortalecimiento de la autoestima y la promoción del encuentro entre jóvenes rurales. Se realizaban encuentros de grupos, jornadas deportivas y lúdicas, festividades religiosas, campamentos misionales a nivel regional y nacional e incluso pasantías a nivel internacional (Contardo, 2013; Olivo, 2013; Moyano Walker, 2020; Chiapino, 2019; Peppino, 2021b).

Me movilizaba pensar lo importante que era comunicarse, cambiar la situación de aislamiento que vivíamos los campesinos […] Organizábamos fogones criollos donde participaban las familias y usábamos la escuela para esto […] Pasábamos tanto folklore como la música de nuestra provincia: el chamamé. Con mi hermano hacíamos la celebración de la palabra, teníamos la Biblia Latinoamericana. Esa fue nuestra primera toma de consciencia, reconociendo que nosotros mismos podíamos pensar lo que leíamos […] Esto posibilitaba cultivar la amistad y la solidaridad, ver al otro como igual y ayudarnos en todo. Conocíamos a cada familia, entre los jóvenes nos ayudábamos y también nos enamorábamos. (Olivo, 2013, p. 26-27)[17]

Todas aquellas instancias que integraban el proceso de concientización eran propiciadas a partir de una metodología participativa – el “ver, juzgar y actuar”[18]-, que oficiaba como herramienta para el análisis dialéctico y crítico de la realidad, estableciendo la vida cotidiana como punto de partida de la reflexión teórico-política. La introducción del método a la formación de “dirigentes” inició a partir de 1965, luego del III Encuentro Nacional del MRAC (Contardo, 2017).

Siempre había un método que se lo debe mencionar: el VER, JUZGAR y ACTUAR, donde nosotros observábamos una realidad, juzgábamos de acuerdo a las ideas nuestras, pero también juzgábamos dentro del pensamiento de la Biblia, para después hacer la acción. (B. Chiapino, comunicación personal, 14 de julio 2014)

La referencia al “método” se reitera en las investigaciones realizadas sobre la temática y emerge como clave fundamental del proceso pedagógico en las memorias de los sujetos entrevistados. Tudy Noceti reflexiona: “[…] El método se convirtió en una manera de vivir la vida, o sea que todo lo iban reflexionando”. (B. Noceti, comunicación personal, 24 de mayo de 2019).

Articulado desde esta herramienta metodológica el proyecto pedagógico se sostenía a partir de dos grandes pilares epistémicos: la resignificación del “cristianismo liberacionista” (Löwy, 1999), desde la propia matriz político cultural de las comunidades rurales y los fundamentos epistemológicos-metodológicos de las pedagogías críticas latinoamericanas. Ambas dimensiones fueron ganando lugar al interior del MR hacia fines de la década de 1960 y profundizadas al compás de las transformaciones políticas de ese contexto.

Desde esta concepción liberacionista del cristianismo se afirmaba que “lo que hay en el Evangelio es política” (L. M. Babín, comunicación personal, 17 de noviembre de 2016)[19]. El mensaje del Evangelio resignificado al calor de la renovación conciliar se erigía como referente teórico y reserva moral de este proceso de reflexión-acción-reflexión asumido por las familias rurales y constituía un elemento central de la propuesta metodológica: pasajes bíblicos y documentos generados por diferentes actores de la institución católica servían de “soporte” teórico para la reflexión política desde una perspectiva teológica pastoral.

Este aspecto resulta relevante si consideramos la fuerte raigambre cristiana presente en la matriz político cultural de las familias rurales de la región (Peppino, 2021). En esa dirección Ana Olivo reflexiona: “[…] En general los campesinos somos muy católicos y yo creo que entonces esa idea prendió en una militancia de los jóvenes campesinos, para promocionarse, para capacitarse, para ver la realidad y descubrir la realidad que estábamos viviendo”. (A. Olivo, comunicación personal, 10 de septiembre de 2008).

El segundo gran pilar de este proyecto se erigía a partir de una concepción pedagógica que sostenía como categorías rectoras el “diálogo” (Freire, 2008) y la “concientización” (Barreiro, 1974). En gran medida aquella era recuperada de los aportes sistematizados en la propuesta del pedagogo latinoamericano Paulo Freire:

¿Qué es el diálogo? Es una relación horizontal de A más B. Nace de una matriz crítica y genera crítica (Jaspers). Se nutre del amor, de la humildad, de la esperanza, de la fe, de la confianza. Por eso sólo el diálogo comunica. Y cuando los polos del diálogo se ligan entre sí, con amor, esperanza y fe uno en el otro, se hacen críticos en la búsqueda de algo. (Freire, 2008, pp. 101-102).

Esta última dimensión articulaba la construcción de un “ver profundo” (Ferrara, 2007). Maris Rébora[20], maestra y educadora del MR, pone en valor ese proceso:

Había un fuerte componente de capacitación […] con una modalidad de lo que hoy nosotros llamamos talleres […] después con el tiempo empezamos a trabajar con el método de Paulo Freire, que era el análisis crítico de la realidad y eso da un vuelco en el Movimiento […] lo fuimos construyendo, como un camino que fuimos andando. (M. Rébora, comunicación personal, 14 de julio 2014).

La introducción de esta concepción pedagógica en el MR se produjo hacia fines de la década de 1960[21]. Esto transformó cualitativamente la propuesta formativa, orientando su intencionalidad política hacia un proyecto que buscaba construir herramientas junto al sujeto a fin de liberarse de su situación de opresión. El reconocimiento del “Otro/a” como portador/a de un saber significativo; el rol del educador/a como habilitador/a del proceso pedagógico; la “escucha” como gesto necesario para habilitar la construcción dialógica entre el educadores/as y educandos/as -núcleos centrales de la propuesta freireana- se hicieron presentes en el proyecto de los y las ruralistas.

Paulo Freire (2009) señala que la acción de todo educador humanista revolucionario “debe estar empapada de una profunda creencia en los hombres, creencia en su poder creador” (p. 77). En la experiencia desarrollada en los Grupos Rurales se reconocía a los sujetos como portadores de saberes válidos, en igual jerarquía, habilitando un proceso de construcción de conocimientos a partir de una relación dialógica entre ambos.

En esa dirección, Maris Rébora y Tudy Noceti destacan la intencionalidad pedagógica del trabajo realizado en el marco de los Grupos Rurales:

[…] todo eso que vivimos fue muy fuerte y muy profundo […] Yo creo que se escuchó mucho. […] creo que fue muy importante la base de los grupos. (B. Noceti, comunicación personal, 21 de agosto 2018)

[…] siempre, en todo lo que hemos hecho, hemos trabajado esto de la autoestima, que cada uno se sienta respetado, escuchado, valorado…Y eso es medio mágico viste, así como que te despierta. (M. Rébora, comunicación personal, 14 de julio 2014).

Advertimos que el ejercicio de la “escucha”, habilitada por medio de la construcción dialógica, expresaba una definición político epistemológica: partir del saber que cada uno/a porta sobre la realidad en que la vive y problematizar colectivamente ese conocimiento, para luego pasar a la acción. En palabras de Paulo Freire:

No puede haber palabra verdadera que no sea un conjunto solidario de dos dimensiones dicotomizables, reflexión y acción. En este sentido, decir la palabra es transformar la realidad […] por ello […] el decir la palabra no es privilegio de algunos sino derecho fundamental y básico de todos los hombres. […] Pero a la vez nadie dice la palabra solo […] Decirla significa necesariamente un encuentro de los hombres. Por eso la verdadera educación es diálogo. (Freire, 2008, p. 17)

Consideramos que en la construcción de esa relación dialógica radicó la clave política y la singularidad de aquel proceso de politización. No sólo por las posibilidades que generó de “socializar” la palabra y pensar “con otros”, sino porque se fundó en el reconocimiento de “lo propio” como un saber social y políticamente válido. Se puso en valor el “saber del hacer”; el conocimiento que se construye a partir de la relación existencial del ser humano con la tierra que trabaja; el saber que se forja en la resistencia al desarraigo, desde una (esa) situacionalidad histórica y geográfica que otorgaba sentido a su “estar siendo” (Kusch, 2011).

Carmen Dalmazo[22], integrante del Movimiento Rural y de las Ligas Agrarias de Entre Ríos, sintetiza en su relato el sentido político profundo de aquella experiencia:

[…] el Movimiento Rural sirvió para preparar gente con valores solidarios […] saber que la persona vale por lo que es […] yo salía del campo cuando me invitaron la primera vez a hacer un encuentro de estos, para mí fue el boom ahí, porque yo nunca había salido de mi casa y me impactó que valoricen mi situación, mis ideas, que me digan “vos valés porque vos sos persona” […]. (C. Dalmazo, comunicación personal, 21 de diciembre de 2014).

En sintonía con las palabras de Carmen, Norma Morello, maestra correntina y miembro del Movimiento, afirma: “El valor fundamental fue el proceso educativo […] lo verdaderamente revolucionario que tuvo, ocurrió adentro de nosotros” (en Czombos, 1999). Reflexionando en clave histórico-política, nos animamos a pensar que aquella experiencia acontecida “campo adentro” permitió la refundación de un sujeto histórico, potenciando la emergencia de un conjunto de “voces silenciadas” que abrevaban en una matriz teórico política de pensamiento propio, latinoamericano (Argumedo, 2009). Allí radica, desde nuestra mirada, el valor histórico de esta experiencia político cultural, su singularidad y potencial político respecto de otras estrategias de organización política desarrolladas en el sector rural, contemporáneas a la misma[23].

De esta manera el trabajo en los Grupos Rurales fue creando las condiciones para el desarrollo de un movimiento del “igual por el igual”: de campesinos/as, dirigidos por campesinos/as. (B. Noceti, comunicación personal, 21 de agosto 2018)

En 1965 se realizó el III Encuentro Nacional del MR en Cosquín, provincia de Córdoba, donde participaron más de 150 dirigentes de todo el país. Allí comenzó a evidenciarse un cambio en las correlaciones de fuerza de los “campesinos” al interior del MR que llevó a un “clivaje generacional” (Archetti, 1988; Adobato, 2011) en los espacios de conducción. Maris Rébora afirma: “[…] La primera Asamblea se hizo en 1965 y ahí es dónde comenzamos a aparecer nosotros ya como dirigentes”. (M. Rébora, comunicación personal, 14 de julio 2014).

Hacia los años setenta, frente a la profundización de una crisis sistémica y el aceleramiento de los tiempos políticos a escala global, los grupos rurales -luego de “ver” la realidad y “juzgar” las injusticias en que estaban inmersas- evidenciaron la necesidad de organizarse para “actuar” contra ellas. En ese contexto fueron creadas a partir de 1970 las Ligas Agrarias en las diferentes provincias del nordeste[24].

Las Ligas Agrarias nacieron públicamente en Chaco el 14 de noviembre de 1970. “Llegaron a agrupar a más de 45 mil familias de trabajadores y productores pobres y medios del sector rural” (Ferrara, 2007, p.18). Desde su creación el movimiento fue expandiéndose a escala regional: se crearon en 1971 las Ligas Agrarias Correntinas (LAC) (Olivo, 2013; Ferragut, 2015), La Unión de Ligas Agrarias Santafesinas (ULAS) (Archetti, 1988), la Unión de Ligas Campesinas de Formosa (ULICAF) (Vázquez, 2020), y el Movimiento Agrario Misionero (MAM) (Montiel, 2021). Por último, en 1973 se conformaron las Ligas Agrarias de Entre Ríos (LAER) (El Campesino, 1973). Consolidándose como un “movimiento de masas”[25] a lo largo del nordeste se desplegaron un conjunto de acciones políticas que combinaron la organización cooperativa con manifestaciones masivas, cortes de ruta, paros activos, huelgas agrarias, entre otras acciones de lucha.

Su surgimiento expresó el “pase a la acción” del proceso formativo que las antecedió, así como su confluencia con la tradición cooperativista de organización del sector. La irrupción del sujeto liguista en la escena política nacional significó una amenaza para los sectores dominantes, ya que obstruía la reproducción del capital monopólico y el avance de la frontera agrícola en el nordeste. Esto permite comprender uno de los aspectos por el cual las Ligas Agrarias fueron perseguidas y amedrentadas casi desde el comienzo de su nacimiento, en un contexto político nacional signado por la dictadura de Agustín Lanusse.

Memorias(s) y transmisión: el sujeto político rural como víctima del terrorismo de Estado

[…] Los que mataron, los que metieron en cana eran campesinos. La conducción era de los campesinos y creo que ese fue el gran valor del proceso de organización […] metodológicamente el trabajo fue muy bueno. Y se logró. Y bueno, por eso fue tan perseguido…esa fue la riqueza del Movimiento. (B. Noceti, comunicación personal, 21 de agosto 2018)

La historia argentina está tristemente signada por la recurrencia al uso de la violencia cada vez que los sectores dominantes se encuentran imposibilitados de ejercer el poder por la vía política. Como parte de ese proceso, el golpe de Estado de 1955 -que derrocó al gobierno de J. D. Perón y proscribió al peronismo[26]- recurrió a niveles de violencia sin precedentes y reforzó la “aceptabilidad” del recurso de la fuerza en la práctica política (Calveiro, 2013).

A partir de la presidencia de Arturo Frondizi (1958- 1962 la política represiva encontró un nuevo marco de planificación y ejecución con la aplicación del Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado) mediante la Ley 13.234 de 1958 (Chiarini y Portugheis, 2014). CONINTES significó la primera experiencia de aplicación de la doctrina de la “Escuela Francesa” en nuestro país, tras su desembarco a fines de la década de 1950 en el continente latinoamericano (Robin, 2014). En este contexto, distintas hipótesis de conflicto en Argentina se cristalizaron en proyectos y normativas de “defensa” que, bajo la influencia de la Doctrina de la Guerra Revolucionaria y de la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN), incorporaron la figura de la “amenaza a la seguridad interna” bajo la noción de “conmoción interior” (Pontoriero, 2012). Esto se tradujo por parte de las Fuerzas Armadas Argentinas (FFAA) en el despliegue de la llamada “guerra antisubversiva”[27] o “guerra contra el comunismo”.

En 1966 inicio un nuevo período dictatorial autodenominado “Revolución Argentina"[28]. Las FFAA ya no establecían “plazos” sino “objetivos” (Onganía, 1966). Se produjeron profundos cambios institucionales y “se suprimió por decreto la política” (Calveiro, 2013, p. 27). Entre 1966 y 1976 se desplegó una amplia legislación represiva orientada por la DSN. Con excepción del gobierno de Héctor Cámpora (1973), que anuló legislaciones represivas y otorgó amnistía a los presos políticos, entre 1966 y 1976 hubo un marcado aumento de la represión estatal (Guirado, 2018).

En junio de 1970, tras las insurrecciones populares del año 1969 fue relevado de su cargo el Gral. Onganía y asumió su lugar el Gral. Roberto Levingston. Durante su mandato disminuyó notablemente la represión sobre los trabajadores (Calveiro, 2013). Al año siguiente, otro levantamiento popular en la ciudad de Córdoba recordado como el “Viborazo” desencadenó la renuncia de este último. Inició allí una nueva etapa de la dictadura al mando del Gral. Agustín Lanusse. Para 1972 se abrió un período de tregua en la disputa intercapitalista (Balvé, 1995) que se manifestó en el Gran Acuerdo Nacional (GAN). Comenzó a prepararse la retirada de las Fuerzas Armadas y se anunció la apertura a elecciones generales. Sin embargo, la represión continúo siendo la respuesta al estado de “agitación social”. Detenciones, torturas, desaparición de personas y fusilamientos de prisioneros/as fueron algunas de las modalidades que tomó la violencia estatal y paraestatal durante este período (Duhalde, 1983). El inicio de la represión a liguistas, ruralistas, sacerdotes y religiosas tercermundistas en el nordeste debe comprenderse en ese contexto del proceso represivo. Maris, víctima de ese proceso, rememora:

[…] hablan siempre del proceso de los milicos…pero no te hablan de lo que pasaba también en la época de Lanusse […] Yo y muchos otros compañeros fuimos perseguidos en esa época también. […] Nos perseguían, hubo gente torturada, encarcelada […] nos amenazaba de muerte y que estábamos en las listas negras que ellos tenían… para eliminarnos. (M. Rébora, comunicación personal, 14 de julio 2014)

Las palabras de Maris, como eco de una voz generacional y de un sujeto colectivo, confirman que la política represiva sobre las y las trabajadores organizados, en general, y sobre el sujeto político rural, en particular, data de un tiempo profundo que excede la periodización de la última dictadura cívico militar (1976-1983).

El 30 de noviembre de 1971 fue secuestrada en una escuela rural de la provincia de Corrientes la maestra Norma “Coca” Morello, miembro del MR. Esto significó un acontecimiento bisagra para la militancia católica y rural que permitió visualizar la amenaza directa de la represión estatal y paraestatal sobre el sector. A partir de allí la represión sobre el sujeto político rural fue acrecentándose por medio de la represión directa a las manifestaciones, amenazas, cesanteos y persecuciones, hasta el inicio de las detenciones políticas y secuestros ilegales, que en algunos casos llevaron a la desaparición forzada de miembros de la organización. Destacamos que a pesar de esta situación la movilización del sector no cesó.

La muerte del presidente Juan Domingo Perón –el 1 de julio de 1974- significó una bisagra en el proceso político. La tensión política y social se agudizó. Hubo una ampliación de la capacidad represiva del Estado (Guirado, 2018). El aparato de seguridad pasó a estar controlado por autoridades militares y las policías quedaron, operativamente, bajo la órbita de las FFAA (Calveiro, 2013). Para ese momento “ya eran frecuentes las denuncias por persecución, encarcelamiento y apremios ilegales a los dirigentes y activistas liguistas” (Servetto, 2013, p. 13).

Osvaldo Lovey, secretario general de las LACH, señalaba que el último paro activo de las Ligas fue realizado en febrero de 1975 cuando los productores reclamaron por más de 30 días por el precio del girasol. En su testimonio asevera: “con ese paro, firmamos el acto de defunción de las Ligas Agrarias” (Lovey, 2018, p. 35)[29]. En ese mismo sentido, Ana Olivo, relata sus vivencias:

[…] en el 75, 76 me detuvieron, ya en el 74 habían detenido a mi compañero, así que férreamente nosotros ya andábamos con mucho cuidado y ya empezamos a conocer las cárceles […] muchos dirigentes políticos de distintas provincias estaban detenidos por el Estado de Sitio, sin causa ni proceso. En el 75 se dio una gran manifestación, creo que fue la última …después prácticamente se empezó a desarticular, porque hubo mucha persecución […] ahí se empezó a cortar la comunicación y por todo lo que era también el incentivo al terrorismo, que “no te metas”, que “culpa que andas jodiendo”, “andas organizando” … toda una ola de persecución y de desprestigio. (A. Olivo, comunicación personal, 26 de agosto de 2014)

A partir del Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 se desplegó un plan sistemático de tortura y extermino en el cual se inscribió una nueva etapa represiva sobre el sujeto político rural[30]. Los delitos perpetrados sobre liguistas y ruralistas se llevaron a cabo principalmente en el área correspondiente al Comando del II Cuerpo de Ejército[31]. La continuidad de la política represiva se concentró en aquella región a partir del “Operativo Toba” (Servetto, 2013; Almada y Lavintman, 2002). Entre otros acontecimientos vinculados a este operativo se inscribió la Masacre de Margarita Belén, el 13 de diciembre de 1976 (Jaume, 2010).

[…] a mí me tocó la logística. Venían escapando de todos lados. […] Yo no sé cómo nos salvamos. […] Tudy y Eduardo dijeron “tenemos que meternos en algo bien público, que vean lo que hacemos, que laburamos…” Una manera de estar visibles, porque los dos estaban muy marcados. (M. Babín, comunicación personal, 10 de octubre de 2014)[32].

Nosotros todas las noches esperábamos cuando venía el carro de la basura, todas las noches pasaba el camión de la basura y sentíamos que paraba y decíamos “ahí vinieron” […]. (M. Rébora, comunicación personal, 14 de julio 2014).

La represión del sujeto político rural integró tanto las acciones represivas dirigidas a las familias rurales que habían formado parte del Movimiento Rural y/o de las Ligas Agrarias, como las que atentaron contra los y las jóvenes ruralistas que provenían de las ciudades, maestros/as rurales, sacerdotes, religiosas/as y obispos vinculados/as a la organización[33].

Ahora bien, si consideramos, como señala Tudy, que “los que mataron fueron campesinos/as”, es posible recuperar el proceso represivo como “reacción” al grado de organización política y capacidad de conducción que habían alcanzado las familias rurales. En ese sentido creemos importante poner en valor estas experiencias políticas y visibilizar el accionar del terrorismo de Estado en el ámbito “rural”.

Recuperando estos elementos, nos preguntamos ¿Qué era lo que la dictadura se proponía reprimir? ¿Cuál fue la potencialidad de aquella experiencia política?

En primer lugar, debemos considerar la directa confrontación de los sectores dominantes contra la experiencia de organización político gremial de las familias de pequeños y medianos productores rurales. Esta dimensión toma relevancia si tenemos en cuenta que el nordeste constituía una región del territorio nacional históricamente reservada para el avance de grandes proyectos económicos extractivistas del capital multinacional. Cabe recordar que la aparición pública de las Ligas Agrarias -en el marco del Primer Cabildo Abierto de las Organizaciones Campesinas, en noviembre de 1970- irrumpió con una manifestación de más de cuatro mil personas posicionándose abiertamente en contra del proyecto monopólico de la empresa AGREX (Compañía Pedro y Antonio Lanusse) (Ferrara, 2007). Este hecho ilustra la directa confrontación del proyecto liguista con el capital monopólico concentrado.

En segundo lugar, si hurgamos en el sustrato histórico-político del proyecto desarrollado entre las familias rurales, desde una mirada a largo plazo, el análisis de la dimensión socio-cultural resulta fundamental para comprender por qué la dictadura se propuso perseguir, silenciar y desaparecer a estos sujetos.

Las reflexiones de Maris y Ana aportan claves interesantes de reflexión en este último sentido:

[…] a ellos no solamente les molestaba el trabajo de la guerrilla sino también de aquellos que trabajábamos en los movimientos de masas, formando conciencia, que, para muchos y bien inteligentes, era un trabajo que impactaba mucho más a largo plazo […] formábamos una educación realmente liberadora, aplicando el método de Paulo Freire. No lo decíamos mucho porque era peligroso decirlo a eso, ¿viste? […]. (M. Rébora, comunicación personal, 14 de julio 2014).

[…] no se puede desconocer lo político de todo lo que fue el auge de que queríamos hacer un cambio. Si bien los campesinos en ese momento no teníamos idea de lo que es lo político, lo social… nosotros fuimos cultivando lo que era nuestra cultura y lo que eran nuestras raíces en el campo […]. (A. Olivo, comunicación personal, 26 de agosto de 2014).

Durante el proceso pedagógico la formación de una conciencia crítica frente a las injusticias estructurales se fue cultivando desde las (propias) “marcas” (Freire, s/f, p.42) del sujeto “oprimido”. Se partió de su relación con la tierra, sus saberes ancestrales, sus tradiciones comunitarias y su fe cristiana: así se construyeron los cimientos para erigir un proyecto político autónomo desde sus propias “raíces en el campo”.

Ese “(re) descubir-se” como hacedores/as del mundo y como creadores/as de cultura, a partir de la problematización de la realidad, constituyó el núcleo político fundamental del proyecto pedagógico y, desde nuestra perspectiva, la clave político cultural que el proyecto de la última dictadura buscó desterrar.

Hallamos que las estrategias represivas desplegadas en el marco del terrorismo de Estado sobre el sujeto político rural intentaron aniquilar un proyecto político cultural fundado en una concepción epistemológica que otorgaba a “lo popular” estatus de saber; que habilitaba al cuestionamiento de las condiciones de opresión; que promovía una pedagogía fundada en el diálogo, en el valor de la palabra como motor de transformación colectiva. En ese mismo proceso las dictaduras también buscaron erradicar un modo de pensar y habitar el cristianismo, que, desde un paradigma liberacionista, promovía acciones transformadoras de un sistema social y económicamente injusto. Paradigma que se sostenía en valores como la justicia y la paz social, la promoción humana profunda y el “amor al próximo” como pilares de una sociedad nueva.

Finalmente, el análisis de esta experiencia histórico-política interpela nuestra propia mirada generacional (postdictadura), como parte de una juventud militante que tiende a asociar la “militancia setentista” con la imagen del “guerrillero heroico”. Desde ese lugar surge la siguiente problematización, que abre nuevos sentidos a lo expuesto en este apartado…

¿Qué sujetos excluye el estereotipo que hegemoniza la figura “desaparecido/a” en Argentina? Aquella representación, hegemónica en la transmisión del “trauma histórico” (Bianchi, 2009) ¿se vincula a las (im)posibilidades de reconocimiento de estos (otros) sujetos como víctimas del terrorismo de Estado? Finalmente, ¿qué lugar se otorga a las experiencias políticas de las comunidades rurales en el relato centralista y urbanocéntrico que prima en el campo de las memorias de nuestro pasado reciente? Siguiendo estos interrogantes creemos que las memorias sociales sobre la experiencia política de los sectores rurales pueden aportar nuevas claves de reflexión al estudio del terrorismo de Estado en nuestro país.

“El caballito de batalla era que éramos subversivos”[34]: representaciones que permearon el proceso de transmisión

Como hemos dado cuenta en este trabajo, las últimas dictaduras cívico militares en Argentina condujeron al aniquilamiento de los cuerpos y al acallamiento de muchas de las voces que hacían eco en el campo profundo. Ante esta situación, el ejercicio de la memoria requiere hurgar en el pasado en busca de las claves políticas que nos permitan comprender la derrota de aquel proyecto histórico-político-cultural clausurado hacia fines de la década de 1970. En ese andar la transmisión se vuelve una necesidad acuciante para las generaciones posdictadura.

En relación a la problemática estudiada, observamos que la política represiva ejercida sobre integrantes de las Ligas Agrarias y el Movimiento Rural se complementó con una política de desprestigio que construyó un relato de la experiencia liguista atravesado por la asociación de las Ligas con la “subversión” o la “guerrilla”. Con esta afirmación no desconocemos que en muchos casos integrantes de las Ligas Agrarias optaron por la “vía armada”, integrándose paralelamente a otras organizaciones políticas y político militares. Sin embargo, creemos que las motivaciones que llevaron a la implementación del plan sistemático del terrorismo de Estado no pueden reducirse sólo al desmantelamiento de las mismas. Lo que nos interesa señalar es que, si bien la adscripción a la opción armada no constituyó una definición común al conjunto de la organización liguista, paradójicamente, esa representación fue la que primó en el proceso de transmisión de aquella experiencia histórica.

Claudia Calvo, respecto del caso chaqueño señala que “el campesino o colono organizado fue estigmatizado como subversivo, configurando así, sentidos peyorativos sobre las prácticas de juntarse, organizarse, comunicarse, discutir” (2010, p.12). Ana Olivo coincide con esta lectura, desde la experiencia correntina:

El caballito de batalla de ellos era que éramos subversivos, que estábamos metidos en la subversión. Y eso entró mucho, porque los medios de comunicación le daban, viste… que están en la subversión, toda una cosa que para la gente de campo era nuevo. (A. Olivo, comunicación personal, 10 de septiembre de 2008)

Ese imaginario sirvió como argumento para “legitimar” socialmente la represión estatal y paraestatal sobre el conjunto de los productores/as y trabajadores/as rurales organizados/as, a la vez que limitó la posibilidad de trascendencia de aquella experiencia política en el sector rural.

De este modo emergen las huellas en la memoria de los y las sobrevivientes de aquel proceso:

[…] En la zona de Goya yo creo que recién ahora la gente se anima a hablar [...] Incluso en las mismas familias se niega totalmente […] nos encontramos con muchos padres que no han contado a sus hijos lo que fue esa época porque hasta ahora tienen miedo y porque tienen mucha duda. (M. Babín, comunicación personal, 10 de octubre de 2014)

[...] a lo mejor la gente quiere hacer, pero tiene miedo […] la gente tiene el temor de que vuelva a pasar eso [...] no fue fácil cuando estaban los militares, que llevaban gente, que le hacían esto, que le hacían aquello… ¡No creo que vuelva a pasar eso! No creo, eso fue un infierno. (Chola, comunicación personal, 10 de septiembre de 2008)[35]

Diferentes procesos fueron permeando la construcción de memorias en el seno de las comunidades rurales y condicionando la reformulación de aquellas experiencias tras la recuperación democrática. Creemos que de esta manera se contribuyó a gestar un “sujeto del miedo” (Peppino, 2021) que asumió una concepción de “lo político” asociada a dicho estado de terror.

Nicolás Casullo expresa que “lo no pensable de una historia tiene que ver sin dudas con condiciones del presente, pero también con las formas catastróficas que adquiere el fin político de un proyecto histórico” (Casullo, 2013, p.11). Interpelando las memorias nos preguntamos: ¿Cómo desmenuzar políticamente el miedo? ¿Es posible hallar las palabras que nos permitan enunciar el infierno? ¿Qué (nos) dicen los silencios que permean la transmisión generacional en las comunidades rurales? ¿Qué representaciones del sujeto histórico liguista hacen eco en los campos, allá a lo lejos? ¿Aún se oyen esos ecos? ¿Lo que se silencia vuelve a desaparecer cada vez que no se enuncia? ¿Hay un infierno más grande que el olvido?

Jelin (2001) sostiene que los acontecimientos traumáticos conllevan grietas en la capacidad narrativa, huecos en la memoria.

[…] es la imposibilidad de dar sentido al acontecimiento pasado, la imposibilidad de incorporarlo narrativamente, coexistiendo con su presencia persistente y su manifestación en síntomas, lo que indica la presencia de lo traumático. En este nivel, el olvido no es ausencia o vacío. Es la presencia de esa ausencia, la representación de algo que estaba y ya no está, borrada, silenciada o negada. (Jelin, 2001, p.10)

Al aproximarnos a las memorias sobre la experiencia del Movimiento Rural y las Ligas Agrarias emerge el “olvido” y el “silencio” como presencia de esa “ausencia” ante la dificultad de tramitar el dolor, lo inconmensurable de la tragedia.

El silenciamiento de las comunidades rurales, la negación o la omisión de estas experiencias de lucha como acontecimientos políticos constitutivos del sujeto rural, las dificultades para retomar post dictadura estrategias políticas de construcción colectiva y la expulsión de las familias del campo -como consecuencia de la implantación de nuevas lógicas de producción capitalista y concentración de la tierra- abrevaron en las huellas de aquella política sistemática del “terror” que aún permean los procesos de memoria y transmisión.

A partir del análisis presentado sostenemos finalmente, que, tras el proceso represivo descripto, el proyecto de formación, concientización y organización política de las comunidades rurales fundado –entonces- en una “pedagogía de la palabra”, fue suplido, mediante la implantación de una política del terror, por otro proyecto político cultural basado en la imposición de una “pedagogía del silenciamiento”.

Reflexiones finales

Las experiencias de formación y organización política desarrolladas por el Movimiento Rural y las Ligas Agrarias en el nordeste argentino dan cuenta del valor histórico-político de un conjunto de experiencias socioeducativas y político pedagógicas que contribuyeron a un proceso generacional de concientización, politización y organización de los sectores populares en nuestro continente, hacia la década de 1960 y 1970. Estas experiencias desarrolladas en el ámbito rural, de profunda raigambre cristiana, nutrieron y se forjaron al calor de un clima de época signado por la emergencia de procesos revolucionarios y de liberación nacional, en nuestro país y Latinoamérica. Recuperarlas y analizarlas, nos permite dimensionar el carácter popular y federal, así como el grado de conciencia y organización que adquirió la fuerza social organizada, que se propuso “aniquilar” la última dictadura cívico militar en Argentina. Consideramos que su visibilización y puesta en valor sigue siendo una necesidad imperante ante la hegemonía de un relato “centralista” y “urbanocéntrico” en el campo de las memorias.

Por otra parte, problematizar el lugar que ocupó el sujeto político rural como víctima de la represión del terrorismo de Estado, aporta claves de análisis significativas al proceso de construcción de memorias sociales, que es preciso destacar y seguir analizando.

En primer lugar, muestra el carácter procesual -y de largo aliento- de la estrategia represiva que los sectores dominantes desarrollaron en Argentina a partir del golpe de Estado de 1955. La represión de ruralistas y liguistas a partir de 1970-1971 nos alerta sobre el rol que cumplieron en ese proceso las políticas desplegadas durante los gobiernos sucedidos -con intermitencia- entre 1955 y 1976, como antesala al plan sistemático de exterminio, muerte y desaparición implantado a partir del 24 de marzo de 1976.

En segundo lugar, nos permite a complejizar los fundamentos del proyecto represivo desde una dimensión político cultural y dimensionar la potencialidad del proceso metodológico impulsados para la formación de dirigentes rurales. En ese sentido, el amedrentamiento y la desaparición de los miembros del MR y la organización liguista intentó desterrar una concepción de “lo político” desde la cual las familias rurales se asumían como parte de un sujeto histórico desde una lógica de construcción dialógica, cristiana, comunitaria, propia.

En tercer lugar, pone de relevancia el trabajo político de un conjunto de militantes católicos/as laicos/as y señala su lugar entre las víctimas del terrorismo de Estado. Esto contribuye a ampliar nuestra visión respecto del universo de “víctimas religiosas”, reconstruido tras la dictadura, en el cual suele adquirir un papel protagónico la figura de obispos y sacerdotes (y algunas religiosas) pertenecientes al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo.

Finalmente, desmenuzar las representaciones que atraviesan el proceso de memoria y trasmisión generacional permite complejizar la comprensión de la tragedia de la última dictadura en tanto “trauma histórico colectivo” (Bianchi, et al, 2009). Trauma que, como tal, aún permea y dificulta la construcción de memorias sociales y encarna en un pasado de lucha –aún en nuestro tiempo- parcialmente silenciado por el miedo.

Nicolás Casullo señalaba que “la última dictadura significó el fin de una cosmovisión que planteó la hechura de otra comunidad que naciera de manera inevitable desde las calderas del capitalismo” (Casullo, 2013, p. 21). Desde esa clave, es interesante seguir indagando sobre la potencialidad de aquel proyecto político cultural inconcluso hacia fines de 1970 y sus posibilidades futuras de concreción, en la construcción de una nueva comunidad, con renovados valores fundados en la justicia social y la dignidad humana.

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Notas

[1] Comprendemos bajo esta conceptualización la experiencia político cultural desarrollada en las provincias de Chaco, Formosa, norte de la provincia de Santa Fe, Misiones, Corrientes y Entre Ríos. En este caso la delimitación regional no se acota a la demarcación de los límites políticos provinciales sino al reconocimiento de procesos políticos, geoculturales y sociohistóricos comunes (Ver Peppino, 2021).
[2] Hacemos propia la propuesta elaborada por María Victoria Montú (2018) quién sugiere pensar que la organización liguista apeló a la familia como estrategia y unidad de construcción política, considerando que allí residía su “mística” (2018, p. 42).
[3] En este trabajo utilizamos la categoría de “pequeños productores” y “trabajadores rurales” para referirnos a las familias que participaron de los Grupos Rurales en las distintas provincias del nordeste. Entendemos que mayoritariamente se trató de familias que poseían una pequeña o mediana extensión de tierra. Sin embargo, en muchos casos la producción familiar se complementaba con la realización de trabajos estacionales en relación de dependencia. Por otra parte, se preserva la mención “campesino/a” en el caso de los testimonios de las y los entrevistados, por tratarse del modo en que ellos y ellas eligieron identificarse. De ninguna manera se suscribe a una conceptualización analítica del uso clásico de la categoría “campesino”. Reconocemos que esta última ha sido ampliamente discutida por distintos investigadores e investigadoras de la temática (Archetti, 1988, Adobato, 2011; Percíncula y Calvo, 2012, entre otros).
[4] La reciente publicación “Violencias del pasado reciente del nordeste argentino” (2022) coordinada por Daniel Chao y María del Mar Solís Carnicer constituye, sin dudas, un relevante y novedoso aporte en este sentido.
[5] En este trabajo la categoría “Pueblo” es retomada para pensar al sujeto histórico político latinoamericano desde un horizonte filosófico-antropológico propio. “Pueblo” indica una unidad histórica y sintetizadora, conflictiva y compleja, múltiple y contradictoria, una totalidad abierta creativa (Casalla, 1975). La categoría Pueblo no sigue “leyes universales” e integra tanto la materialidad del sujeto -contenida en el concepto clásico de “clase”- como la dimensión político cultural constitutiva de cada realidad socio-cultural. “[…] es el punto de partida para entendernos en una existencia situada, mestiza, diversa, propia […] (Bianchi et al., 2019, p. 91).
[6] El trabajo de campo articuló la realización de entrevistas y estancias de investigación en la zona rural de las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes y Misiones. El mismo fue iniciado en el año 2014 y continuado durante 2018 y 2019. Se analizaron también fuentes de historia oral elaboradas colectivamente en el año 2008, en el marco del Seminario Extracurricular de Educación Rural dictado en la Universidad Nacional de Rosario. El trabajo etnográfico fue triangulado con el análisis de fuentes documentales y material bibliográfico.
[7] Conferencia Latinoamericana del Movimiento Internacional de la Juventud Agraria y Rural Católica (MIJARC), julio de 1969 (Ferrara, 2007, p. 110)
[8] Beatriz “Tudy” Noceti nació en 1932 en el seno de una familia católica de estancieros de la provincia de Buenos Aires. Comenzó a participar del MRAC entre los años 1962 y 1963. Fue parte del primer Equipo Nacional del MRAC y participó en 1963 del primer encuentro realizado en “Las Delicias”, Entre Ríos. Estuvo entre las impulsoras del proyecto en el nordeste y se destacó por su labor vinculada al trabajo con las mujeres campesinas.
[9] Benjasmín Chiapino, nació en Paraná en 1939, en una familia campesina. En 1961 se integró el equipo arquidiocesano del MRAC. Fue extensionista entre los años 1962 y 1966 y responsable del Secretariado Pampa Central del Comité Nacional. Integró el Equipo Nacional representando al sector campesino entre 1968 y 1970. Participó de diferentes experiencias de integración de las juventudes rurales a nivel internacional. Fue uno de los fundadores de las Ligas Agrarias en la provincia de Entre Ríos.
[10] Se destaca la fuerte raigambre cristiana de las luchas campesinas en Paraguay y Brasil, en el proceso revolucionario del Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua, así como la experiencia política impulsada por el sacerdote Camilo Torres junto al Ejército de Liberación Nacional en Colombia.
[11] El 25 de enero de 1959 el Papa Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II con el objetivo de renovar las estructuras tradicionales que cimentaban la institución. El Concilio constó de cuatro sesiones que iniciaron en 1962 bajo el mandato de Juan XXIII y concluyeron en diciembre de 1965 bajo el papado de Pablo VI.
[12] El 18 de mayo de 1972, las tensiones internas tras la radicalización política de parte de sus miembros, llevaron a que el MRAC fuera expulsado de la Acción Católica Argentina por definición de la 25º Asamblea Plenaria de la Comisión Episcopal (Adobato, 2011).
[13] El mismo se caracterizó por un conjunto de reformas de carácter capitalista conocidas bajo el nombre de “Revolución Verde” (Barsky y Gelman, 2001; Gras y Hernández 2013).
[14] La estructura del MRAC contaba con cuatro secretariados: Pampa Central (Entre Ríos, sur de Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires); Noreste (norte de Santa Fe, Chaco, Formosa, Corrientes, Misiones); Noroeste (Salta, Tucumán, Jujuy, Santiago del Estero, La Rioja); Cuyo (Mendoza, San Juan, San Luis). La escala se completaba con un Secretariado Latinoamericano con sede en Montevideo, Uruguay y un equipo internacional con sede en Lovania, Bélgica (Chiapino, 2019; Moyano Walker, 2020).
[15] Misereor es la obra episcopal de la Iglesia católica alemana para la cooperación al desarrollo.
[16] El Movimiento llegó a tener dos institutos con cursos de tres meses, uno en Capitán Sarmiento (mixto) y otro en Guanaco, para mujeres rurales dónde se realizaban seminarios intensivos de formación técnica y política (Chiapino, 2019).
[17] Ana Olivo nació en 1952 en una chacra de la provincia de Corrientes. Hacia 1968, con 16 años, comenzó a integrar junto a uno de sus 10 hermanos los Grupos Rurales que se reunían en la escuela del paraje “Palmita” en Perrugoitía. Allí conoció al padre Julián Zini y al obispo Alberto Devoto. Hacia los años setenta formó parte de la conformación de las Ligas Agrarias Correntinas y fue delegada en varias oportunidades. Ella y su familia fueron víctimas directas del terrorismo de Estado.
[18] El origen del “Ver, Juzgar y Actuar” se remonta al método “revisión de vida” creado por el Cardenal belga Joseph Cardijn en el marco del trabajo pastoral de la JOC en la década de 1930. Fue aplicado también en las experiencias pastorales de la juventud católica en la “Acción Popular” de Francia y posteriormente asumido por la Acción Católica en otras experiencias en diferentes continentes (Biord Castillo, 2004).
[19] Luis María “Luicho” Babín nació en Itatí, Corrientes. Se ordenó como sacerdote en 1964. Integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Fue expulsado de la Iglesia en 1970. Desde 1987 fue impulsor del Movimiento “Escuelas de la Familia Agrícola” en la Provincia de Corrientes.
[20] Maris Rébora nació en Gualeguaychú en 1940 en el seno de una familia campesina. Se recibió de maestra y en su juventud formó parte de los grupos rurales del Movimiento Rural de Acción Católica. Participó activamente en el sector “Maestro” trabajando en diferentes regiones del país. Formó parte del Equipo Nacional del MR.
[21] La vinculación de Paulo Freire con la política de formación de los jóvenes católicos/as a nivel mundial se realizó a través del MIJARC, como asesor del Departamento de Educación del Consejo Mundial de Iglesias (Peppino, 2021; Contardo; 2017). En el Secretariado Latinoamericano realizado en Uruguay en 1969 se realizó una instancia de formación ya orientada desde esta metodología (B. Chiapino, comunicación personal, 14 de julio de 2014).
[22] Carmen Dalmazo es oriunda de Chajarí, Entre Ríos, hija de una familia campesina de 12 hermanos. Fue parte del MRAC desde fines de los años sesenta y participó de la creación de las Ligas en Entre Ríos junto a las y los productores citrícolas de la zona de Chajarí.
[23] Nos referimos a otras experiencias histórico políticas de inserción en el sector rural durante la segunda mitad del siglo XX en Argentina. La influencia del modelo cubano condujo a que muchas organizaciones políticas y político militares, de “izquierda” y peronistas, impulsen en el sector rural la conformación de focos guerrilleros. En esa dirección se destacaron las iniciativas desplegadas en el noroeste argentino por el Movimiento Peronista de Liberación “Uturuncos”, el Ejército Guerrillero del Pueblo (ERP) y las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). No contamos con antecedentes sobre focos guerrilleros en el nordeste. Sin embargo, la adscripción a la “opción armada” permeó al interior de la organización liguista. Esto constituyó un núcleo de conflicto que desencadenó tensiones y generó un proceso de crisis, desarticulación y ruptura en algunas Ligas de base (Puede verse: Rodríguez, 2009; Moyano Walker, 2020; Peppino, 2021; Calvo, 2022).
[24] Su surgimiento abrevaba en una lectura de la situación campesina a nivel mundial. En la Asamblea Mundial del MIJARC, realizada del 15 de septiembre al 15 de octubre de 1970, en Otawa, Canadá, se analizó la doble vertiente del atraso y la pobreza en Latinoamérica: la estructura oligárquico-latifundista de la tenencia de la tierra y la dependencia externa de los monopolios imperialistas (Ferrara, 2007).
[25] Tomamos esta categoría de la propia denominación que le asignan los sujetos entrevistados, entendiendo que se refiere más al carácter multitudinario de su composición que a connotar homogeneidad, acriticidad y/o espontaneidad o ausencia de organización.
[26] Decreto Ley 4161 de 1956.
[27] Pilar Calveiro (2013) afirma que para fines de la década de 1960 “los militares acuñaron el término “subversivo” con una connotación tan difusa como para atribuir el rasgo de enemigo a todo aquel que no fuera idéntico […] Dado que el conflicto se concibe como guerra, el objetivo es destruir el enemigo, aniquilar al Otro para que quede sólo Uno” (p.32).
[28] Durante este periodo se sucedieron en el poder tres gobiernos militares: Juan Carlos Onganía (1966-1970), Roberto Marcelo Levingston (1970-1971) y Alejandro Agustín Lanusse (1971-1973).
[29] Otro hecho clave para comprender la profundización de la estrategia represiva sobre las Ligas Agrarias hacia fines de 1975 fue el copamiento del Regimiento de Infantería de Monte 29, el 5 de octubre de 1975, en la Provincia de Formosa. Este hecho aconteció en el marco de la “Operación Primicia” conducida por la organización “Montoneros” (Leguizamón, 2022).
[30] Esta política del terror desarrollada por los regímenes dictatoriales a escala continental se articuló a partir del “Plan Cóndor”: una operación centralizada por la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) y coordinada desde mediados de los años sesenta por los servicios de inteligencia de los países sudamericanos.
[31] El II Cuerpo de Ejército comprendía las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Chaco, Formosa, Corrientes y Misiones. El mismo estuvo a cargo del Gral. Díaz Bessone (septiembre de 1975 a octubre de 1976), del Gral. Leopoldo Galtieri (octubre de 1976 a febrero de 1979), del Gral. Luciano Adolfo Jáuregui (febrero de 1979 a diciembre de 1980) y del Gral. Juan Carlos Trimarco (diciembre de 1980 hasta el advenimiento de la democracia) (Bianchi, 2009).
[32] Marilú Babín nació en Corrientes. Participó de la Acción Católica desde niña formando parte de la Juventud Agraria Católica. Su esposo, José “Pepe” González, había sido extensionista del Movimiento Rural durante los primeros años de la década de 1960 y uno de los iniciadores y referentes de su desarrollo en la provincia de Corrientes.
[33] María Soledad Catoggio (2016) afirma que en nuestro país hay registro de 113 víctimas del terrorismo de Estado vinculadas a las “filas del catolicismo”: 79 sacerdotes (38 de ellos vinculados al clero regular y 41 al clero secular), de los cuales 22 pertenecían al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, 12 religiosas/os, 14 seminaristas y 2 obispos.
[34] A. Olivo, comunicación personal, 10 de septiembre de 2008.
[35] Chola era vecina de la comunidad rural del departamento Lavalle, provincia de Corrientes. Su familia fue víctima del terrorismo de Estado.
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