Entrevistas

¡Yo digo que ese era mi destino! Entrevista a Teodora Sarapura

I say that was my destiny! Interview with Teodora Sarapura

Eu digo que esse era o meu destino! Entrevista com Teodora Sarapura

Mónica Rojas Villena
INENCO- Universidad Nacional de Salta, Argentina, Argentina
Teodora Sarapura
Comunidad Kolla Kondorwaira de Potrero de Castilla, Argentina

Estudios Rurales. Publicación del Centro de Estudios de la Argentina Rural

Universidad Nacional de Quilmes, Argentina

ISSN: 2250-4001

Periodicidad: Semestral

vol. 14, núm. 29, 2024

estudiosrurales@unq.edu.ar

Recepción: 10 Junio 2024

Aprobación: 25 Junio 2024



DOI: https://doi.org/10.48160/22504001er29.572

Resumen: La vida de Teodora Sarapura, Dorita, es un recorrido que nos invita a conocer y reconocernos en las heridas coloniales que han signado la vida de tantos hombres y mujeres de los pueblos originarios, habitantes ancestrales del territorio de la provincia de Salta. Reconocer las tramas que van tejiendo la historia del autorreconocimiento indígena en la mixtura de identidades que es Salta y cómo desde allí la defensa del territorio surge como la lucha primera, la piedra fundamental para ser comunidad, para ir vislumbrando posibles horizontes en un presente complejo. El sueño que da inicio al relato es el hilo conductor de lo que para ella ha sido un mandato desde el deseo de su padre, pero también desde la voz de sus ancestros.

Palabras clave: Cerros de Salta, territorio, indígenas, educación.

Abstract: The life of Teodora Sarapura, Dorita, is a journey that invites us to understand and recognize ourselves in the colonial wounds that have marked the lives of so many men and women from indigenous communities, the ancestral inhabitants of the province of Salta. Recognizing the threads that weave the history of indigenous self-recognition in the mixture of identities that is Salta, and how from there, the defense of the territory emerges as the primary struggle, the cornerstone for being a community, to envision possible horizons in a complex present. The dream that begins the story is the guiding thread of what has been for her a mandate from the desire of her father, but also from the voice of her ancestors.

Keywords: Hills of Salta, territory, indigenous people, education.

Resumo: A vida de Teodora Sarapura, Dorita, é uma jornada que nos convida a entender e nos reconhecer nas feridas coloniais que marcaram a vida de tantos homens e mulheres das comunidades indígenas, os habitantes ancestrais da província de Salta. Reconhecer os fios que tecem a história do autorreconhecimento indígena na mistura de identidades que é Salta, e como a partir daí, a defesa do território surge como a luta primária, a pedra fundamental para ser uma comunidade, para vislumbrar possíveis horizontes em um presente complexo. O sonho que inicia a história é o fio condutor do que tem sido para ela um mandato do desejo de seu pai, mas também da voz de seus ancestrais.

Palavras-chave: Serras de Salta, territorio, indígenas, educação.

Introducción



La razón de vivir deja una huella que lejos de borrarse se incorpora a tus ojos tan llenos de recuerdos que cuando menos se imaginan aflora. Porque el tiempo, el implacable Y el que pasó siempre una huella dejó

Fuente: Pablo Milanés

Cuando comencé mi beca doctoral en el grupo de Planificación Energética y Gestión Territorial del Instituto de Investigaciones en Energía No Convencional (INENCO-CONICET), me encontré con la Comunidad Originaria Kolla Kondorwaira [1] del departamento La Caldera, en la provincia de Salta (Fig.7). Años atrás, había trabajado con comunidades Kollas en Salta y Jujuy, pero no tenía idea de cómo serían estas comunidades auto reconocidas como Kollas, tan cerca de la capital provincial.

Lo primero que me sorprendió fue la doble identidad Kolla y gaucha. Al principio, me causó ruido porque el gauchaje tiene resabios de la colonialidad, transmitida desde la época del Gral. Güemes. Sin embargo, con el tiempo, la cercanía cotidiana y las lecturas de Silvia Rivero Cusicanqui (2018), comprendí que lo ch’ixi (en aymara, “ch’ixi” representa la convivencia de diversas características no fusionadas) habita en todo nuestro continente. Este concepto, que muestra que los descendientes indígenas son “ch’ixis” al tener marcas tanto indígenas como occidentales, refleja la coexistencia de elementos múltiples en un mismo sujeto, de esa mezcla cultural sin que se diluyan. Es vital y dinámico, ayudándonos a superar la categoría de mestizaje.

Dorita, fue una sorpresa que me regalo la vida, descubrí en ella no solo a una enorme lideresa, sino una mujer que siendo lo que es para su comunidad y para todos y todas, quienes de alguna manera orbitamos su existencia y su lucha, mantiene intacta la ternura, la cercanía, la mano amiga, no como actitudes impostadas sino como parte constitutiva de su grandeza.

En Dorita, admiro y valoro la altivez con la que relata su historia. Aunque comparte similitudes con tantas otras historias de mujeres en nuestro continente, su narrativa está impregnada de la dignidad y ternura. No es una letanía de sufrimientos, sino un reconocimiento profundo a la vida rural, al amor por la tierra y al arduo camino recorrido para que ella y su comunidad sean reconocidos como los legítimos habitantes y guardianes de su territorio ancestral. En su dignidad, encuentro resonancias con la mía, comprendiendo mi proceso y reafirmando la importancia de respetar mis tiempos, mi origen y mi singularidad.

El relato sobre su vida es un testimonio poderoso. A través de sus palabras, emerge la vida y la construcción de su identidad como mujer indígena en una sociedad profundamente arraigada en tradiciones coloniales. Pero su relato va más allá: es un homenaje al territorio que la vio crecer, a su historia compartida con generaciones anteriores, y al esfuerzo incansable de quienes habitan los cerros. El amor por la tierra y la lucha por el reconocimiento como dueños de un territorio ancestral son hilos que entrelazan su relato, tejido con la resistencia y la esperanza de un pueblo que se niega a ser olvidado.

En las palabras que comparte, se revela la persistencia del colonialismo en pleno siglo XXI, solo interrumpida por la tenacidad de mujeres que, como ella, luchan incansablemente para situar a su comunidad y la causa indígena en el centro de la atención de los gobiernos. Su habilidad para abrir espacios en los sectores más marginados de las políticas es admirable y esencial para avanzar hacia una sociedad más justa y equitativa.

Este artículo es el fruto de la confianza mutua que se fue tejiendo a partir de la política de lo cotidiano, que no es otra cosa que acompañarnos en un camino que tiene como horizonte desarticular las redes de colonialidad internas como externas, que nos atraviesan. Este proceso nos interpela con respeto, cariño y confianza, aunque no está exento de conflictos.

Quizás por el hecho de que ambas somos hijas de la cultura andina que une nuestros países y nuestra identidad, es que nos sentimos hermanadas desde el primer momento, compartiendo comidas, festividades, proyectos, cuidados, deseos, en fin. Ella a su vez me abrió generosamente las puertas de su comunidad, de quienes la conforman y que ahora – proyecto de tejedoras mediante – vamos construyendo lazos más profundos.

Con la confianza como cimiento, Dorita accedió a que se realizara este artículo. Juntas, consensuamos cada detalle, y este documento es el fruto de ese trabajo colaborativo. Las ideas de ambas se plasmaron primero en los tópicos que guiarían la entrevista. Fue Dorita quien propuso no enfocarse en un tema específico, sino “comenzar desde el principio”. Luego, la entrevista se grabó, no se filmó, en dos hermosas tardes de verano. En esas conversaciones compartimos su vida, sus recuerdos, sus preocupaciones y sus interrogantes.

Lo que sigue son relatos en los que como sociedad deberíamos mirarnos para comprender lo complejo de la configuración de las identidades y las reivindicaciones.

El sueño, es el estructurante en el relato de vida de Dorita, como la punta del hilo de una madeja que se irá desenvolviendo a lo largo de la conversación, un sueño que al parecer es la premonición que irá dando sentido al devenir y a las elecciones que ella realizará a lo largo de su camino en la lucha por su territorio, por su comunidad y su cultura.

La predestinación a la que hace referencia Dorita comienza en la vida misma de la comunidad que a manera de juego va incorporando a los niños en lo cotidiano, en el trabajo, en la socialización, en todas las actividades que en ella se pueden llevar adelante.

La escuela desempeña un papel crucial en este relato. La escuela rural y la urbana, como dos caras de la misma moneda, comparten una incomprensión hacia la riqueza de la mixtura cultural que define a Salta. En situaciones como las que se narran, esta falta de comprensión y apoyo por parte del Estado tienen un impacto significativo en el destino de una comunidad.

Esta mixtura cultural o de características ch’ixi, en la que conviven cotidianamente la identidad Kolla con la gaucha, supone también un profundo sentido de religiosidad, la ancestral propia de los andes con un enorme fervor por la Pachamama y a la par el cariño y devoción por el culto a la virgen y los santos.

Así la comunidad se une en una peregrinación, un acto de profunda devoción y conexión con su historia ancestral. Durante esta travesía, los lazos se estrechan, y la tierra sagrada se convierte en el epicentro de su fe y resistencia. En cada paso, se comparten relatos, se entonan cantos y se renueva el compromiso con el territorio que los vio nacer. La peregrinación no solo es un viaje físico, sino también un viaje espiritual que fortalece su identidad y su lucha. A medida que avanzan, la comunidad se organiza, se empodera y se prepara para defender su tierra contra las amenazas externas. La misma energía que los guía en su caminar sagrado se transforma en la fuerza que los impulsa a proteger su hogar ancestral.

Finalmente, Dorita compartirá sus deseos, preocupaciones y su visión del futuro para la comunidad, en ese tiempo redondo que conecta la ciudad con el campo, donde las raíces se entrelazan con las dinámicas urbanas, donde se forja el destino de su gente.

El sueño

Yo digo que ese era mi destino, tuve un sueño, por eso digo qué ese era mi destino, yo te voy a contar una historia de mi destino (…) Yo cuando todavía estaba con mi marido tuve un sueño, tengo un sueño, (…) que los tengo así clarito.

Yo estaba en mi casa, mi casa tiene la puerta de la cocina así de este lado, esta es la pieza y en frente está la puerta de la cocina, separada por un espacio pequeño en mi casa materna. De pronto siento un ruido: ¡tun, tun, tun!, así como el del misachico[2] ¿ha visto? ¡así!, entonces yo salgo y me paro en la puerta y salen mis hermanos de adentro, uno por acá, otro por acá y yo miro así, hacia allá al cerro, hacia arriba al cerrito, la lomita, y aparecen esos indios que como los que había visto en los libros de lectura, todos con chiripas, las plumas, todo eso.

Bueno, aparecen varios indios, había uno grande, alto con las plumas, la chiripa, todo y venían dos a lado. Adelante de ellos venían dos que venían tocando con unos tambores así y atrás venían no se si tres o cuatro más venían, todo un séquito. Iban bajando así, venían de la lomita, no es tan alta, pero iban bajando, bajando y venían y venían y yo les digo a mis hermanos: ¡Chicos, pónganse para atrás, no sé quiénes son!, ¡Son indios! les digo, pónganse para atrás, los pongo así, yo los protejo a ellos así, digo ¡quédense ahí! y yo me quedo mirando así, vienen, vienen, vienen hacia nosotros.

Más allacito, se detienen, paran de tocar sus bombitos y ahí aparecen dos indios más, con lanza, todos con plumas, dos con unas lanzas así, con unas puntas y se acercan. Uno se adelanta y se para más o menos así a distancia y me señala y le señala al otro que era el más alto de todos: "¡Ella es!" - le dice -. Yo en mi pensamiento digo ¡estos me van a matar a mí! Yo hago a mis hermanos para atrás, les digo ¡Quédense para atrás! y.…yo me quedo dura ahí y entonces viene, se acerca el indio más grande, se acerca, se acerca, se acerca, me hace la reverencia y me entrega un paquetito. Era como un rey, el que vino. Yo recibo un envoltorio, todo bien blanco, bien blanco, lo recibo y todos me hacen la reverencia y se van para atrás, para atrás, para atrás. Vuelven a subir la lomita y se pierden.

Cuando logro reaccionar, miro el envoltorio, lo miro así, ¡era un niño! un niño de carne y hueso. Yo lo abro, era un niño y lo miro y los quiero hablar y ellos ya no estaban y ahí me desperté. Yo me quedé con el niño que los indios me habían regalado.

Un sueño que no me lo voy a olvidar nunca, porque cuando yo me desperté, estaba con las manos así como si estuviera sosteniendo al niño. Yo estaba acostada y me desperté teniendo las manos así. Yo lo recibí al niño, era un niño, lo destapé así, ellos me regalaron un niño a mí.

Yo digo que ellos me encomendaron la tarea de lo que yo hago ahora con la comunidad, yo supongo que eso sería. (...) Yo decía qué será, qué será, ¿por qué yo soñé esto? ¿por qué me entregaron a mí ese niño? porque eran indios, indios, indios con plumas, con chiripa, con todo. ¿Por qué me entregaron al niño? y después con el tiempo una vez fui a la escuela[3] y has visto que ahí están todas las ruinas, un día estaba sola ahí y me puse a pensar ahí en eso, (…) me puse ahí en medio de las ruinas y les preguntaba a mis antepasados qué necesitaban que haga, qué querían, que me dijeran qué puedo hacer, que me orienten qué debo hacer, que me guíen. Y con el tiempo empecé ya a ocuparme de la comunidad y a ver qué necesitaba.

Después fue que surgió esto de armar la comunidad y por esto de que ya los querían sacar, que casi se hacen dueños de nuestro territorio otra gente, fue que recurrieron a mí los otros, para que yo tome la iniciativa de ver la forma de defenderlos, de no dejar que los saquen de las tierras, que ellos queden ahí, todo eso.

Luego de eso, empecé ya a trabajar con la comunidad. Por eso, yo interpreto que debe ser que solo tuve dos hijos con mi esposo, me separé, y después ya estaba como libre para otras cosas pues, porque de haber tenido un matrimonio no lo hubiera podido hacer, porque los hombres son machistas, has visto, entonces no te dejan, después yo pienso eso que fue así como un predestino has visto, es como un mandato, que yo lo había pedido en las ruinas, que me iluminen qué tengo que hacer, que me digan que qué puedo hacer para protegerlos a ellos que se habían ido y que por qué se habían ido y que por qué no estaban ahí, todavía, vivos.

Ser niña y mujer en una comunidad originaria en los cerros de la provincia de Salta

Yo soy la quinta de 14 hermanos, hay dos hermanos antes y dos hermanos después, así que yo en medio de cuatro varones y bueno mi infancia fue en la casa de mis padres, en la que nací hasta que teníamos más o menos 5 o 6 años.

Dorita en un corral de la comunidad
Fig. 1
Dorita en un corral de la comunidad
Fuente: archivo personal de la entrevistada.

La vida era jugar, ayudar jugando, pero después de eso ya era ayudar a mi madre, ayudar a mi padre, sobre todo a la madre, en la casa con las cabras, con las ovejas. Tipo siete, ocho años, te ibas a cuidar el rastrojo, los más grandes ya iban más lejos a hacer cosas, pero todos teníamos tarea, o sea, el niño del campo no tiene infancia, no tiene juguetes, sus juguetes son el cabrito, el perro, el gato, no tiene... nada, o sea, pero es diversión, de última uno lo hace... como es niño o es chico todo lo hace jugando, no es triste hacer las cosas esas.

Cuando íbamos a desyuyar hacíamos una carrera, la mamá nos ayudaba, decía: "¡Ustedes tienen que hacer diez rayas el uno, diez rayas el otro!” Bueno y la mamá iba al medio, iba ayudando la mitad del uno, la mitad del otro, la mitad de los que estaban jugando, enseñaba a ayudar. Cuando no había mucho que hacer ella iba a ayudar a desyuyar. O cuando había que levantar piedras iba también, todo hacíamos jugando era un juego para nosotros.

Tenía una hermana mayor que nos llevaba a pastear con las cabras, con las ovejas, yo iba con ella. El pastoreo se hace en la mañana y se vuelve a la noche casi, todo el día detrás de las cabras, de las ovejas. Nos daban de avío el charqui con un poco de mote o algún pedazo de queso seco, eso para comer en el campo.

Mi mamá cuando tenía que hilar, se levantaba a las dos de la mañana porque durante el día no podía, pues tenía que hacer muchas cosas y se acostaba tarde tipo once de la noche a veces.

Dorita junto a su madre en la tarea del hilado
Fig. 2
Dorita junto a su madre en la tarea del hilado
Fuente: archivo personal de la entrevistada.

Hacía el desayuno a eso de las seis, cocinaba, veía las cabras, sacaba leche, daba de almorzar a todos sus hijos, a su marido, hacía los quesos. Algunos de nosotros nos íbamos a pastear las cabras y otros hermanos se iban al rastrojo con el papá, a levantar piedras para sembrar, a desyuyar si ya estaba sembrado, a cosechar si había que cosechar y otros a cuidar los rastrojos para que no entren las cabras. Todos teníamos distribuido el trabajo.

Mamá era una de las mejores hiladoras, hilaba finito, muy finito, casi como el hilo de coser, con eso mi papá cosía la ropa, todo era cosido con ese hilo de oveja. Ella era una mujer muy guapa, ninguna de nosotras hemos salido como ella. Nos vestíamos prácticamente con la lana de la oveja, a las medias las hacía la mamá, las hacía con palillos de cinco agujas que fabricaba de palitos. La ropa que hacían para las mujeres eran polleras y para los hombres pantalones cortos, también ponchos con un tejido llamado cordillate (Técnica de tejido en telar en un solo paño con punto diagonal). Con esos palillos se tejían medias, gorros, los guantes, tipo manopla. Su suegra, su abuela y su mamá le habían enseñado. Tejía bonito, unas fajas, preciosas tejía ella, muy bonito.

A los ocho años, mi papá me mandó a la escuela, a la ciudad, me mandó a vivir con mis primos. Mis primos me pusieron con otra familia y con otra. Mis papás me trajeron y me dejaron, recién a los seis meses volvieron a verme porque si venían seguido yo iba a llorar y me iba a querer ir con ellos.

Tenía ocho años y ahí aprendí a trabajar porque mi prima me hacía que la ayude a trabajar, a cuidar los chicos, así le ayudaba a trabajar a ella, fue bastante difícil mi infancia. Pero bueno, así sufrí, así salí adelante.

Terminé la primaria y después empecé la secundaria, pero en segundo año dejé. Me iba mal, porque claro, yo tenía que hacer muchas cosas. A las cuatro de la mañana nos levantábamos y volvía a ayudarle con la gente que ella daba pensión, no tenía tiempo de estudiar, estudiaba en el camino y no tenía tiempo de estudiar, entonces decidí dejar y me fui de esa casa, me fui con mi hermano mayor. También otro suplicio, mi cuñada también me trataba mal.

Cuando me mandaron a la ciudad, mi hermana, que era mayor, vivía aquí y trabajaba de mucama en una casa muy rica. Mi hermana era una chica bonita, tenías que ser bonita hasta para ser empleada doméstica. En los diarios pedían "de buena presencia", así que, si eras medio fea de cara, no te tomaban. Mi hermana era una chica muy linda y ella era mucama, porque en esas casonas grandes había una mucama para que tienda las camas, había una cocinera que hacía la comida, había otro que arreglaba los jardines y a mí me habían llevado para que le lleve el diario, para darle el mensaje que le mandaba la madre al hombre que era soltero, porque era tan larga la casa que tenías que correr hasta a otra punta, era la moza de mandar.

También limpiaba la platería: cubiertos de plata, bandejas de plata, jarras de plata, todo, eso hacía yo también. Tenía que brillar todo arriba de la mesa. Terminábamos de comer y había que levantar todo eso. Había que bañarse varias veces al día para atender la mesa, del desayuno, para el almuerzo y para la cena. Pero esa mujer era rica y tacaña con las empleadas, muy tacaña. Era tremenda, nos mezquinaba mucho la comida, mucho. Después mi hermana se salió, se fue a otra casa y yo volví con mi prima, otra vez el suplicio, cómo será que esa parte de mi vida la había pasado a la historia.

O sea que yo sufrí bastante, abusaron de mí haciéndome trabajar sin tener la edad. Yo era chica para hacer los trabajos que hacía, pero bueno, aprendí a los golpes y aprendí. Digo bueno, de último quizás papá quería que yo aprenda otras cosas para que me desenvuelva en la vida y después lo pueda defender a él, porque es como él quería, que lo proteja a él.

A los catorce años, quince, decidí que no me iba a dejar tratar mal como siempre, ya tenía mi carácter. En el diario salían avisos que llevaban niñeras a Buenos Aires. En el diario había un teléfono y una dirección, yo fui a esa dirección y me atendió una señora, que no me acuerdo mucho su cara porque la vi una sola vez en la vida. Ella me contactó con otra señora de Buenos Aires que creo que era su hija, y ella me compró el pasaje. Arreglé mis pocas ropas y me fui, ¡así! y allá me esperaban en Retiro.

No me despidió nadie, porque nadie sabía. No le avisé ni a mi hermano, ni a nadie, un día me desaparecí y me fui. Después cuando estaba allá yo le escribí una carta a mi otro hermano, uno que ya murió, le dije dónde estaba. Nada, ni siquiera me contestaron; sí le avisaron a mamá donde estaba, a papá también. Papá se había enojado porque no le había dicho, pero después cuando yo vine al año ¡ah, se puso contento!, ya no me retó ni me dijo nada, no me dijo nada ya.

Mi mamá lo mismo. Mi mamá era más estricta todavía, sí ella era más estricta, papá también, pero ella era recta, cuando tenía que ajustar cuentas, ajustaba cuentas. Ellos estuvieron contentos, entonces yo venía todos los años por dos meses y antes de las clases ya tenía que volverme a ir. La señora me pagaba el pasaje, yo guardaba toda mi plata, yo no gastaba nada, me pagaba bien y yo guardaba mi plata y aquí les compraba cosas para ellos. Así por cinco años.

Nunca me gustó Buenos Aires porque yo de estar en el campo, de ver cerros, cabras, ovejas, animales, ser libre en los cerros, yo estaba en la zona de Florida, todo era casa, casa, casa. Al sol lo veía al medio día, miraba así, quería salir corriendo, pero después pensaba que como me había peleado con mi cuñada no quería volver y no quería volver a darles trabajo a mis padres porque yo quería estudiar y nada, no me gustaba. Allá no estudiaba porque yo estaba nada más para cuidar a dos niñas. Como la señora tenía un problema de discapacidad en una pierna, me mandaba con el esposo y las niñas, me mandaba a pasear por Buenos Aires. Conocí Palermo, el zoológico, bueno, todo por ahí. Ella sí me cuidaba mucho, tenía mucho cuidado para que a mí no me pase nada. Realmente tuve suerte, me trató bien esa mujer.

Dorita en Buenos Aires
Fig. 3
Dorita en Buenos Aires
Fuente: archivo personal de la entrevistada

Y ahí cuando volví, a los 19 años casi, vengo y me pongo de novia con el que es padre de mis hijos. Él es de Potrero, me fui a vivir con él, bah, él me llevo a su casa a vivir con él. Nos casamos con un cura del campo digamos, porque era un cura que andaba misionando y nos casó ahí, pero no sé si era cura realmente no sé, yo no tengo ningún papel, pero será que valía, no sé. La cuestión es que me fue mal hasta que un día decidí que no más y me volví a la ciudad. En realidad, me volví porque no iba a darle trabajo a mi madre que había criado tantos hijos, yo llevar dos más para que me mantengan y todo, no estaba bien.

A Miguel yo lo tuve en Salta. Bajé para ver a mi prima una semana y para hacerme los controles y lo tuve. Ella me llevó a la maternidad y ahí lo tuve en el viejo Hospital Del Milagro, en la época del proceso. Yo me acuerdo, fue feo eso, la época del proceso porque como te quitaban los chicos, desaparecían los niños y esa noche, yo lo tuve a las dos de la mañana a Miguel, la partera me lo puso entre mis piernas a él y me dijo: ¡No te duermas, no te duermas por nada del mundo, no te duermas! ahí te lo dejo porque si no puede desaparecer tu hijo, porque así hacían pues en esa época, te sacaban a los niños.

Había muchos niños que desaparecieron en esa época, así que yo hacía un esfuerzo por no dormirme hasta que amaneció, yo me lo puse aquí (a sus pies) y bueno después al otro día nomas me dieron el alta con mi niño y ahí volvimos para el cerro.

Con mi segundo hijo, ya faltaba más o menos catorce o quince días faltaban para que nazca entonces yo me vengo de arriba y le digo a mi marido me voy a hacer los controles porque ya me va a tocar, ya tengo casi fecha. Él trabajaba ahí en Yacones[4], haciendo unas defensas en la orilla del río, paraba en una piecita. Bueno, me dice, esperame yo voy a ir a trabajar y a la tarde, a las cinco de la tarde yo te llevo, bueno y no sé, fue cuestión de una hora, hora y media que empezó el primer dolor hasta que lo tuve, fueron una, dos, tres contracciones y lo tuve.

No tuve tiempo de llamar a una señora que vivía en el fondo, doña Lucía que era partera, porque ella se estaba yendo y le digo a mi marido ¡Uy, me agarró un dolor, no será que me estoy por enfermar y me dice ¡voy a buscar a doña Lucía que te acompañe! Debe haber caminado unos trescientos metros, yo tuve la segunda contracción, vuelve y dice "No está Doña Lucía, ¿cómo estás?", Pero le digo, tengo más dolores. Se fue corriendo a buscar a Doña Lucía otra vez y cuando él volvió, yo ya lo tenía al chico.

Tuve que ponerme de cuclillas, ahí a lado de la cama, no tenía un trapo siquiera, nada no tenía. Agarré un pedazo de cuero de la montura de él, lo puse ahí abajo, me puse en cuclillas y bajó mi hijo, lo tuve que sacar por delante así y tenerlo así porque estaba pegado al cordón umbilical. Como él se afeitaba, le dije agarra una gillete, pásala por alcohol, siempre se suele tener alcohol en todas las casas. Agarra el alcohol y desinfectala y pilla cualquier hilo y pasalo con alcohol y atalo aquí y atalo allá.

Yo sabía cómo se hacía, entonces atalo le digo a esta distancia y cortá. ¡Muerto de miedo estaba! y no le quedaba otra porque no estaba la señora que me podía atender y cortó el cordón y le digo ¡ahora ayudame a subir a la cama! y ¡ah!, como estaba pelado el chiquito, pillé una camisa que tenía al costado, ahí en el respaldo de la cama, rota, vieja, toda ...y lo envolví con eso, lo envolvía así y le digo: ¡ahora subime a la cama", así que él me ayudo a subir a mi cama y me acosté en la cama con mi hijo y con unos trapos ahí para que me seque.

Cuando estaba por subir a la cama, le digo apretame de atrás un poquito le digo, así, así, porque así hacía mi papá. Apretame un poquito acá (el bajo vientre), porque yo sentía como otros retorcijones entonces y le digo ¡apretame con la mano así un poquito! y bajó la placenta. “¿Qué es eso?” -me dice- es la placenta le digo, es la casa del niño, yo sabía porque yo la veía a la mamá.

Bajó la placenta, bajo todo y le digo: ¿no tenés un trapo? ¡Fajame! le digo porque me siento como hueca, me sentía así, como si me faltara todo esto (se toca la panza). Le digo busca cualquier cosa, me acuerdo de que tenía un pedazo de poncho, no sé qué era, le digo: agarrá, atame aquí, haceme aunque sea un nudo y ayudame a subir a la cama. Me ato ahí, y me ayudó a subir a la cama como pudo.

En eso llegó recién la abuela, doña Lucia. "¿Qué te ha pasado hijita, ¿qué te ha pasado hijita?”, le cuento, bueno me dice, "¡hay que traer esto!”, hizo un té de manzanilla y romero. El té de manzanilla que se acostumbra tomar para expulsar toda la sangre que queda y quede la matríz limpia, eso también es parte del campo. Fue, carneó una gallina, me hizo sopa de gallina, me atendió, me acuerdo, me ató la cabeza, porque también se acostumbra a atarte la cabeza así para que no te duela porque se dice que la cabeza hace mucho esfuerzo en el parto.

Entonces bueno me ató la cabeza, me lavó las manos, me higienizó y me puso bien en la cama, me acomodó, me dio el té de manzanilla y dice “esto es para que votes todo lo que tengas que votar hijita, vas a quedar limpita”. Así que me fajó, y me dormí. Yo me dormí un rato y ella me dejó dormirme. Al rato ella vino, en su fuego ya había calentado agua y dice "ya lo vamos a bañar al hombre este" y lo bañó al nene, ese era el Nano.

Cuando te enfermabas de parto, se acostumbraba que durante cuarenta no se debía comer carne de cabra, de oveja, de vaca, no comer papa, porque la papa inflama la matriz y como que es cierto. Ni bien tenías al niño, había que fajarlo. Y los 40 días la cabeza atada, los 40 días no tocar agua, 40 días sin acercarse al fuego, sin lavarte la cabeza y para lavarte la cabeza la primera vez, te lavaba otro también. Entonces tenían que ponerte para atrás y venía otro que te lavaba la cabeza y la primera vez era con agua de yuyos (malva o ñusco) y que esto y que el otro y te sahumaba y entonces cuando te lavaba la cabeza, te bañabas bien y te sahumaban, estabas lista para todo. El cuidado era para que tu matriz vuelva a la normalidad, para que se acomode todo otra vez, y no tengas una recaída, sobre todo, que la matriz se acomode, ese era todo el cuidado que se necesitaba.

Los hijos de Dorita (Nano y Miguel)
Fig. 4
Los hijos de Dorita (Nano y Miguel)
Fuente: archivo personal de la entrevistada.

Cuando nacen los niños, lo primero que se hace es bañarlo, lavarlo, ponerle la ropita limpia y fajarlo de la cabeza a los pies, un solo cigarro, para que dé grande tenga una buena columna, eso era el fin, que tuviera buena columna, que la columna estuviera derechita y que fuera fuerte. Y es así porque la gente en el campo nunca hemos sufrido de problemas de cintura, de columna, fuerte toda la vida para trabajar, decían que había que ser fuertes para trabajar y son fuertes para trabajar todos.

Cuando me separé del padre de mis hijos, dejé al mayor arriba con mi suegra hasta estabilizarme económicamente, después fui a buscar a mi hijito. Comencé a trabajar en Ciudad del Milagro [5], ahí todos me conocen porque yo iba en mi bicicleta y llevaba un chico adelante y otro atrás, tenía el asiento adelante. Los primeros meses fueron difíciles, yo lavaba mucha ropa, se abusan también. Yo iba y me daban la parva de ropa para lavar a mano, ¡ay! decía yo, cuando voy a salir de acá. Lavaba y lavaba y a mi hijito le daba sueño, en una casa dormía en una caja de cartón al lado mío, tomaba pecho y dormía en la caja mi hijito. En otras casas por ahí me daban una camita, para que duerma, en otros lados no. Pero sí me ha costado mucho, criar a mis hijos y salir adelante.

Mi papá siempre confió en mí, pero también me trajo malos momentos con mis hermanos porque a la larga, ellos pensaron que yo me quería quedar con las cosas de mi papá, y no era así, al contrario. Mi papá no me dio sus animales, yo solo organizaba, no eran míos, eran de él porque mi padre era una persona que decía que eran de él hasta que él se muera. A sus hijos les daba la herencia, cumplía los dieciocho años les daba no sé, a los más grandes les dio diez cabezas de vaca, a nosotros ya nos tocó una y les daba en vida. Y el resto bueno, digamos como una ley que te morís te repartís así sea una vaca en diez partes, pero la orden era repartirse.

Las mujeres viudas podían heredar la tierra, tenían derechos al igual que sus hijos. Era la viuda y pasaba a reemplazar el poder de jefe de hogar, eso se respetó siempre.

La escuela ¡No te achiques, nunca te achiques!

De mayores mis hermanos iban a una escuela de la misma comunidad, pero yo no fui a esa escuela. Mi papá había decidido que yo estudiara más que mis hermanos porque mis hermanos hacían 1°, 2°, 3° grado y ya era suficiente; las mujeres también, aunque sepan firmar era suficiente para las mujeres. De hecho, mi madre había ido a la escuela, ella si aprendió a firmar, a leer, no así mi papá. Mi papá casi nada, solo sabía firmar. Él había ido al ejército, había hecho el servicio militar y ahí había aprendido un poco, pero después nada.

Me mandó a la escuela, a la ciudad, él decía: "¡La china no va ir a la escuela de aquí, a ella la voy a mandar a la ciudad, que aprenda bien!" Él decidió, tendría alguna visión, habrá pensado que yo podía ser su sostén, como que fue así hasta que se murió.

Yo tenía carácter, me había criado entre dos hermanos antes y dos hermanos después, yo estaba al medio. Entonces yo me sentía como un varón más porque hacía las cosas que los changos hacían, me sentía como más fuerte porque los changos, los varones de por sí son más fuertes pues. Yo creo que eso me ha hecho forjar mi carácter porque yo hacía lo que los changos hacían. Si ellos se iban por ahí, no sé a buscar animales, yo me iba por atrás, ellos se iban a buscar miel digamos, yo me iba... "¡No, no, no vas a ir, vos no vas a ir!" me decían, y yo me iba como perro por atrás y me iba y me iba.

El habrá pensado quizás que como soy mujer y había que pasar muchos cerros para ir y volver a la escuela (la vieja escuela del cerro) me podía pasar algo. A esa escuela se entraba a las doce, mis hermanos salían a las ocho de la casa, bajaban, subían otro cerro, caminaban hasta que llegaban a la escuela.

Un día dijo "Vos vas a ir a la ciudad, ya he hablado con Pedro" - se llamaba mi primo- ellos te van a atender, vos vas a ir a la escuela de ahí.

Ahí fui primero a la escuela Vicente Solá, después me pusieron con otra familia para que vaya de niñera de otros chiquitos de la gente de la ciudad, digamos de gente de plata. Ahí iba a la escuela Urquiza, donde iba toda la crema de Salta. No había escuelas privadas, a la escuela Urquiza iban como decíamos nosotros, toda la "cholada"[6]. ¡Todos eran rubios!, menos yo (se ríe), menos yo (Fig.5).

Alumna de la escuela Urquiza
Fig. 5
Alumna de la escuela Urquiza
Fuente: archivo personal de la entrevistada

Primero me miraban nomás, y después ya me trataban bien, porque yo era buena en la escuela, entonces yo los ayudaba pues. Yo me llevaba bien con los chicos, ellos también me querían y es más, algunos son hoy funcionarios de gobierno, si los veo les recuerdo y sí, se van a acordar. De hecho, me encontré con dos y hablando así se acordaron: “¡Ah, dice, vos parecías mosca en la leche!”, así parecía, la mosca en la leche, porque ellos eran todos rubios, porque la gente de la alta sociedad de Salta iba a esa escuela, ahora ya va todo el mundo.

Ahí empecé a darme con todo el mundo, mi papá me decía "¡Nunca te dejes tratar mal!", el consejo que él me ha dado en chiquita, no solo a mí, a todos, a todos sus hijos. Él decía: "Cuando saluden den la mano y ¡den bien la mano!. Cuando saluden, ¡saluden con una sonrisa! ¡Nunca se saluda mala vuelta!" decía él, “nunca se saluda con mala cara, se saluda bien o no se saluda y se da la mano, ¡se saca el sombrero y se da la mano, nunca se pasa derecho ante nadie!”. Decía: "¡El que saluda bien y el comedido nunca va a pasar hambre hija!". Comedido quería decir: hacé lo que tengas que hacer, sé atento, comedido y respetuoso, bueno eso. Eso era el consejo de él.

Fotografía de los hijos y el padre de Dorita. El padre es el
primero a la izquierda, seguido por sus dos hijos
Fig. 6
Fotografía de los hijos y el padre de Dorita. El padre es el primero a la izquierda, seguido por sus dos hijos
Fuente: archivo personal de la entrevistada.

Así fue, y él decía: “¡Nunca se crean menos que nadie, porque nadie es menos que nadie! ¡Todos somos iguales!”. A mí siempre me decía "¡No te achiques, nunca te achiques!".

Yo no me sentía menos - en la escuela -, no me sentía menos porque ellos no me hacían sentir menos a mí. Cuando ellos se habían dado cuenta que yo aprendía rápido, algunas veces les ayudaba con las tareas pues, entonces ya éramos chanchos amigos. Me decían: " Tolola (porque yo soy Teodora) avisame ¿cómo has hecho esto? ¿vos has hecho estas tareas?". Sí, les decía, yo les ayudaba a hacer, me daban caramelos, nos llevábamos bien, nunca me hicieron sentir menos, ellos nunca me trataron mal.

Yo hice toda la primaria, terminé mi primaria en la escuela Urquiza, empecé la secundaria en la escuela profesional de mujeres y dejé. Después hice enfermería en la Cruz Roja dos años y dejé y bueno después me dediqué a la carrera de madre. Después grande hice el secundario, terminé en el BSPA [7] en el año ´90 más o menos.

En la escuela que había en la comunidad eran buenos los maestros, pero a veces se iban y no volvían un mes, o venían dos semanas y se perdían una semana, así era la cosa. Mi papá, era el que acarreaba a los maestros: llevaba a los maestros, traía a los maestros, entonces, claro perdían mucho los chicos y después papá dijo, “¡si van a perder el tiempo no estudian nada!”, y mis hermanos ya no iban a la escuela. Bueno, hicieron tercer grado el uno, segundo grado el otro, primer grado el otro.

Esa escuela tenía muchos chicos en alguna época, a las maestras la gente las ayudaba, bueno a medida que podía les daban la carne, la leña, les hacían pan, las llevaban con los cargueros, las traían de vuelta. La escuela quedaba a siete horas y media más o menos, ocho bien andadas desde Vaqueros, descansando en algún lugar media hora, ocho horas ponele. Algunos chicos y chicas en la escuela pasaban los 18 años y también había más chiquitos, sería por eso que las maestras no querían ir. La cuestión es que por eso después cierran la escuela y ahí empieza la migración.

Después había un intendente que cuando se cerró la escuela, al tiempo fue y sacó y repartió las ventanas, las puertas, las chapas, los libros, máquinas. Todo tenía esa escuela, porque en la época en que la fundaron habían llevado muchas cosas, hasta máquinas de coser.

Si la escuela no se cerraba, capaz la gente se quedaba. Más allá de que cada padre mandaba hasta primero, segundo o tercer grado y apenas que aprenda leer y firmar, pero existía la escuela, había gente, si cada familia tenía ocho o diez hijos.

Ahora la idea es que los jóvenes vuelvan, pero el pueblo es atrapante, entonces quedan pocos arriba, quedan los grandes. Lo que sí en las vacaciones vuelven todos, también los niños y eso es lo bueno porque ellos aprenden de sus padres lo que es su cultura, lo que es el campo.

Pero la escuela te atrapa. Por lo menos seis años estás obligado a mandar a tus hijos a la escuela, desde los cinco años. Bueno hasta los dieciocho están, el Estado te los saca de las manos a los chicos y no es que ellos se quieran venir, es obligatorio. ¿Cómo se puede sostener una cultura, cómo se puede sostener una forma de vivir si el Estado te los saca?, porque es así, el Estado te obliga, así como te obliga a ponerte una vacuna, te obliga a salir de tu casa e irte y después ¡los jóvenes migran!, migran porque te los sacan y no solo eso, el Estado quita autoridad a los padres, te la quita. Los niños vienen sanos digamos de costumbres, sanos de todo vienen, y aquí se corrompen mucho, las cosas indebidas aprenden más rápido que las buenas, lo hacen porque está todo ahí. Los chicos se desarraigan demasiado con la escuela, aprenden, pero no sé, se lo saca de su hábitat y después no los acompañan más, así también perdimos nuestra lengua nativa.

Yo me acuerdo de Laudino, mi hermano. Una vez, una mujer en la escuela le quería clavar un clavo en la cabeza porque le había robado un bollo de pan, un pan, porque la maestra lo había penitenciado por portarse mal, y no le habían dado de comer todo el día. Él había entrado por la ventanilla y había robado un bollo. Claro, estaba con hambre el chico, y dice que ya lo tenía el clavo ahí, él dice que le pegó un empujón a la mujer, la tiró para atrás y salió disparando y se fue al cerro. Eso yo lo sé porque me contaban, porque en esa época yo estaba en Buenos Aires, porque si no, yo vengo y le rompo el alma a la maestra.

Se fue y no volvió más, era menor que yo, él ya estaba en la escuela de Yacones[8]. El Laudino no quiso ir nunca más a la escuela. Se escapó y se fue a la casa, a pie chiquitito, así me dijo mi mamá. ¿Quién quiere volver a la escuela? ¿Quién quiere? Eran malos algunos maestros, los trataban muy mal. Cuando yo ya volví, había una directora que los trataba remal, estaba Luisito, su hermano, estaba el Diego, y había otros chicos más. Ellos lloraban porque los trataban mal, porque les mezquinaban la comida, los trataban de kollas sucios, de kollas piojosos, siempre los han tratado así. No sé ahora, pero siempre los chicos se sentían discriminados.

Eran traviesos los chicos, pero eran traviesos de inocentes, no eran traviesos de malos digamos. Los chicos han sufrido mucha discriminación en las escuelas, mucha discriminación y eso a mí me duele porque no lo he podido cambiar, hay alguna razón por la que los reclamos y las notas no valen.

Las autoridades de gobierno no se hacen presentes, porque el maestro puede ser bueno como puede ser malo y es jefe, digamos en ese lugar, entonces es una cuestión de suerte que el maestro o que sea bueno o que sea malo. De pronto puede ser estricto un maestro, no digo que no, pero los chicos tienen derecho a aprender, es su derecho y no ser maltratado, discriminado, apocado. Los chicos tienen su historia de lo que les ha pasado en la escuela, ¡siempre fue complicado mandar a los chicos a la escuela!

A pesar de eso, en el colegio de Vaqueros, todos los años hay un abanderado, un escolta de los chicos nuestros de la comunidad, por eso cuando yo voy para que me firme una nota para un aval, para una beca, para algo, cerrando los ojos me lo firma, me dice los chicos son los mejores, tus chicos son los mejores y el director los conoce y sabe y por ahí cuando les tiene que hacer pasar una falta, algo, le dicen, “son chicos originarios, así que yo a ellos los apoyo”, los conoce.

Sin embargo, los chicos de hoy tienen otra mentalidad y ya están formados de otra manera, hay algunos que sí, que reconocen y que todavía están prendidos de su cultura, otros no y es difícil porque son grandes y como que les da vergüenza decir que son originarios. Yo les digo que no, porque ser originario es lo mejor que puede pasar, sos dueño de tu identidad, tenés un origen, tenés un pasado, tenés tu propia cultura, no es que te vas a ir a jugar Halloween el primero de noviembre no sé dónde, el 30 de noviembre, nosotros tenemos nuestras almas, nuestras ofrendas, nuestras cosas, entonces es difícil con los chicos.

La peregrinación y la lucha por la tierra

De lo que tengo conocimiento es que el lugar donde vivimos siempre se llamó Potrero de Castilla. Era una finca como tantas que hay en Salta, como Potrero de Linares o Potrero de Díaz, hay varios potreros y le pondrían así por nombre del dueño de esas tierras. De los Linares es Potrero de Linares, de los Díaz Potrero de Díaz y de los Castilla sería Potrero de Castilla. Unas fincas que Salta tiene todavía. En esa época del colonialismo seguramente, se repartieron las tierras como repartir una tajada de torta con la gente originaria adentro. A esas tierras, las han arrebatado y cada uno se ha hecho dueño. Se hicieron dueños, entonces empezaron a pedir que se les paguen los pastajes, las tierras y todo, siempre con nosotros adentro. Entonces fue por eso por lo que empezamos a juntarnos más.

Ubicación
de la Comunidad Kolla Kondorwaira. Potrero de Castilla. Departamento la
Caldera.Salta-Argentina
Fig. 7.
Ubicación de la Comunidad Kolla Kondorwaira. Potrero de Castilla. Departamento la Caldera.Salta-Argentina
Fuente: Elaboración propia con colaboración de la Dra. Aien Salvo.

Pero nosotros siempre nos juntábamos para alguna festividad, juntarnos en algún momento digamos de celebración, de alguna cosa, de la Pachamama, por ejemplo, de las ofrendas de Todos Santos, de las almas, de las pascuas.

De la época de la colonización, que es de donde debe haber quedado, cada familia tenía un santo, cualquier santo, pero un santo, sobre todo lo que son abogados de las vacas, las cabras de las ovejas, de los caballos. San Santiago es el santo de los caballos, la Virgen de la Candelaria de las vacas, el santo de las cabras es San Bartolo, así de esa forma nos evangelizaron. Entonces cada familia hacía su Misachico. Cada familia bajaba su Misachico a la ciudad, a la Iglesia de San Alfonso. Días tardaban hasta la ciudad, dos días, uno para llegar y otro para volver.

Iban y venían en grupo. Siempre venía alguno de cada familia de la comunidad, siempre se acompañaba, siempre se ayudaba, no venían todos juntos, sino que con el tiempo digamos, en la fecha que va a ser de San Francisco por decirte, bueno, venían con San Francisco, y se ayudaban. Después otro tiempo, en la fiesta de otro Santo, bueno venía ese y se ayudaban, era algo religioso y a la vez algo lindo, como recreativo, como espiritual, ¡era lindo!

En la escuela (la que cerraron) había una gruta con la Virgen del Valle, se hacían las fiestas patronales de la virgen, como yo no fui a esa escuela, no la conocía. Cuando el intendente se lleva todo lo que había en la escuela, también regala la Virgen.

En ese tiempo yo estaba medio ausente, pero cuando mis hijos ya iban a la escuela, yo siempre solía ir a la Iglesia allá abajo, a San Cayetano en Vaqueros. Ahí me hice conocida de uno de los hermanos de la congregación. Un día me dice "tengo que ir a Potrero", ya habían ido anteriormente con una intendenta, haciendo política por supuesto, había ido para ver si alguien necesitaba algo. También había ido el médico del Centro de Salud, un amigo y mi hermano que ya no está, llevándolos a ellos.

Vieron que la gruta estaba vacía, entonces cuando volvió le comentó a otro de los hermanos que era el director de los padres azules. Este hermano decidió ir y llevar una imagen, dice: "bueno, yo voy a traer una imagen para que ustedes tengan, para que la gruta no esté vacía". Llevaron a la gruta a la Virgen de Rosario de San Nicolás.

El hermano me contó que pasó eso, que habían llevado a la virgen y la había dejado ahí. Al año siguiente fueron y habían hecho una misa, con el padre. Pero al otro año me dice que no podían hacer la misa porque el padre no podía ir. Yo le dije ¿Cómo que no puede ir el padre? "No, porque no hay padre para que vaya". ¿No quiere que yo la traiga? le digo. “¿Cómo la va a ir a traer tan lejos?”, me dice. ¡Sí, yo la puedo traer! le digo, nosotros hacemos un Misachico y yo la podría traer. “¿Cómo la vas a ir a traer?” Voy a hablar a unos amigos que tengo, mis hermanos, la vamos a ir a traer. Présteme las andas y yo la voy a traer. “Bueno me dice, pero después no digas que te has cansado”. No, no se preocupe, yo me hago cargo, yo la traigo y después de hacerle pasar misa la llevo de vuelta. “Bueno” me dice.

entonces el hermano me prestó las andas, así es como empecé a hacer la peregrinación de la Virgen. Al principio éramos seis, siete, yo le hice un mantito a la Virgen, así a mano porque no tenía más y la comida para los peregrinos cabía en una bandeja, ahí llevaba la comida para todos. Nos quedamos unos días y regresamos de nuevo con la Virgen a su gruta, pero ya nos fuimos en octubre porque el hermano me dijo quédense para la fiesta de San Cayetano[9] a fines de agosto y después se van. Con algunos devotos decidimos regresarla a su gruta en octubre. Desde entonces pusimos fecha de bajarla en agosto y llevarla en octubre.


Imágenes de la Peregrinación de la Virgen de Rosario de Potrero de Castilla
Fig. 8
Imágenes de la Peregrinación de la Virgen de Rosario de Potrero de Castilla
Fuente: archivo personal de la entrevistada.

Cuando está aquí en Vaqueros, la Virgen va por todas las casas. Después se hacen misas, varias misas depende de quién quiera ofrecerle misa. Llega el día y ya estamos listos para salir y nos vamos a dejarla, hacemos la fiesta allá y pasó un año más. Ahí el tiempo redondo. Pero fue hermoso eso, porque eso nos hizo reunirnos, nos hizo juntarnos otra vez para empezar a sentirnos unidos de vuelta, más allá de que por ahí todos tienen sus ocupaciones. Y así han pasado 32 años.

Pero bueno, eso nos sirvió para reunirnos, hasta que un día me entero de que la tierra iba a ser rematada. Eso fue cuando nosotros dejamos de pagar, las tierras digamos, el uso de las tierras a alguien que no sabíamos quién era, teníamos nuestras dudas y por eso dejamos de pagar porque no sabíamos si realmente era el administrador o no. Y ahí es donde pensé que podríamos empezar a reunirnos para decidir cuál era el futuro, porque yo lo veía a mi papá afligido, preocupado porque qué va a hacer con sus animales, qué van a hacer los demás con sus animales, si viene un dueño y nos saca. Así fue como empezamos a reunirnos, así a conversar con el uno, con el otro, a ver qué pensaban y todos pensamos lo mismo, lo que íbamos a hacer y a donde nos iríamos con nuestros animales.

Cuando mi papá decidió no pagar, algunos decidieron hacer lo mismo y el hombre ya no volvió más, así como así. De ahí fueron más frecuentes las conversaciones, pensando siempre estar alerta por si aparecía alguien diciendo que las tierras eran de ellos. Así siempre con la incertidumbre, hasta que un día apareció en mi casa un hombre diciendo que era martillero, que la iban a rematar a la finca, porque el último dueño era una empresa norteamericana había endeudado a la finca y se fue a remate, con nosotros adentro siempre.

Ahí es donde ya nos pusimos más alertas, hicimos una reunión, yo hablé con el martillero que me mostró un edicto donde decía que las tierras tienen grandes llanuras, que tienen plantación de cedro, que tienen áreas de llanuras, le digo: es mentira, ¡no es así!, estás vendiendo algo que no es.

Resulta que el chico que era martillero había sido uno de los chicos de cuando yo iba a la escuela Urquiza. Entonces ya conociéndonos ahí, reconociéndonos de vuelta me dice: "mira lo que podemos hacer, ¿vos te animas a que sobrevolemos la finca?", bueno le digo. Yo como era toda audaz le digo sí, bueno. Nos subimos en una avioneta y sobrevolamos la finca. Realmente constató que no era lo que le habían dicho. Entonces él me dice: "yo puedo aplazar, cambiar el edicto, te puedo dar quince días o diez días, quince máximos para volver a sacar otro edicto, porque sí o sí se tiene que rematar, está embargada".

En ese tiempo yo hablé un senador que era amigo también y me dijo "¡andá ya, hacé la nota, juntá toda la gente, hacé una nota y traémela!", me dice anda rápido, porque estos te dicen quince días y capaz de que son dos días menos, así que me fui. Junté a la gente, les mandé a avisar, con un chico Corimayo, que ya se murió, él iba a avisar y les decía ¿vos te animas a avisar a algunos?, sí dice y yo me mandé. Nos juntamos allá un día de lluvia, ahí donde tenemos el lugar de la comunidad, la escuela que era antigua escuela, ahí nos reunimos.

Se la presenté yo al senador, la nota firmada, y él se la presentó al gobernador. Le dije: Lucho, sálvame la finca por favor porque si no qué vamos a hacer nosotros. “Bueno, vamos a hacer lo que se pueda”, me dice.

Yo ese día tenía a mi madre enferma, no llegué a tiempo al remate, llegué cuando ya había terminado. Me acuerdo de que fueron algunos de la comunidad que yo les pedí que vayan y contento el senador porque logró recuperarla a la finca.

Había un oferente que era de Jujuy, su finca limitaba con la nuestra, arriba. El límite tiene un lado para Jujuy, y para este lado está Potrero, para eso era que quería él a la finca. Y bueno, astuto el senador porque le dijo, ya cuando iba subiendo el precio, "Yo pongo tanto y pago todos los impuestos que se deben". El hombre de Jujuy dice “¡no, si hay que pagar impuestos, entonces no, me retiro!”. Él se reía pues, porque si está en remate no había impuestos para pagar. El otro no sabía y ahí es donde se la queda a la finca.

Después le dije y ¿ahora qué sigue? Me dice, “bueno, no la podemos poner a nombre de la comunidad porque ustedes no están organizados, porque hay una serie de cosas, dice, la pongamos a nombre de la provincia”. No me quedó otra.

Cuando fuimos a inmuebles para registrarla, el expediente no estaba, “¿y ahora qué vamos a hacer?” me dice, tiene que aparecer, entonces hemos hecho una nota diciendo que el expediente se había perdido y él entro la nota como un recurso de amparo, una cosa así para que el expediente aparezca. A los dos años apareció el expediente, menos mal que estaba como estaba.

Ahí se lo asentó a nombre de la provincia, por eso que el territorio es de la provincia, porque fue la única forma de salvarla de que otro se haga dueño. Nosotros temíamos que, cuando el expediente se desapareció, teníamos miedo de que alguno la asentara a su nombre y entonces la volvió a salvar ahí y la sacamos a nombre de la provincia, pensando que después la provincia nos la nombre a nosotros. Después ya se fue como senador, ya no estaba más, pero por lo menos ya no nos molestaron.

Así que estuvimos así y después que estuvo eso en la provincia, aparecieron otras personas (políticos) y con engaños nos querían sacar otra vez las tierras diciendo que nos daban un pedacito a cada uno y el resto iba a quedar para la comunidad, cosa que yo no creía porque decía que en propiedad privada quedaban las casas, el corral y nada más. La mayoría de las personas firmaron diciendo "¡Ay qué lindo voy a tener la propiedad, la escritura de las tierras!” Entonces yo les dije no, después que firmaron la nota, yo me quedé con esa nota. Era un acta firmada con el ministro de gobierno, yo dije ¡no, esto no está bien!, después yo reaccioné también.

Más allá de que no me parecía bien que firmaran por la propiedad privada y un espacio chico, me puse a reflexionar y dije ¡esto está mal! porque vamos a recibir la casa, los corrales y el resto de pastoreo de los animales, ¿quién va a ser el dueño de eso?, por más que ellos digan que es de la comunidad, no era cierto, no íbamos a tener derecho al resto.

Entonces llamé a algunos hombres porque los hombres manejaban el tema de las tierras, era como que las mujeres no tenían mucha injerencia en decisiones de ese tipo. Los llamé y les dije, miren esto está pasando ¿qué vamos a hacer? "No sé qué vamos a hacer" me dicen. Entonces les digo nos retractemos, mandemos una nota que firmen todos retractándonos de la decisión y yo no voy a entregar el acta, el acta la tenía yo.

Y decidí no entregarles el acta, porque el segundo paso era hacer las escrituras, medir y escriturar individualmente, cosa que a mí no me parecía.

Entonces después de hacer esa nota de retractación, pasó un tiempo, se quedaron tranquilos, pasó un tiempo y un día me piden el acta y yo dije primero que el acta estaba en la casa de fulano en Potrero, después les mandé con otro, y finalmente les dije yo la tengo, yo me hice cargo de todo porque en la comunidad estaban con miedo, los habían amenazado. Yo les dije entonces, ustedes no se preocupen, díganles que yo la tengo, díganle que al acta la tengo yo, eso díganles para que ustedes no queden mal y que venga sobre mi todo, no se hagan problema, yo voy a responder le digo.

Así que ellos dijeron “No, la Dora lo tiene”. Me caían a la mañana, a la tarde, tenían una secretaria. La pobre secretaria venía a cada rato a pedir el acta, que dame el acta, que yo quiero el acta, que me piden que lleve el acta para hacer las escrituras, pero yo no la entregué. Así la salvé otra vez a la finca y quedamos en paz.

Después de eso ya pasó un tiempo y contándole a un amigo que trabaja en la UNSa (Universidad Nacional de Salta), siempre me he encontrado con gente de la ciudad, gente profesional, gente que es buena que tiene consideración de la gente de campo y un día me dice: “¿por qué no armas una personería jurídica?, si la armas me dice, tenes un instrumento legal para que ustedes estén organizados legalmente y estén reconocidos como comunidad originaria”. Le digo, pero ¿eso cómo es?, es difícil ¿o cómo es? “No, dice no, si ustedes se auto reconocen que eso es lo importante y después yo te ayudo a hacer”, así que él me ayudó.

Redactamos todas las notas, hicimos el padrón, él ya sabía porque ya había ayudado a otras comunidades a hacer su personería. Hicimos la nota, hicimos la historia de la comunidad, sobre todo la historia, bueno todo y presentamos y a todo esto habíamos formado como una pequeña comisión directiva y otra vez me pusieron a mi como presidenta. Nadie quería porque le tenían miedo a la gente, a hacer trámites. Nosotros en el campo siempre somos tímidos y como que le tenemos un poco de miedo a la gente de la ciudad y entonces me mandan de vuelta a mí y ahí es ya en calidad de presidenta y así armamos la personaría jurídica de la comunidad.

Al poco tiempo nos notificaron que nos habían otorgado la personería jurídica. Pero lo hicimos por bajo el poncho (bajo perfil) porque si se hubieran enterado esas personas que estaban interesadas en las tierras se hubiera frenado. Porque cuando ellos se enteraron, no lo podían creer cómo lo habíamos hecho.

Se enteraron porque salimos en el diario, en todos lados. Bueno se la hicimos una a una a los políticos que tenían tantas ganas de nuestras tierras. Ellos reconocen que fue una lucha en realidad como dicen, ahora la brava no se dejó y ya no se va a dejar.

Pero no, en realidad no fui yo, es toda la gente que puso la firma, que estuvo, que con su forma de ser supieron defenderse también, pudieron luchar por sus derechos y eso estuvo bueno, estuvo bueno. Hasta el día de hoy es constante la lucha de frenar a los que quieren hacerse dueños. Llevo 30 años peleándola y ahí sosteniendo, haciendo notas, que, a minería, que, para acá, que para allá, que la universidad, que a todos lados mandé nota, para que sepan que estamos ahí, pero hasta cuándo será, no sé…

El horizonte

El sueño fue un adelanto a mi vida, en realidad siempre me sentí servidora de mi gente, lo he hecho hasta el día de hoy, me siento servidora de mi gente, de mi comunidad. Haya hecho poco, bien, mal, no sé, pero siempre traté de dar lo que pude, lo que estuvo a mi alcance, mejorar la calidad de vida.

En el campo todo el tiempo estás trabajando y si no estás trabajando con la madre, estás con tu padre trabajando, levantando piedras, cerrando, ayudando con los caballos, arando, todo el tiempo se trabaja. Esa es una enseñanza que a muchos nos ha quedado, porque hoy esos chicos que fuimos, sabemos hacer de todo en el campo, no así la generación nueva que no tiene ese tipo de cultura del trabajo.

Hoy son pocos los chicos que van y ayudan porque todos están en otros trabajos, tratando de hacer plata y no saben que también la plata se la hace arriba. Aquí es difícil, para los varones sobre todo y aunque allá es más sacrificado el trabajo, se vive bien, se come bien, se duerme bien.

Yo me pregunto ¿dónde vamos a estar mejor? o ¿qué es estar mejor? Hoy por hoy, la ciudad no es estar mejor, no es estar mejor. Formas familia allá, tenés los niños y tenés que bajarlo a la escuela. Entonces no puede decirte el gobierno o quién sea, ¡Ay, las familias se vienen porque no les gusta!, No es que no les gusta, se tienen que venir. Que es lo que le pasa a algunas personas, dejan a sus hijos votados, el chiquito no pasa de curso o a veces se lleva una materia porque ellas están allá con sus animales y los chiquitos acá solos. Por eso digo, el Estado te saca de donde estás. Yo agradezco a mi padre que me haya mandado a otra escuela y me haya mandado a sufrir un poco porque en realidad sí sufrí.

Yo quisiera que todos en mi comunidad tengan las comodidades que merecen, que tengan luz, que tengan el agua, que ya la tienen, pero que sigan teniendo sus cosas. Yo quiero que vuelvan a Potrero, de hecho, mi hijo está allá viviendo y yo también quisiera irme. Él me escuchó y se va y está y es difícil también dejar su señora, su hijo y estar yendo cada nada, quedarse una semana allá, dos, tres días aquí, volver, pero yo veo que él está haciendo lo que a mí me hubiera gustado hacer y está viendo también por el futuro de sus hijos, porque mal que mal, él no tiene un trabajo, no tiene plan, no tiene nada, pero tiene un futuro ahí porque está trabajando su tierra, están los animales, de hambre no se va a morir y es su lugar y hoy día hay que luchar por la tierra.

Eso es lo que yo siempre les recalco a las chicas, vayan, vean sus tierras, siembren, aunque sea para las vacas, pero siembren, tienen ahí, arreglen las casas, porque en algún momento, alguien va a querer hacerse dueño de las tierras y yo no puedo luchar por ustedes, porque ustedes no están.

Yo quisiera que ellos vuelvan y estén todos, aunque sea uno o dos de cada familia, que estén los que no están, pero como uno no es profeta en su tierra, a veces, capaz que viene uno gringo y le dice y capaz que cree más ... a veces es así.

Sobre las autoras

Teodora Sarapura. Dorita, es la cacique de la Comunidad Kolla Kondorwaira, nacida en diciembre de 1956. Hija de Don Joaquín Sarapura y Doña Ramona Sumbay. Su liderazgo va más allá de la preservación y protección del territorio ancestral; también se enfoca en fortalecer la cultura e identidad de su comunidad. Junto con ella, gestiona diversos proyectos que promueven el desarrollo sostenible y el empoderamiento local, como ser: la publicación del libro “Nuestro Tiempo Redondo”, un valioso registro que documenta la historia y las experiencias de la comunidad, la comercialización de productos agroecológicos, la implementación de tecnologías sustentables, la Documentación y transmisión de saberes textiles, etc.

Mónica Rojas Villena. Es profesora en Ciencias de la Educación, nacida en Bolivia. Estudió en la Universidad Nacional de Salta, y desde el inicio de su carrera trabajó con escuelas rurales y pueblos indígenas tanto en tierras altas como bajas. Coautora de textos sobre pueblos indígenas e interculturalidad dirigidos especialmente a docentes de áreas urbanas y rurales. Actualmente es becaria doctoral y forma parte del grupo de Planificación Energética y Gestión Territorial (PEyGET) del Instituto de Investigaciones en Energía No Convencional (INENCO) con dependencia del CONICET y la Universidad Nacional de Salta.

Referencias

Rivera Cusicanqui, S. (2018). Un mundo Ch’ixi es posible. Ensayos de un presente en crisis. Tinta y Limón. https://journals.openedition.org/polis/19843

Yudi, R. J. (2009). Entre cholos y coyas: Reflexiones en torno a la etnicidad en la Provincia de Salta. XXVII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología, Buenos Aires. cdsa.aacademica.org/000-062/2212.pdf

Notas

[1] En quechua, “Kondorwaira” se traduce como "viento del cóndor". Kondorwaira encapsula la idea de un viento especial, uno que lleva consigo la esencia del cóndor y su conexión con lo divino. Es un término que evoca la espiritualidad, la libertad y la armonía con la naturaleza en la cultura quechua.
[2] El Misachico es una celebración típica del Noroeste Argentino Esta ceremonia religiosa es realizada por familias o grupos de pobladores de una comunidad. Durante el Misachico, pequeñas procesiones se organizan llevando la imagen de un santo o santa que no pertenece a una capilla o iglesia, sino a una familia. La figura del santo o de la virgen se conserva en la casa de una familia desde el fin de la celebración hasta la fecha de aniversario. Los misachicos se suman a las procesiones organizadas desde una iglesia. En estas festividades, hombres vestidos con ponchos rojos y sombreros negros, típicos de los antiguos gauchos de Güemes.
[3] En el relato de Dorita, a partir de la vuelta a su comunidad como se verá más adelante, la escuela vieja, ese lugar que quedó en ruinas, se fue convirtiendo en símbolo para la comunidad, esas ruinas también significaron el renacer de una identidad y de la lucha territorial. Es a la "escuela vieja" donde peregrinan con la Virgen del Rosario de Potrero de Castilla.
[4] Paraje del Departamento La Caldera, a unos 25 km al norte de la ciudad de Salta.
[5] Barrio de la ciudad de Salta que se encuentro al norte y establece el límite entre la ciudad y el municipio de Vaqueros
[6] Para el diccionario de la Real Academia Española eso quiere decir: “Mestizo de sangre europea e indígena”, o bien: “Dicho de un indio: Que adopta los usos occidentales”. De esa forma, si con el mote de coya se ha estigmatizado (y se lo hace aún) a las clases populares de la provincia, con el de cholo, las mismas contra estigmatizan a la oligarquía, develando que las distancias sociales y étnicas no son, ni fueron, tan marcadas como ella desea. Y que la pretendida salteñidad no puede negar sus profundas raíces andinas (Yudi, 2009).
[7] BSPA es un acrónimo que se refiere a los Bachilleratos Salteños para Adultos. Estos bachilleratos, creados en 1986 durante la restauración democrática en la provincia de Salta, se han convertido en un modelo educativo para la inclusión y el desarrollo educativo de los adultos. Su objetivo es brindar respuestas a un amplio sector de personas que habían sido excluidas de otros sistemas educativos. Los centros BSPA funcionan en edificios de escuelas primarias y secundarias, y ofrecen una alternativa de estudio para quienes desean completar su educación secundaria.
[8] Escuela N° 4.534 San Francisco de Asís en la localidad de Los Yacones, departamento La Caldera. Institución educativa es de carácter estatal clasificada como escuela rural de jornada completa con albergue.
[9] Patrono de Vaqueros cuya fiesta se celebra el último domingo de agosto.
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