Artículos

De la ciudad al campo en tiempos de crisis. El proceso de contraurbanización y re-ruralización producido por la pandemia

From the city to the countryside in times of crisis. The process of counterurbanization and re-ruralisation produced by the pandemic

Da cidade para o campo em tempos de crise. O processo de contra-urbanização e re-ruralização produzido pela pandemia.

Néstor García Montes
Universidad Complutense de Madrid, España

Estudios Rurales. Publicación del Centro de Estudios de la Argentina Rural

Universidad Nacional de Quilmes, Argentina

ISSN: 2250-4001

Periodicidad: Semestral

vol. 14, núm. 30, 2024

estudiosrurales@unq.edu.ar

Recepción: 03 Febrero 2024

Aprobación: 09 Septiembre 2024



DOI: https://doi.org/10.48160/22504001er30.548

Resumen: La pandemia por COVID-19 y el confinamiento han sido un acontecimiento crítico de graves consecuencias psicoemocionales, sociales y en la salud colectiva, y de un alcance y extensión antes no conocidos para la mayoría de las generaciones actuales. En este contexto de crisis sociosanitaria se produjo un fenómeno de contraurbanización y re-ruralización por el que un importante número de personas hizo un cambio residencial desde entornos urbanos a núcleos rurales. Se analizan aquí las motivaciones que estuvieron detrás de esta “gran escapada”, tanto factores explícitos y verbalizados como aquéllos otros que aparecen de forma subyacente y connotativa. El análisis parte de un análisis cualitativo y cuantitativo de información primaria (entrevistas, cuestionarios y grupos de discusión) y de fuentes secundarias. Aunque este proceso de éxodo urbano se dio en distintos países, nos centraremos en el caso español.

Palabras clave: Contraurbanización, re-ruralización, crisis, pandemia.

Abstract: The COVID-19 pandemic and confinement have been a critical event with serious psycho-emotional, social and collective health consequences, and of a scope and extent previously unknown to most of today's generations. In this context of socio-health crisis, a phenomenon of counter-urbanisation and re-ruralisation took place whereby a significant number of people made a residential shift from urban to rural settings. The motivations behind this "great escape" are analysed here, both explicit and verbalised factors and those that appear in an underlying and connotative way. The analysis is based on a qualitative and quantitative analysis of primary information (interviews, questionnaires and focus groups) and secondary sources. Although this process of urban exodus took place in different countries, we will focus on the Spanish case.

Keywords: Counterurbanization, re-ruralisation, crisis, pandemic.

Resumo: A pandemia da COVID-19 e o confinamento foram um evento crítico com graves consequências psicoemocionais, sociais e de saúde coletiva, com um escopo e uma extensão até então desconhecidos pela maioria das gerações atuais. Nesse contexto de crise sociossanitária, ocorreu um fenômeno de contra-urbanização e re-ruralização, por meio do qual um número significativo de pessoas fez uma mudança residencial de ambientes urbanos para rurais. As motivações por trás dessa "grande fuga" são analisadas aqui, tanto os fatores explícitos e verbalizados quanto aqueles que aparecem de forma subjacente e conotativa. A análise baseia-se em uma análise qualitativa e quantitativa de informações primárias (entrevistas, questionários e grupos focais) e fontes secundárias. Embora esse processo de êxodo urbano tenha ocorrido em diferentes países, vamos nos concentrar no caso espanhol.

Palavras-chave: Contra-urbanização, re-ruralização, crise, pandemia.

INTRODUCCIÓN

11 de marzo de 2020. La Organización Mundial de la Salud (OMS) decreta que la crisis epidemiológica provocada por la COVID-19 es una pandemia mundial. El Banco Mundial (2020) la define como la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial y la 4ª peor de los últimos 150 años. 14 de marzo, en España se declara el estado de alarma, el confinamiento y las restricciones a la movilidad (excepto para actividades de primera necesidad y servicios esenciales), que se extenderían hasta el 21 de junio.

La situación sanitaria y el confinamiento tuvieron efectos psicosociales y múltiples estímulos generadores de estrés y de afectación a la salud mental (Espada et al., 2020). Además, la pandemia suscitó un sentimiento de miedo poliédrico, con múltiples facetas y dimensiones. Pero la principal dimensión fue el temor a contraer la enfermedad (Balluerka et al., 2020; Suárez Alonso, 2020; Wang et al., 2020), que en los casos más extremos podía desembocar en la muerte.

En mayo de 2022 la OMS estimaba en 6,2 millones el número de personas fallecidas a nivel mundial por incidencia directa del virus, y 8,7 millones de forma indirecta (fallecimientos causados por la COVID-19 pero que no fueron notificados como tales o causados por otras enfermedades que no pudieron ser atendidas debido a la sobrecarga de los sistemas sanitarios en los momentos de mayor colapso pandémico). En total, unos 15 millones de fallecimientos, según la OMS. Como aquí vamos a fijar la atención en el caso español, con datos del Ministerio de Sanidad, hasta febrero de 2023 en España habían fallecido 119.000 personas, de un total de 13,7 millones contagiadas.

La crisis de la COVID-19 tuvo muchas consecuencias en distintos órdenes (emocionales, sanitarios, sociales, económicos), pero nos vamos a detener en una de ellas en particular, un fenómeno social que se fraguó durante el confinamiento: el desplazamiento de la ciudad al campo para una reubicación residencial. La pandemia generó un movimiento de contraurbanización (Berry, 1976) y re-ruralización (Kayser, 1990; Carvailles et al., 1994) que llevó a diferentes personas a un éxodo urbano para instalarse en espacios rurales, semirrurales o rururbanos (Bauer y Roux, 1976), a través de prácticas de neorruralismo (Kayser, 1990).

Analizaremos el caso de España, aunque también se dio en otros países. El Banco de España (“Dinámicas de población durante el COVID-19”, 2022) pone de relieve que, en 2020, a los municipios considerados rurales (aquéllos menores de 10.000 habitantes, según el Instituto Geográfico Nacional) se produjo una llegada neta de 106.000 personas. La Estadística de variaciones residenciales del Instituto Nacional de Estadística (INE) fijaba en 2019, el año prepandemia, en unos 46.700 los nuevos residentes rurales, lo que supone que el año de la pandemia se multiplicó por más de dos, siendo alrededor del 75% los municipios rurales que obtuvieron un saldo residencial positivo. Y en 2021 se confirmó tal tendencia, con un saldo positivo en estos enclaves de 57.358 personas, siendo el 62% del total de municipios rurales los que ganaron residentes. Un cambio “drástico” de tendencia (como lo define el INE) respecto a los años prepandemia ya que, en el periodo 2011-2017, menos de 2.000 de los casi 7.000 pequeños municipios que existen en España aumentaron su población.

Los medios de comunicación se hicieron eco de este “éxodo” inverso, como reflejan los siguientes titulares aparecidos entre 2020 y 2022 en medios de distinta tendencia ideológica y línea editorial:

El éxodo inmobiliario que viene tras el virus: de la ciudad al campo (El País: López Letón, 2020).

El éxodo al revés: de la ciudad al campo (El País: Sin autor, 2020).

¿Por qué el éxodo madrileño a las afueras no cede tras casi un año y medio de pandemia? (El Mundo: Gómez, 2021).

En 2021 se ha confirmado la tendencia del año anterior y el mundo rural ha seguido atrayendo población urbana (RTVE: Caballero, 2022).

La pandemia de COVID-19 dispara la compra de viviendas en pequeños municipios (Vozpópuli: García, 2020).

El confinamiento dispara la búsqueda de casas en alquiler o venta en el medio rural (El Norte de Castilla: González, 2020).

El confinamiento dispara el interés por la compra de casa en la zona rural (El Comercio de Asturias: Muñiz, 2020).

El confinamiento y el teletrabajo animan el interés por las casas en pueblos aragoneses de menos de 5.000 habitante (El Heraldo de Aragón: B.A. Noticia, 2020).

La compra de casas en pueblos crece mientras baja la de pisos en Pamplona (Noticias de Navarra: Monreal, 2021).

Crece el interés por comprar y alquilar viviendas en pueblos (Las Noticias de Cuenca: Montero, 2020).

Pero el fenómeno no se constriñe únicamente al caso español. Como se mencionaba antes, se ha repetido en diversos países. Podemos echar un vistazo a los titulares de algunos de los medios de comunicación más importantes de otros países[1]:

Ante el confinamiento, huyeron al campo (Le Monde).

Mudarse al campo: la historia se repite a medida que los urbanitas huyen de las ciudades afectadas por el virus hacia retiros rurales (The Telegraph).

Escape al campo: cómo la COVID está impulsando un éxodo de las ciudades de Gran Bretaña (The Guardian).

Un estudio muestra la tendencia de las familias alemanas, particularmente jóvenes, a mudarse de la ciudad al campo, especialmente desde el comienzo de la pandemia (Frankfurter Allgemeine Zeitung).

Por tanto, las preguntas de investigación que orientan este trabajo son por qué un contexto de crisis sanitaria global alimentó un éxodo de la ciudad al campo y por qué las ciudades se convirtieron en focos de rechazo y lo rural en focos de atracción a raíz de la pandemia. En consecuencia, el objetivo trazado se concreta en el análisis del fenómeno pandémico de huida de la ciudad (contraurbanización) y la reubicación en el ámbito rural (re-ruralización) para adoptar modos de vida menos urbanitas y más próximos al estilo rural (neorruralismo).

MARCO TEÓRICO

Las connotaciones sociales del territorio

Concebimos el territorio como contenedor espacial de hechos, fenómenos y actitudes sociales (Sack, 1986), así como una construcción social-cultural y un espacio vivido capaz de producir identidad (Capel, 2016). El sujeto como actor territorializado (Gumuchian et al., 2003) ya había sido objeto de interés para la sociología más clásica, especialmente atenta al fenómeno urbano. Desde los primeros sociólogos “filourbanos” (Bettin, 1982) como Durkheim, Spencer, Marx, Weber, Spengler o Simmel, pasando por la Ecología Humana y la Escuela de Chicago (Park, Burgess, McKenzie, Wirth), la escuela francesa de sociología (Halbwachs, Lefebvre, Ledrut, Chombart de Lauwe, Castells -a pesar de ser español, desarrolló buena parte de su producción científica en Francia y se le adscribe a tal escuela-), hasta la denominada Nueva Sociología Urbana (Sassen, Florida, Glaeser) y los estudios urbanos alternativos (Harvey, Soja, Gottdiener, Brenner).

Por otro lado, la Sociología rural también ha ocupado un espacio significativo en el análisis socioterritorial. Desde los precursores de esta disciplina en la primera mitad del s.XX (Sorokin, Zimmerman, Galpin, Taylor, Vogt) hasta los estudios más recientes de Shanin, Newby, Berger, Kayser o Buttel. O de Camarero, Sevilla-Guzmán y Sampedro-Gallego en el caso español, por citar sólo algunos.

Ha sido tradicional la distinción entre lo urbano y lo rural, o las sociedades folk y las sociedades urbanas modernas (Redfield, 1947), notoriamente a partir de la industrialización. Sin embargo, desde la Segunda Guerra Mundial esta dicotomía no parece tan evidente y se cuestiona el antagonismo cultural que separa ambos espacios (Kautsky, 1974). Son muchos quienes apuntan a una disolución de los límites entre las esferas rural y urbana (Mumford, 1966; Lefebvre, 1972; Aymonimo, 1972, entre otros). Más que de dicotomía, se habla de una gradación entre ambos extremos (Sorokin y Zimmerman, 1929) o de un continuum rural-urbano (Lynn, 1940) en el que podemos encontrar territorios en los distintos niveles.

El modo de vida urbano ya no es exclusivo de las metrópolis, ya está implantado en el ámbito rural en muchas de sus dimensiones (Capel, 2002), especialmente en la sociedad globalizada actual. Es el fenómeno de la rururbanización, perceptible en los patrones culturales y en los estilos de vida más que en las condiciones morfológicas y territoriales del espacio geográfico, que siguen mostrando nítidas diferencias entre las ciudades y los pueblos.

Los habitantes rurales han adquirido pautas socioculturales propias de la vida urbana, aunque se desarrollen en un marco territorial no urbano. Esa cultura urbana se asocia más al modelo socioeconómico de las sociedades postindustriales que a la mera organización espacial, es decir; se transforma el entramado sociocultural mientras que el escenario geomorfológico permanece menos alterado. Las dinámicas metropolitanas se trasladan al espacio rural influenciadas por el capitalismo y la globalización, imponiendo cambios en las características tradicionales de los pueblos: nuevas actividades productivas, llegada de nuevos residentes con perfiles diferentes a los de los antiguos residentes, relaciones sociales, hábitos, formas de ocio, modas, etc.

Además de la rururbanización, desde el último tercio del s. XX han emergido fenómenos de contraurbanización (Berry, 1976). Es decir, cierta huida de la ciudad (Frey, 1988) y un retorno a espacios rurales o, al menos, semirrurales o rururbanos a través de prácticas de neorruralismo y re-ruralización (Kayser, 1990; Carvailles et al., 1994; Berger, 1994), tal y como ha ocurrido a raíz de la pandemia.

La contraurbanización se puede entender como un desincentivo del estilo de vida propiamente urbano que lleva a procesos inversos a los experimentados con el éxodo del campo a la ciudad de la industrialización. Se buscan entornos residenciales y vitales no urbanos, o al menos, con menor carga de urbanización, debido diversos motivos: pérdida de calidad de vida urbana, viviendas más baratas o, en la actualidad, el teletrabajo. La contraurbanización viene acompañada de otros dos fenómenos socioterritoriales: la re-ruralización y la neorruralidad. El primero, como tendencia contraria a la des-ruralización, refleja la importancia que adquiere el mundo rural en términos cuantitativos (personas que se trasladan a vivir) y cualitativos (valorización y reivindicación). Y el segundo, como expresión de una nueva ruralidad (más geoespacial que sociocultural) que adquieren los nuevos residentes trasladados desde un entorno urbano.

No obstante, en muchos de estos casos el estilo de vida y la cultura urbana, con sus modos de producción y consumo, siguen vigentes entre los neorrurales. Es la rururbanización a la que nos referíamos: la (neo)ruralidad se adquiere en lo espacial/geográfico fruto del traslado al campo en un proceso de contraurbanización (abandono de la ciudad), pero en lo sociocultural sigue predominando un alto grado de estilo de vida urbano (similar al que se podría llevarse en una ciudad en cuanto a producción, consumo, relaciones, referentes culturales. En este sentido, es apropiada la distinción entre los conceptos rural y ruralidad (Entrena, 1998), siendo el primero un específico medio geográfico y el segundo una cultura o forma de vida vinculada a dicho medio. Así pues, la ruralidad se ha ido difuminando en la actualidad en muchos lugares que se impregnan de formas socioculturales propiamente urbanas.

Todos los conceptos mencionados están intrincados: la contraurbanización (abandono de la ciudad) conduce a la re-ruralización (puesta en valor y ocupación de lo rural) que, a su vez, lleva a la neorruralidad (personas que cambian su vida urbana por una nueva vida rural) y, ésta, a la rurubanización (adoptar estilos de vida socioculturalmente urbanos, pero en un entorno rural).

Teorías de la acción

Además del componente espacial-territorial, este trabajo se enmarca en un segundo eje conceptual y teórico que tiene que ver con elementos psicosociales. Desde el concepto del curso de la vida (Cain, 1964), la pandemia de la COVID-19 supuso un turning point (punto de inflexión) o suceso desencadenante y disparador: “eventos que provocan fuertes modificaciones que, a su vez, se traducen en virajes en la dirección del curso de vida” (Blanco, 2011: 13). Se trata de un momento de cambio derivado de acontecimientos desfavorecedores fácilmente identificables (Montgomery et al., 2008) que conduce a una decisión. Decisión que, si no fuera por el marco crítico contextual, quizás no se tomaría. En el caso que nos ocupa, la decisión fue el cambio residencial urbano-rural, y el marco crítico contextual lo constituía la pandemia.

Desde el enfoque teórico de la acción social (Parsons, Schülz o Luhmann, por citar sólo algunos clásicos), en la conducta juega un papel determinante el contexto ambiental (Ewart, 1991). En la contraurbanización que estamos analizando, la situación de crisis pandémica se revela como el contexto ambiental que incidió decisivamente en la conducta adoptada por algunas personas de abandono de la ciudad.

Las teorías de la acción razonada y la acción planificada de Fishbein y Ajzen (1975;1980) se ocupan de las actitudes, las motivaciones, las creencias, las intenciones, la norma subjetiva, el control conductual y el control percibido para desarrollar una conducta. Para que un individuo emprenda una conducta se tienen que dar una serie de variables psicosociales, no basta únicamente con el deseo. Éstas serían (García Mira et al., 2002): percepción positiva y deseabilidad de las consecuencias de la conducta; percepción de la eficacia externa de la conducta (que servirá para un fin que es valorado positivamente); percepción de disponer de las competencias y habilidades para desarrollar una conducta (control conductual); o medios y recursos externos para poner en práctica la conducta (estructura de oportunidades), incluyendo los medios materiales y económicos. En este sentido, cobra valor el concepto de agenciamiento (Bandura, 2001) para producir una intervención que produzca un efecto particular en el curso de la vida, en el caso que nos ocupa referido al traslado residencial urbano-rural.

METODOLOGÍA

El análisis y la reflexión que aquí se presentan se sustentan en informaciones de fuentes secundarias y de fuentes primarias. Respecto a estas últimas, se ha realizado un trabajo de campo con técnicas cuantitativas (cuestionario en línea) y cualitativas (entrevistas semiestructuradas y grupos de discusión)[2]. Las técnicas cualitativas han sido sometidas a un análisis de discurso como práctica interpretativa, identificando los componentes cognitivos, emotivos y conativos de lo expresado por las personas participantes en las entrevistas y grupos de discusión. Por su parte, el cuestionario ha sido analizado estadísticamente a través de la agrupación de respuestas, la tabulación de las misas, la observación de tendencias y la comparación de datos.

Se han seleccionado dos perfiles para el análisis; por un lado, personas que hayan experimentado en primera persona el proceso de contraurbanización y reubicación rural a raíz de la pandemia y, por otro, personas jóvenes que, aunque no fueran protagonistas de tal fenómeno, pudieran ofrecer su percepción externa del mismo como partícipes del evento contextual en que se produce. Se ha buscado un perfil joven para disponer de una muestra de estudio de personas que no hubieran vivido previamente una situación traumática aguda y de amenaza real de muerte como la derivada de la pandemia. Es decir, que no hubieran pasado por una guerra, una catástrofe natural a gran escala u otro acontecimiento social de conmoción psicoemocional generalizada que hubiera podido quedar impreso en su registro emocional y que pudiera ser objeto de evocación. De esta forma se afronta la percepción sin cargas cognitivas-afectivas o condicionantes previos, y se pone de relieve la experiencia de enfrentar por vez primera un turning point traumático colectivo.

La muestra aplicada tiene un carácter estructural propio de las técnicas cualitativas (García Borrego, 2006), dentro del muestreo intencional o discrecional (Azorín y Sánchez Crespo, 1986), que ha de servir para conocer las diversas posiciones discursivas que se estructuran respecto a una cuestión social determinada, buscando una representatividad cualitativa de los actores participantes. La selección se realiza de acuerdo con los resultados de la aplicación de los ejes estructurantes que, en torno a la problemática objeto de estudio, se estiman relevantes (Montañés, 2009). Por ello, la muestra estructural utilizada para la aplicación de las distintas técnicas en esta investigación responde a criterios referenciales, más que estadísticos.

El primer perfil de análisis (protagonistas del traslado residencial urbano-rural) se ha investigado a través de 4 entrevistas en profundidad a adultos de ambos géneros, dos mujeres y dos hombres, entre 33 y 59 años. El segundo perfil, personas que no hubieran experimentado previamente un suceso traumático colectivo con implicaciones mortales, ha sido analizado mediante un cuestionario y grupos de discusión. El cuestionario se aplicó a 114 personas, jóvenes universitarios entre 18 y 26 años, de ambos géneros (71 mujeres y 43 varones), estudiantes de la Universidad Complutense de Madrid. Y se realizaron dos grupos de discusión también con universitarios, uno formado por 10 personas -4 mujeres y 6 varones- y otro formado por 7 participantes -4 mujeres y 3 varones-. En base al principio de saturación (Morse, 1995) discursiva, se ha comprobado que hay una amplia coincidencia y reiteración informativa en las técnicas aplicadas. “En el ámbito de la investigación cualitativa se entiende por saturación el punto en el cual se ha escuchado ya una cierta diversidad de ideas y con cada entrevista u observación adicional no aparecen ya otros elementos” (Martínez-Salgado, 2012: 617).

ANÁLISIS, INTEPRETACIÓN Y DISCUSIÓN

A partir de las técnicas de investigación aplicadas en este trabajo se desprende que, en la crisis pandémica, la reubicación residencial emprendida por algunas personas puede identificarse con una “escapada”. Por un lado, el escape de un contexto urbano (contraurbanización) amenazante y riesgoso como consecuencia del virus. No en vano, los núcleos urbanos sufrieron un mayor impacto virológico que los espacios rurales que, aunque no fueron impermeables a la enfermedad, se mantuvieron en unos niveles de contagio y fallecimiento muy inferiores a los de las ciudades. El informe “La COVID en un mundo urbano” (ONU, 2020) determinaba que las ciudades eran “la zona 0, el epicentro de la pandemia”, con un 90% de los casos registrados. Esto parece obvio dadas las características sociodemográficas y morfológicas de los núcleos urbanos, donde la alta concentración de habitantes y de intercambios hace pensar en una mayor vulnerabilidad.

Por otro lado, se produjo una escapada de la idiosincrasia urbana. Es decir, de la forma de vida de las ciudades, resaltada como inapropiada para alagunas personas como resultado de la pandemia y el confinamiento. De hecho, en los cuestionarios aplicados el escape de la vida urbana como significante calificativo de una tendencia y patrón social aparece como primera motivación para el reasentamiento residencial pandémico. Ante la pregunta (respuesta libre, no condicionada) sobre lo que se cree que buscaban quienes acometieron el movimiento contraurbanizador, se considera que la principal motivación era la desconexión urbana como categoría que engloba la huida del estrés (acrecentado por la pandemia y el confinamiento), las aglomeraciones, la masificación, el ritmo de vida.

Como segunda motivación más repetida aparece directamente minimizar el riesgo de contagio vírico y la mayor seguridad en el entorno rural. Y en tercer lugar la descontaminación ambiental y la presencia de “aire limpio”. En la Tabla 1 se recogen las respuestas. Como se puede observar, todas ellas se refieren a las características y condiciones de vida que ofrecen los pueblos frente a las ciudades, resaltadas en un escenario pandémico que se concebía más soportable en el espacio rural que en el urbano.

Tabla 1
Qué se busca en un entorno rural en una situación de crisis como la pandemia
Qué se busca en un entorno rural en una situación de crisis como la pandemia
Fuente: elaboración propia

La información cualitativa (entrevistas y grupos de discusión) incide en la idea de escape. Escape de algo y hacia algo. Escape de la ciudad, como equivalencia de amenaza y riesgo, hacia el campo como homólogo de seguridad y protección. Por ello, el relato explicativo del fenómeno de contraurbanización durante la pandemia para las personas aquí consultadas se nutre de elementos, que analizaremos a continuación, como el miedo al contagio, las condiciones del confinamiento, la percepción de lo urbano como patológico y lo rural como salubre y la necesidad de desconexión de lo urbano y reconexión con la naturaleza.

El miedo al contagio como causación explícita

Una de las palabras que más repiten las personas consultadas en este trabajo es “miedo”. El miedo se reveló como motor para la huida de la ciudad: “Vivir con miedo constantemente a un virus peligroso es una carga psicológica muy difícil de sobrellevar por lo que la gente que tuvo la oportunidad de huir, huyó” (entrevista/E1). El miedo, como emoción instintiva y primaria del ser humano, se convierte en un mecanismo de defensa ante la percepción de un peligro inminente o futuro, y permite reaccionar y responder frente a la amenaza (Rojas-Marcos, 2010). La re-ruralización se erigió en el mecanismo de defensa desarrollado por algunas personas. Gray (1971) habla del miedo como un estímulo que suele producir la huida y el escape, en este caso una huida al campo y un escape de la ciudad.

A lo urbano se le confiere el sinónimo de amenaza, ya que la enfermedad habita ahí, y lo rural se convierte en el espacio seguro y redentor. Una de las personas entrevistadas manifestaba que

Se me metió el miedo en los huesos… me daba miedo todo. Hasta conducir. No podía coger el coche. Si tenía que ir a Madrid, me tenía que llevar mi madre (E1)

lo que puede explicar la atribución simbólica de significado a lo urbano en el contexto de la crisis pandémica. Se asocia la ciudad (Madrid) a la pandemia y al peligro, y el miedo a conducir en realidad representa el miedo a volver al foco urbano de causación traumática.

En la gran mayoría de los casos consultados en este trabajo, el sustantivo miedo forma un binomio con el complemento al contagio. Diversos estudios señalan que el mayor temor sentido en pleno confinamiento fue a contagiarse y contraer la enfermedad en primera persona o en familiares (Balluerka et al., 2020; Suárez Alonso, 2020; Wang et al., 2020). Este miedo al contagio explica, en buena medida, el proceso de contraurbanización y re-ruralización. El riesgo era más presente y plausible en las ciudades, con lo que el campo se convertía en una suerte de escudo protector, un refugio ante la amenaza viral. En las entrevistas, grupos de discusión y cuestionarios realizados es unánime la argumentación explicativa en base a que

la gente se fue al campo por miedo a las aglomeraciones porque era más probable coger la COVID en la ciudad que en un sitio rural (grupo de discusión/GD1).

Había mucho miedo y el miedo crea la capacidad en la gente de ir hacia un lado o hacia otro. Por ejemplo, si yo tengo miedo a contagiarme de COVID, lo que voy a evitar es a la gente. ¿Y dónde hay mucha gente? En las ciudades (GD1).

Yo lo relaciono con el pánico que la gente sentía a estar en aglomeraciones. El hecho de atribuir al entorno rural ser un lugar más tranquilo y con menos gente, hizo que mucha gente pensara: venga me voy allí porque no hay riesgo y voy a estar más tranquilo (GD2).

Había que guardar distancia de seguridad con otras personas y en los pueblos hay menos densidad de población, así que mantener las distancias era más sencillo (E2).

La densidad de población es una clara variable interviniente en el riesgo de contagio, el cual se minimiza en los pueblos. Otro factor que se asocia a la idiosincrasia rural es la descongestión ambiental debido a la presencia de espacio natural, lo cual favorece la evitación del contagio vírico. Es otro de los motivos esgrimidos para el escape urbano pandémico. De hecho, la mención a la búsqueda de “aire limpio” es recurrente tanto en las técnicas cualitativas como en los cuestionarios (en este último caso figura como una de las principales razones para el traslado residencial, en concreto como la tercera más repetida).

Quizás no sea tan casual como parece la utilización explícita y literal de la expresión “aire limpio”. Pese a ser un significado extendido en el acervo popular y de uso común, en el contexto de la crisis producida por la COVID-19 adquiere una connotación interesante. “El virus está en el aire”, parece insinuar dicha expresión, aunque quizás no se esté sugiriendo deliberadamente. Y en el aire de la ciudad el virus está más presente. Así pues, el ambiente rural es sinónimo de mayor seguridad y menor riesgo de contagio, esto es, de un “aire limpio” de virus (“Desde mi punto de vista, el fin principal era la seguridad sanitaria. Cuando tú vas a un sitio rural el aire limpio se respira, no es lo mismo que cuando estás en una ciudad masificada”, GD1).

Desde las teorías de la adopción de precauciones (Weinstein y Sandman, 1992) y de la motivación protectora (Rogers y Prentice-Dunn, 1997) se puede explicar el fenómeno contraurbanizador acontecido con la crisis sanitaria. Tales enfoques establecen que el temor es la motivación para el cambio de conducta, en nuestro caso consistente en el abandono de la vida urbana. Motivación que, desde estas teorías, debe ir acompañada de la percepción de la gravedad del problema, difícilmente cuestionable en el caso que nos ocupa (al menos para amplios sectores sociales) dada la situación alarmante vivida con la COVID.

La susceptibilidad al problema (creencia de que puede afectar a uno mismo) es otro factor que contribuye a la motivación para el cambio, junto con la percepción de la eficacia de la acción. Ambos confluyen en el proceso contraurbanizador y re-ruralizador que estamos analizando, donde se advertía la susceptibilidad personal a la enfermedad y que el traslado residencial podía minimizar el riesgo. Finalmente, estas teorías señalan que la última condición que influye en la motivación para el cambio es la sensación de autoeficacia. En nuestro caso se refiere a la capacidad para llevar a cabo el traslado residencial gracias a contar con recursos y capacidades (“Creo que principalmente se movieron personas con recursos que tenían esa posibilidad, o porque tenían segunda residencia o porque podían cambiar de casa”, E2).

La motivación subyacente para el escape urbano

La pandemia suscitó un sentimiento de miedo multifacético. Pero la principal dimensión fue el temor a contraer la enfermedad, que en los casos más extremos podía desembocar en la muerte. Curiosamente, el miedo a la muerte no es verbalizado en los discursos recogidos en este trabajo ni en los cuestionarios de forma tan recurrente como se podría esperar sino, por el contrario, tiende a brillar por su ausencia. Tan sólo en una de las entrevistas se alude al mismo expresa y directamente, sin necesidad de profundizar o preguntar con más intensidad para extraer la información, vinculando de forma concisa el éxodo urbano-rural con el miedo a la muerte y con la supervivencia:

Al final es una cuestión de supervivencia. Porque salir a la calle era un peligro… a contraer el virus, un virus mortal que estaba matando a miles de personas. Cosas cotidianas como salir a la calle o ir a comprar era salir a jugársela. Te ponen en esa situación y yo comprendo que haya gente que diga es mi vida, mi familia, y yo quiero protegerlos… pues me voy (E1).

Únicamente cuando se indaga en una reflexión de segundo grado sobre lo que está detrás del miedo producido por la pandemia se abre la posibilidad de verbalizar, por parte de las personas consultadas, el miedo a la muerte. Y también el miedo “a matar”, a contagiar a familiares. Pero, en primera instancia y espontáneamente, en los discursos analizados aquí el miedo se ciñe al contagio y aunque subyace que tal contagio podía desembocar en mortandad, no termina de verbalizarse. Así pues, ese temor a una posible muerte por el virus es expresado en forma connotativa más que denotativa. El “miedo al contagio” encierra un “miedo a la muerte”, siendo el primero la narrativa manifiesta, emergida, cristalizada y epidérmica que predomina en los discursos recogidos; y el segundo lo sugerido, lo sumergido, lo subcutáneo y no expresado espontáneamente. Es una cuestión semántica, pero creemos que alberga un componente socioemocional.

Quizás se deba a la falta de costumbre que tenemos de hablar sobre estos temas o quizás a la auto-aplicación de un mecanismo de defensa que trata de suavizar una emoción para no reconocer su gravedad. O en palabras de algunas de las personas entrevistadas en este trabajo:

A lo mejor el miedo a la muerte intentamos maquillarlo, disfrazarlo, no hablar mucho de ello… Yo creo que no sabemos quizá gestionarlo, entonces es un mecanismo de autoprotección psicológico (E4); Cuando verbalizamos algo lo hacemos más real (E1).

Otra línea explicativa a la omisión originaria a tal expresión podemos encontrarla en el hecho de que no ha habido una situación social previa que pudiera desembocar en la muerte de forma plausible y generalizada hasta la pandemia. Es decir, la mayoría de las generaciones de españoles no había experimentado un turning point colectivo y compartido socialmente con posibilidades mortales por eventos externos y sobrevenidos, por lo que no contaban con un bagaje psicoafectivo y una experiencia cognitiva previa en ese ámbito emocional. Hay que considerar que España es un país que en los últimos cien años no ha sufrido muchos acontecimientos históricos colectivos que pudieran provocar la muerte de manera extendida, a excepción de la Guerra Civil, que se cobró alrededor de 540.000 muertos (según el artículo publicado en El País por Abad Liñán, 28 de febrero de 2019). Según datos del INE (julio 2022) en España hay 2.864.483 mayores de 80 años, apenas un 6% respecto al total de la población. Se trata del segmento de personas que vivieron tal guerra, aunque fuera en su más temprana infancia. Por tanto, sería la cohorte poblacional que había afrontado una situación generalizada de amenaza mortal antes de la pandemia de COVID, y cuyo equipamiento psicoemocional, siempre que no fueran tan niños como para que no hubiera permeado en su cerebro, ya había transitado por esa emoción.

El instinto primario que aflora en momentos de crisis

Resulta llamativo que el concepto “supervivencia” tampoco emerja de forma explícita en la narrativa autoexplicativa del proceso contraurbanizador pandémico. Al igual que la expresión “miedo a la muerte” es generalmente sustituida eufemísticamente por “miedo al contagio”, la supervivencia como finalidad reviste una importante omisión en los discursos recogidos en este trabajo. Estamos hablando del instinto más ancestral, primitivo e importante para cualquier ser vivo. Un instinto impregnado biológicamente en el ADN (Morin, 1999) que aflora en momentos de crisis, como el producido por la pandemia. Porque los comportamientos instintivos están precedidos por un estímulo o señal (Tinberger, 1951), en este caso el coronavirus como turning point.

En la supervivencia del ser humano juega un papel clave el sistema nervioso (el autónomo, concretamente), media en la interacción del individuo con el entorno y permite mantener un equilibrio interno en ambientes cambiantes (Del Abril et al., 2009). El sistema nervioso simpático aumenta la frecuencia cardiaca, la presión arterial, la liberación de adrenalina, la sudoración y el ritmo respiratorio ante situaciones estresantes y amenazantes. Cannon (2018 [1923]) dijo que el sistema nervioso simpático nos prepara para una respuesta de "fight or flight" (pelear o escapar) ante situaciones de estrés. Por su parte, el sistema parasimpático disminuye esos síntomas, calma al cuerpo y restituye la homeostasis (Feldman, 2014).

En el marco de la crisis pandémica, la COVID activó el sistema simpático y el traslado de la ciudad al campo (contraurbanización y re-ruralización) actuaron como el sistema parasimpático para contrarrestar la alteración producida por el peligro viral y devolver la homeostasis. Ante el "fight or flight", algunas personas optaron por “escapar”, siguiendo un instinto de supervivencia que, en buena medida, parecía estar latente. El enfrentarse por vez primera a la muerte como posibilidad real y generalizada cuando se estaban dando numerosos casos de contagio, hospitalización y fallecimiento por COVID desencadenó una activación del instinto más ancestral y primario que posee cualquier ser vivo. Instinto que hasta entonces había estado generalmente en desuso y adormecido por una falta de necesidad de recurrir al mismo en las sociedades avanzadas, donde la norma suele ser contar con una supervivencia social y colectiva más o menos garantizada y la excepción suele ser el riesgo mortal compartido, por ejemplo, por guerras o catástrofes naturales.

Libertad vs restricción

La situación sanitaria y el confinamiento tuvieron efectos psicosociales negativos y múltiples estímulos generadores de afectación a la salud mental. Los dos factores que más perturbaron al bienestar físico y emocional durante el confinamiento, según el estudio de Wang et al. (2020), fueron la pérdida de hábitos y rutinas y el estrés psicosocial. Asimismo, se dieron importantes cambios en la vida cotidiana y en los hábitos sociales y laborales (Suárez Alonso, 2020), cambios como la limitación de la movilidad, reducción de la vida social, suspensión de actividades al aire libre y del ejercicio físico, alteración de horarios de comidas y sueño, pérdida o suspensión de empleo o redirección hacia el teletrabajo. Del mismo modo, durante el confinamiento también aparecieron algunos estados eufóricos (pero en menor medida que los disfóricos) derivados de una mayor vida familiar, comodidad laboral y menor estrés en el trabajo, tiempo para ocio o incremento y mejora de las relaciones afectivas (Balluerka et al., 2020).

Sin embargo, los episodios de estrés de diferente intensidad parece que prevalecieron para una mayor parte de la población confinada. El estrés es una respuesta biológica que aparece cuando un animal percibe una amenaza a su homeostasis (Moberg, 2000). De ahí que el abandono de la ciudad para trasladarse a un pueblo se convierte, así, en un restituidor de la homeostasis dañada por la pandemia, asimilando lo urbano con la amenaza (espacio donde está presente la enfermedad) y lo rural con lo seguro y desactivador de estrés. Si el estrés es “consecuencia biológica de la exposición a un ambiente adverso” (Selye, 1976: 166), en la pandemia el ambiente urbano se reveló, lógicamente, como mucho más adverso que el rural.

Espada et al. (2020) establecían dos tipos posibles de afectación psicológica durante y tras la reclusión domiciliaria: una afectación causada específica y directamente por estímulos derivados del contexto de la situación sanitaria, como un elevado estrés familiar (casos donde la familia había sufrido de forma significativa y en primera persona situaciones de crisis económica, social o de salud: pérdida de ingresos, hospitalizaciones, fallecimientos); y/o una afectación inespecífica, donde no se podía identificar un estímulo desencadenante particular y directo sino que era fruto de los cambios contextuales generados por la pandemia y el confinamiento (es decir; preocupación de distinta intensidad por la salud propia y de familiares y allegados, miedo al contagio, temor y pesimismo respecto al futuro, incertidumbre, inestabilidad laboral y económica).

Psicológicamente ha sido muy duro para todos (E4).

A mí me pasó factura estar allí 3 meses encerrada (E3).

Lo duro que se hizo el confinamiento en un piso en medio de la ciudad (E2).

Yo creo que es una cosa que ha sentado muy mal y de lo que más ha perjudicado, el estar siempre encerrado (GD1).

Otro factor interviniente en la movilidad ciudad-campo tuvo que ver con las restricciones impuestas una vez superadas las fases más duras de encierro y abiertas las posibilidades de salir de casa progresivamente. Esas restricciones se mostraban más severas y presentes en los núcleos urbanos que en los rurales, donde hubo más laxitud gracias a que la menor concentración poblacional minimizaba el riesgo de contagio. Así, en los pueblos se pudo pasear al aire libre, tener un contacto directo con la naturaleza, hacer deporte. Según fuera más pequeño el municipio, se relajaban las medidas protocolarias.

Yo creo que la gente se fue [a los pueblos] porque el espacio es mucho más amplio. Tienes mucho más espacio para caminar y deshacerte de esa sensación de estar encerrado en tu casa (GD1).

Esa libertad, el poder caminar, poder hacer una ruta, ir al bosque… Esa sensación de libertad es lo que se buscaba realmente (GD1).

En los pueblos hubo más libertad de movimiento (E2).

La ventaja de poder pasear en la naturaleza, el poder respirar sin mascarilla según fueron rebajando las restricciones (E3).

Creo que los que nos vinimos al pueblo hemos podido sobrellevar algo mejor toda la pandemia ya que te permitía olvidarte de lo que estaba sucediendo momentáneamente y nos despedimos de la mascarilla mucho antes que en las ciudades (E4).

Por ello, muchas de las personas consultadas en este trabajo recurren a la palabra “libertad” para evocar la significación que se daba al campo durante la crisis. Los pueblos eran espacios de libertad y las ciudades “cárceles”, término utilizado por los propios consultados en este trabajo.

La ciudad era una cárcel. Nos encerraron, literalmente. Las viviendas eran una cárcel (E1).

Las ciudades fueron vistas como una prisión, un lugar peligroso e incómodo (E2).

Vivir en un piso sin balcón era lo equivalente a una cárcel en esa época (E4).

Además, la posibilidad y el temor de repetir un confinamiento también se consideró un aliciente para la re-ruralización ya que los pueblos ofrecían unas mejores condiciones socioterritoriales para sobrellevarlo (“El temor a que se repitiese”, E2; “La gente se preparó para estar en un entorno más amable por si venía un nuevo confinamiento”, E4).

Las características de la vivienda determinaron considerablemente la experiencia de la reclusión domiciliaria. En muchos casos, la búsqueda de vivienda en un pueblo se hizo con la intención de ampliar las dimensiones espaciales respecto a la que se ocupaba en la ciudad. Según el estudio realizado en el confinamiento español por Balluerka et al. (2020), el 70% de las personas entrevistadas vivía en un piso o apartamento urbano en ese trance, el 20% en una vivienda unifamiliar urbana y apenas un 2,5% en una casa en el campo. Según datos del Banco Mundial para España, en 2019 el 80,57% de la población vivía en zonas urbanas. Según Eurostat, en España el 64,9% de la población vivía en un piso en 2018 (último dato disponible). Por tanto, en el momento del estallido de la pandemia y el decreto del confinamiento, es previsible pensar que gran parte de la población urbana española vivía en un piso. Y las condiciones y la espaciosidad de la vivienda tuvieron un efecto directo en la salud mental y emocional en aquellos momentos críticos de aislamiento domiciliario (Balluerka et al., 2020; Cachiguango y Villacreces, 2021).

Estuvimos encerrados en viviendas pequeñas, porque en el centro de las ciudades las viviendas son pequeñas y no están pensadas para pasar ahí las 24 horas… la gente trabaja fuera y a casa va a dormir (E1).

Había una sensación de agobio al no tener las viviendas espacio suficiente ni por supuesto espacio al aire libre (E4).

Desconexión urbana para un mejor vivir

La desconexión de lo urbano aflora de forma recurrente en las motivaciones expresadas en este trabajo para el cambio residencial en la pandemia. Tal expresión encierra una visión negativa de las ciudades, ensalzada por la pandemia y, como contrapartida, una visión positiva de los pueblos. En los cuestionarios aplicados la desconexión urbana se revela como la principal motivación que se cree que estuvo detrás del movimiento de re-ruralización.

Ante la pregunta (respuesta libre, no condicionada) sobre lo que se cree que buscaban las personas que hicieron el traslado a un entorno rural, un 46,6% de las respuestas se centraron en esa desconexión del estrés, del ritmo de vida cotidiano, las aglomeraciones y la sobreestimulación simmeliana propia de las ciudades. Y los sujetos entrevistados que fueron protagonistas directos del fenómeno de contraurbanización también acuden de forma recurrente a la desconexión de lo urbano como explicación causal. Un deseo de desconexión que parece que hubiera estado latente previamente en algunas personas y que se aceleró o catalizó con el coronavirus. Es como si existiera en algunas personas un cierto hartazgo de la ciudad precedente y la pandemia lo acrecentó y precipitó (“Muchas personas ya lo teníamos decidido y otras estaban indecisas y la pandemia ayudó a tomar decisiones”, E3).

Sin embargo, otras personas entrevistadas sí asignan un efecto directo a la crisis sanitaria en su nueva vocación rural (“Yo siempre me había definido como una mujer urbanita y jamás me hubiese visto viviendo en un pueblo, no se me hubiese pasado por la cabeza. También depende de la edad, de las etapas de vida. La pandemia me pilló con 31 y no me lo había planteado hasta ese momento”, E1). Como se aprecia, las variables edad y momento de vida podrían ser factores intervinientes. Lo que sí emerge en todas las entrevistas realizadas es la idea de alejarse de unas condiciones de vida que eran percibidas de menor calidad en las ciudades, especialmente con el confinamiento.

Tuvimos mucho tiempo para pensar, replantearnos si la vida que llevábamos era la que queríamos y reordenar prioridades. Empezar una vida en el campo es un cambio que a mucha gente le debió sonar muy atractivo (E2).

Muchos de nosotros que vivíamos en Madrid y salimos con la pandemia lo hicimos buscando otra calidad de vida (E3).

Los efectos de la COVID-19 en el orden emocional, psicológico y social generaron estrés en muchos sectores de la población, como muestran los estudios realizados durante el propio confinamiento o en momentos inmediatamente posteriores (Balluerka et al., 2020; Espada et a., 2020; Suárez Alonso, 2020; Wang et al., 2020). Todas las personas consultadas para este trabajo asignan una mayor presencia de estrés pandémico en lo urbano que en lo rural. Los pueblos suelen evocar en el imaginario colectivo una estampa de tranquilidad, paz y desahogo, quizás de forma un tanto idealizada y sublimada, en contraste con el ritmo acelerado, nervioso y sobreestimulado de la ciudad. Y al estrés consustancial al estilo de vida urbano actual se sumó el estrés producido por la crisis viral y sus efectos. Esto hizo que muchas personas fijaran su atención en lo rural como palanca de escape. En los cuestionarios aquí aplicados también se preguntaba en qué grado (en una escala 0 a 10) la pandemia había influido en el interés por lo rural. Un 72,8% otorgaba una influencia alta, entre 7 y 10, siendo 8 la moda con un 27,2%, y la media 8,2.

Como se ha indicado, el abandono de las ciudades estuvo precedido por la motivación de mejorar las condiciones de vida. El pueblo se percibía como espacio redentor y homeostático frente a la sensación de inseguridad y amenaza que emanaba de la ciudad. La idiosincrasia pueblerina se revalorizó como consecuencia de la pandemia, coligando una tendencia hacia la neorruralidad en contraposición al cuestionamiento de la vida urbana.

Incluso cuando se indaga en las técnicas aplicadas en este trabajo sobre la opinión de los aspectos más valorados en los enclaves rurales en general, sin entrar en la situación concreta provocada por la pandemia, las alusiones más frecuentes son a una mayor “calidad de vida”. En la calidad de vida influyen múltiples factores asociados a las esferas física, de salud, psicológica, social, de actividades, material y estructural (Hornquist, 1982). La percepción de las personas consultadas sobre la calidad de vida en el espacio rural se construye en base a las propiedades morfológicas-geoterritoriales (físicas) y sociales de los pueblos: la tranquilidad; la mayor calidad de las relaciones sociales primarias; el concepto de gemeinschaft de Tönnies (1979 [1887]), el ritmo de vida más pausado; la cercanía y contacto con la naturaleza; la menor densidad de población; la menor contaminación (atmosférica, acústica, lumínica); las dimensiones espaciales más reducidas que facilitan la accesibilidad y los desplazamientos internos; la autenticidad; la sencillez.

En los cuestionarios, los aspectos más valorados de los pueblos a nivel general son los siguientes:

Tabla 2
Aspectos más valorados en un pueblo a nivel general
Aspectos más valorados en un pueblo a nivel general
Fuente: elaboración propia Nota: el resto de respuestas, hasta el 100%, eran diversas y no ofrecían la suficiente repetición como para ser representativas.

En las entrevistas, la caracterización de los pueblos va en la misma línea, acudiendo a los significantes antes mencionados para identificar la calidad de vida: tranquilidad, cercanía social, accesibilidad. El sustantivo (“pueblo”) es el propio adjetivo, define la esencia percibida.

Indudablemente, no es lo mismo vivir en Madrid que aquí, por el agobio. Es decir, la calidad de vida de un pueblo siempre es mejor que en una ciudad, tienes todo más accesible. Aquí se vive más tranquilo y tienes todo más a mano (E3).

Un pueblo está más enfocado para que la gente viva, no para que la gente duerma y se meta en su casa como en la ciudad, eso es muy importante. Los pueblos están hechos para vivir, para que la gente interaccione, y eso es calidad (E4).

Y se hace inevitable la comparación con la ciudad de procedencia:

Ahora cuando voy a Madrid lo noto: el tráfico, las prisas, el ruido, los olores, la suciedad de las calles… Me molesta, y eso que me he criado y he vivido allí toda la vida (E1).

Conviene volver a señalar que dicho proceso contraurbanizador pandémico se vio beneficiado por las condiciones de vida rururbanas que hoy se dan en los pueblos, muy distintas a las de medio siglo atrás. La vida rural para los neorrurales ahora es más cómoda y puede desarrollarse en torno a actividades terciarias, cuaternarias y quinarias, no implica una ruralización de la actividad productiva y laboral. En este punto, no cabe dejar de mencionar la importancia del teletrabajo en la pandemia. Es uno de los principales cambios en los hábitos y patrones sociales que la COVID-19 y el confinamiento incorporaron (Organización Internacional del Trabajo, 2020). La posibilidad de ejercer el trabajo a distancia en la era digital favoreció la neorruralidad, como se manifiesta en las entrevistas realizadas. Además, el INE (Estadística de variaciones residenciales para los años 2020 y 2021) confirma que el acceso a internet fue un valor añadido para atraer nuevos residentes a los pueblos. Esto lleva a pensar, lógicamente, que buena parte de las personas que hicieron ese traslado residencial ejercían profesiones y trabajos que podían desarrollarse a distancia.

Antes era imperativo estar en las ciudades por las distancias [al trabajo], pero con el teletrabajo esa barrera de distancia física se está rompiendo y de ahí que se haya dado la vuelta a esa tendencia a vivir en la ciudad y que haya gente que nos hayamos venido a los pueblos (E1).

Hemos apreciado la calidad de vida del pueblo y al darnos cuenta de que podíamos trabajar perfectamente desde aquí, nos hemos instalado definitivamente (E2).

Mucha gente que temporalmente se desplazó acabó valorando los atractivos de las zonas rurales y decidió quedarse, cosa facilitada mucho por el teletrabajo (E4).

La reconexión biofílica

Y de la desconexión urbana se ha pasado a la reconexión biofílica. Tras el confinamiento, emerge un anhelo y una necesidad de espacio abierto, naturaleza, aire limpio… Hay un afán de evasión urbana y de reencuentro con el ecosistema natural después de un periodo de reclusión en la “jungla de asfalto” de la que habló Morris en “El zoológico humano” (1996 [1969]). El traslado al campo también puede ser interpretado como una vuelta a la esencia del ser humano, a la tierra, a la naturaleza.

En muchos de los discursos recogidos y en los cuestionarios se define lo rural bajo el epíteto de “lo auténtico”. Representa el contacto con el medio natural, la vinculación con lo ancestral, con el origen, porque, desde el marco del Nuevo Paradigma Ambiental (Dunlap y Catton, 1979), el ser humano es parte de la naturaleza y debe reconciliarse con ella desde una visión holística y biocéntrica. Lo urbano es la representación del Antropoceno y en la crisis pandémica muchas personas vieron la necesidad de alejarse de lo artificial y espurio y ampararse en la autenticidad de la naturaleza. “Las ciudades no son algo natural”, dice una de las personas entrevistadas (E1).

Después de estar confinados la gente ha tenido esa necesidad de estar más cerca de la naturaleza (GD1).

Cuando ibas a un bosque o a un sitio natural te podías evadir de la COVID. Era como volver a tiempos pasados (GD1).

Las personas empezaron a darle más importancia [a la naturaleza]. Al estar tanto tiempo en casa, en las mismas cuatro paredes, necesitaban salir. Sentían esa necesidad de volver a la naturaleza. Por eso muchísimas personas se compraron casas en zonas rurales (GD2).

Como ser humano, yo estoy mejor aquí [en el pueblo] que en el centro de Madrid (E1).

El modo de vida urbano wirthiano (Wirth (1962 [1938]) se cuestiona no sólo por ser reconocido como foco de contagio en el marco de la crisis sanitaria y como “cárcel” en el confinamiento, sino también porque el contexto favoreció la reflexión sobre el curso de la vida (Cain, 1964). Y en ese ejercicio de introspección algunas personas encontraron la necesidad de un cambio que pasaba por un acercamiento a la naturaleza.

Volvimos a mirar la naturaleza como algo muy valioso y queríamos estar más cerca de ella (E3).

A raíz de la pandemia se ha reflejado que esa manera de vivir [urbana] no nos hace mucho bien (E4).

Yo creo que los humanos no están del todo bien y van a tener que asumir ciertas carencias al vivir en las ciudades (E1).

CONCLUSIÓN

Para la gran mayoría de la población española, la sensación emocional generada por la pandemia en cuanto a amenaza mortal era completamente nueva, no había existido un turning point de riesgo sanitario con un carácter tan extendido y extensible hasta entonces. En tal escenario se produjo un llamativo fenómeno de contraurbanización y re-ruralización en el que la motivación causal de fondo que encontramos radica en el instinto de supervivencia generado por el miedo a la muerte. La ciudad se tornó en espacio inseguro y amenazante, y los entornos rurales aparecieron como seguros, “parasimpáticos” y “homeostáticos”. Pero esta motivación profunda y primaria, en general, no suele ser verbalizada de forma explícita y espontanea por las personas consultadas en este trabajo. Subyace y recubre de otros significantes narrativos (“miedo al contagio”) que ponen cierto velo verbal sobre la causa de fondo, ya que la supervivencia no había estado cuestionada a nivel tan extendido para la mayoría de la población española hasta la llegada de la pandemia.

A modo de colofón se presenta un flujograma-resumen para mostrar la interconexión e incidencia mutua entre los aspectos explicativos del escape urbano hacia lo rural que se han analizado en base a las técnicas aplicadas en este trabajo. Las flechas indican la causa (flecha de salida) y la consecuencia (de entrada) y, como se puede apreciar, todos los componentes detraídos de la narrativa de las personas aquí consultadas se influyen recíprocamente, representando un flujo. El miedo (al contagio y, en el fondo, a la muerte) despierta un instinto de supervivencia inhabilitado o no apelado hasta entonces para la mayoría de la población, éste lleva a la desconexión de un entorno urbano (contraurbanización) que se percibe como amenaza, ésta al escape y a su vez, y cerrando la cadena, a la revalorización de la idiosincrasia rural (re-ruralización y neorruralidad) que apunta a la necesidad de reconexión biofílica con la naturaleza. Todo ello bajo el marco de la pandemia y el confinamiento como evento desencadenante que incide en todos los factores anteriores.

Relaciones y conexiones de los elementos de análisis
Figura 1
Relaciones y conexiones de los elementos de análisis
Fuente: elaboración propia

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Notas

[1] Los titulares están traducidos al español.
[2] Conviene señalar que el trabajo de campo se realizó entre octubre de 2022 y enero de 2023.
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