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EL DILEMA DE LOS CAMPESINOS FRENTE A LOS IMPERATIVOS DEL MERCADO NEOLIBERAL EN LOS ALTOS DE CHIAPAS, MÉXICO
The dilemma of the peasants facing the imperatives of the neoliberal market in Los Altos de Chiapas, México
EL DILEMA DE LOS CAMPESINOS FRENTE A LOS IMPERATIVOS DEL MERCADO NEOLIBERAL EN LOS ALTOS DE CHIAPAS, MÉXICO
Estudios Rurales. Publicación del Centro de Estudios de la Argentina Rural, vol. 9, núm. 18, 2019
Universidad Nacional de Quilmes
Recepción: 05 Noviembre 2018
Aprobación: 26 Agosto 2019
Resumen: Este artículo analiza la situación de los campesinos productores de café de Los Altos de Chiapas, quienes en distintas formas han quedado atrapados en la dinámica del mercado global. El análisis está centrado en el dilema que éstos han enfrentado en los últimos 30 años de políticas neoliberales, producir alimentos básicos (maíz y frijol) para el autoconsumo o producir café para generar ingresos monetarios. Esto en un contexto donde el Estado no protege a los campesinos, pese a los riesgos que entraña el “libre” mercado, propiciando la expansión cafetalera. El estudio privilegia el enfoque histórico-estructural y se basa en trabajo de campo realizado en los municipios de Pantelhó, Chenalhó, San Juan Cancuc y Tenejapa, durante 2014-2016.
Palabras clave: economía campesina, estructura agraria, expansión cafetalera, producción de alimentos.
Abstract: This article analyzes the situation of the peasants producing coffee of Los Altos de Chiapas, who in different ways have been trapped in the dynamics of the global market. The analysis is focused on the dilemma that these have faced in the last 30 years of neoliberal policies, producing basic foods (corn and beans) for self-consumption or producing coffee to generate monetary income. This in a context where the State does not protect the peasants, despite the risks involved in the “free” market, leading to coffee expansion. The study privileges the historical-structural approach and is based on field work carried out in the municipalities of Pantelhó, Chenalhó, San Juan Cancuc and Tenejapa, during 2014-2016.
Keywords: peasants economy, agrarian structure, coffee expansion, food production.
Introducción
En México, las relaciones de producción capitalista derivadas del modelo neoliberal han generado la profundización de la pobreza en la población campesina, la dependencia del mercado y mayor vulnerabilidad en sus condiciones de vida. En el caso de Los Altos[1] de Chiapas, una parte de los campesinos se apropiaron del cultivo de café desde la década de los setenta del siglo XX, como un medio para obtener ingresos monetarios. Esto en un momento donde la producción de maíz y de frijol eran la base de la economía campesina. Sin embargo, la intervención del Estado en la cafeticultura a través del Instituto Mexicano del Café (INMECAFÉ), y las políticas neoliberales de los últimos treinta años, llevaron a los campesinos a la expansión de sus cafetales en detrimento de la producción de sus alimentos, principalmente maíz y frijol. Esto debido a que en el mercado neoliberal el dinero se ha convertido en el pilar de su economía. Lo que representa una ruptura en la producción de subsistencia que caracterizaba a Los Altos de Chiapas, así como su inserción directa y subordinada a la dinámica del mercado mundial.
En Los Altos existen aproximadamente 20 mil productores de café, con una superficie cultivada de 23 616 hectáreas (Actualización del Marco Censal Agropecuario, 2016), equivalente al 10% de los productores y al 9% de la superficie del ámbito estatal.[2] Cifras oficiales estiman que “más del 80% tiene menos de 1 hectárea de café y son escasos los productores con más de 5 hectáreas” (Comisión para el Desarrollo y Fomento del Café, 2013). Se trata de población campesina hablante de las lenguas tzotzil, tzeltal y castilla, con una superficie agraria promedio que oscila entre 1 y 3.2 ha, bajo el régimen de propiedad social (ejidal y comunal) y privada. Quienes comercializan su producto a través de organizaciones campesinas -“cooperativas de café orgánico o de café convencional-, o de intermediarios locales -“coyotes”- vinculados a las empresas comercializadoras.
El propósito de este artículo es analizar hasta qué punto el avance de la cafeticultura está desplazando los cultivos de maíz y frijol, para dimensionar las condiciones en las que están inmersos los campesinos alteños en el mercado neoliberal. El estudio está basado en información de campo recopilada con productores de café convencional miembros de la Unión de Comunidades Indígenas de Producción Agrícola Santa Catarina Pantelhó.[3] Una organización que cuenta con poco más de mil socios distribuidos en 48 comunidades de los municipios de Pantelhó, Chenalhó, San Juan Cancuc, Tenejapa, Mitontic y Chalchihuitán. El trabajo de campo se realizó en las localidades de San José Buenavista Primero (SJBP) y el Ejido de Pantelhó, municipio de Pantelhó; Canolal y Chimix, municipio de Chenalhó; Iviltik, municipio de San Juan Cancuc; y Sibactel, municipio de Tenejapa, durante el periodo 2014-2016.
En este lapso se realizaron 27 entrevistas semiestructuradas, así como entrevistas abiertas y dialógicas a distintos productores de café. Además, de recorridos de campo y visitas periódicas a las comunidades de estudio. De manera complementaria se consultaron datos de los Censos Agropecuarios de 1991, 2007 y la actualización censal de 2016. La perspectiva analítica se sustenta en la teoría campesina bajo el enfoque histórico-estructural, el cual permite identificar los momentos de cambio, las continuidades y las rupturas.
El artículo está estructurado en cinco apartados, los dos primeros constituyen el marco teórico y analítico para comprender las relaciones y sus consecuencias del entorno para los campesinos que decidieron continuar con la producción de café. El tercero analiza las condiciones de la estructura agraria y la producción agrícola en la región de estudio. El cuarto y quinto abordan las características de la expansión cafetalera en los principales municipios productores, así como las estrategias que los campesinos han adoptado frente a la dinámica del mercado, la crisis provocada por la roya y sus efectos en sus condiciones de vida.
El contexto de los campesinos en el mercado capitalista-neoliberal
En Europa, en la segunda mitad del siglo XIX, empezaron a tomar importancia los estudios acerca del campesinado que muestran cómo el desarrollo del modo de producción capitalista -expresado en el comercio, la industria, la agricultura y ganadería- fue absorbiendo los procesos de producción que sustentaban a la población campesina, adecuándolos a la producción de mercancías, generación de plusvalía y la acumulación (Marx, [1867] 1999; Kautsky, [1899] 1977). Para Marx (1999), este acontecimiento representó “el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción” (p.608). Sin embargo, afirma que “su historia presenta una modalidad diversa en cada país, y en cada uno de ellos recorre las diferentes fases en distinta gradación y en épocas históricas diversas” (p.609). Sobre todo, en una región como América Latina donde prevalecieron tres siglos de dominación colonial (Mariátegui, 2003).
En México, durante el siglo XIX y principios del XX, “tiene lugar la implantación del capitalismo industrial, pero no en forma de un capitalismo clásico sino adaptado a poderosas estructuras existentes (la hacienda, por ejemplo), y a las fuerzas económicas internacionales” (De la Peña, [1975] 2003, p.81). “Aquí no se trataba de fabricar fabricantes y acelerar de ese modo el desarrollo industrial, sino de constituir una economía primarioexportadora “complementaria” del capitalismo industrial de las metrópolis” (Cueva, [1977] 2013, p.68). Lo que permitió el desarrollo de los cultivos como la caña de azúcar, el algodón, el café y la ganadería.
En Chiapas, con las políticas de deslinde y colonización implementadas por el gobierno de Porfirio Díaz (1876-1911), se incentivó la llegada del capital privado (nacional y extranjero) -principalmente alemán- para desarrollar el cultivo del café en la región del Soconusco, donde florecieron las grandes fincas cafetaleras (Bartra, 1996; Tovar, 2006; Fenner, 2010). El auge de la producción de café en la primera década del siglo XX provocó que miles de campesinos y jornaleros de Guatemala y de Los Altos de Chiapas emigraran al Soconusco en busca de trabajo, abriendo paso al sistema de enganche y de peones acasillados (Baumann, 1983; Rus, 2005; Ramírez, 2009).
El proceso revolucionario de 1910-1921 y la reforma agraria cardenista (1936-1940) permitió la consolidación de una población campesina productora de alimentos, sobre todo de maíz, frijol, arroz, trigo, calabaza, entre otros. Esta población se benefició del respaldo jurídico y financiero del Estado a través del Ejido y del Banco de Crédito Ejidal, lo que influyó para el impulso de otros cultivos, así como para promover la cafeticultura campesina en varias partes del territorio nacional (Bartra, Cobo y Paz, 2011). No obstante, ésta se consolidó gracias al impulso del INMECAFE,[4] que en 1973 “puso en marcha una fuerte campaña para organizar a los cafeticultores en las llamadas Unidades Económicas de Producción y Comercialización (UEPC)” (Nolasco, 1985, p.188). A través de las cuales brindó plantíos y capacitación técnica a los productores, créditos de cosecha, fertilizantes químicos y precios de garantía en la comercialización del aromático.
Esto en un momento en que las políticas para el desarrollo de la economía mexicana estaban basadas en el modelo de industrialización por sustitución de importaciones, “en el cual los obreros se integraban como fuerza de trabajo y como consumidores, mientras que los campesinos se integraban como productores de alimentos baratos” (Rubio, 2003, p.47), y exportadores de materias primas. Se trata de una etapa denominada por Rubio como la subordinación incluyente del capital. Aunque, “la diferenciación social seguía siendo evidente” (Stavenhagen, 1979, p.265).
Esta situación de los campesinos mexicanos generó un debate en torno al estatus teórico del campesinado y su devenir en la sociedad de mercado capitalista (Calva, 1988), del cual surgieron dos corrientes teóricas: los campesinistas y descampesinistas. Para Feder (1977), los campesinistas “argumentan que una agricultura capitalista necesita explotar a un sector numeroso de minifundistas, ya sea mediante la apropiación del excedente que se origina en sus parcelas (de su trabajo y de los productos que vende), ya mediante la explotación directa de la mano de obra” (p.1441). En tanto que los descampesinistas “sostienen que los minifundistas están en vías de desaparición y que la eliminación o la extinción de los campesinos por parte del capitalismo supone su transformación en asalariados sin tierra” (p.1443).
Se puede decir que las dos corrientes siguen vigentes, pero el caso que nos ocupa nos sitúa en la corriente campesinista, dado que los sujetos de estudio son productores de café y en menor medida de maíz y frijol. Se entiende como campesino al “poseedor de una porción de tierra que explota por su cuenta con su propio trabajo manual como ocupación exclusiva o principal, apropiándose de primera mano, en todo o en parte, los frutos obtenidos y satisfaciendo con éstos, directamente o mediante su cambio, las necesidades familiares” (Calva, 1988, p.51). Quienes “están expuestos a los poderosos caprichos de la naturaleza y a las políticas del mercado y del Estado” (Shanin, 1974, p.25).
Con la entronización del modelo neoliberal en la década de los ochenta, el tema dejó de ser relevante en la discusión, no así en los procesos de transformación suscitados en la población rural. Puesto que dicho modelo “se sustenta en una forma de dominio excluyente sobre las clases explotadas, lo cual genera una enorme marginación social así como una concentración sin precedentes del capital en pocas manos” (Rubio, 2003, p.102). Esto debido a que en la concepción neoliberal el motor del crecimiento económico recae en el capital privado representado por la gran empresa (nacional y extranjera). Lo que llevó a un adelgazamiento de las funciones sociales del Estado y un fortalecimiento de las relaciones de mercado, enmarcadas en la “libre” elección y “libre” competencia (Huerta, 1992; Guillén, 2000).
Este proceso estuvo acompañado de la privatización y cierre de empresas paraestatales como el INMECAFÉ, TABAMEX, el Banco de Crédito Rural, entre otras, consideradas estratégicas para la población rural, así como de acciones encaminadas a una reestructuración del campo mexicano. En este marco, en 1992, el gobierno de Salinas de Gortari (1988-1994) reformó el artículo 27 constitucional y puso fin al reparto agrario. De esta reforma surgió el Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares (PROCEDE), “cuyas directrices iban en el sentido de modernizar el campo, al propiciar seguridad jurídica de la tierra y permitir la inversión privada, nacional y extranjera, formar sociedades mercantiles y allanar el camino para la eventual venta de parcelas ejidales” (Villafuerte et al., 2002, p.156). Además, en 1994, echó a andar el Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN),[5] que más allá de impulsar la agricultura campesina lo ha ido deteriorando progresivamente.
Estos acontecimientos, aunado al crecimiento demográfico, profundizaron los problemas en el campo. Por un lado, modificó el régimen de propiedad de la tierra y se acentuó el proceso de minifundización (Villafuerte y García, 2006), lo que llevó al aumento de actividades fuera de la parcela. Por el otro, dejó a los campesinos sin apoyos estatales y a expensas de los intereses de las empresas comercializadoras, agropecuarias y agroindustriales asentadas en el territorio nacional, ocasionando mayor dependencia del mercado. De hecho, uno de los resultados del TLCAN fue que en 2007 se eliminaron los “aranceles en productos que se consideraban sensibles como el maíz, frijol y leche en polvo” (Guillén, 2000, p.102-103), provocando el aumento de las importaciones de granos básicos -en el caso del maíz, éstas pasaron de 10.2 millones de toneladas en 2013 a 14 millones en 2017 (Perea, 2018)-.
Así, frente a la imposición de las reglas del mercado y en un contexto de crisis rural (Basurto y Escalante, 2012; Villafuerte, 2015), la producción agrícola de Los Altos se orientó a cultivos de mayor rentabilidad que los granos básicos, entre los que se destacan el cultivo de flores y hortalizas. Además, se consolidó la producción y comercialización de artesanías, el comercio al por menor, el turismo, transporte público y otros servicios (Rus y Rus, 2013). Por su parte, los campesinos productores de café, en su búsqueda de estrategias para su sobrevivencia, expandieron sus cafetales en detrimento de la producción de granos básicos.
Lo que implica pasar de la producción de valores de uso a la producción de valores de cambio, un proceso que no se reduce a la simple relación de venta y compra de mercancías, más bien, “es el punto de arranque del capital” (Marx, 1999, p.103). Sin embargo, su lógica y escala de producción regularmente sólo le permite vender para comprar, a diferencia de la lógica empresarial que procura comprar para vender. De manera que, “el dinero que gira con arreglo a esta forma de circulación es el que se transforma en capital, llega a ser capital y lo es ya por su destino” (Marx, 1999, p.103). Este tipo de relación “supone en los miembros de una sociedad una mutación radical de sus motivaciones: el móvil de la ganancia debe sustituir al de la subsistencia” (Polanyi, 1989, p.71).
El permanente dilema de los campesinos alteños en un mundo cambiante
En la región Altos, la producción de café por parte de las familias campesinas empezó desde mediados del siglo XX en pequeñas superficies en los municipios de Chenalhó, Pantelhó, Tenejapa y San Juan Cancuc. Hecho que se atribuye a la dinámica de migración temporal que mantuvieron los tzotziles y tzeltales con las fincas cafetaleras del Soconusco, Tumbalá y Chilón (Martínez, 1995; López, Moguel y González, 1997; Pérez-Grovas, López, Anzueto, Rodríguez y Gómez, 1997;Köhler, 2007 y Rus, 2012). Esto en un momento en que la reforma agraria, “benefició a campesinos de casi todos los municipios que componen la región Altos” (Reyes, 1992, p.62). A quienes el Estado, por medio del Instituto Nacional Indigenista, trató de incorporar al desarrollo de la economía nacional (Aguirre, 1987).
En la década de los setenta, la cafeticultura campesina empezó a consolidarse en la región debido a la llegada del INMECAFÉ y a la aplicación del Programa de Inversión de Desarrollo Rural (PIDER) (Salazar, 1988). Si bien, el primero ofreció beneficios al pequeño productor (plantas, capacitación técnica, insumos, créditos, precios de garantía), el segundo impulsó el incremento de la productividad en el campo a base de fertilizantes químicos -se trataba de la denominada “revolución” verde-. Estas políticas estuvieron acompañadas de la apertura de caminos saca cosechas, mejoramiento de carreteras, construcción de centros de salud, escuelas de nivel básico, y apertura de las tiendas de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (CONASUPO), encargadas de abastecer alimentos a las comunidades rurales, principalmente maíz y frijol.
Para dicha década, algunos estudios sostenían que la producción de granos básicos todavía era la característica principal de la agricultura regional. Al respecto, Stavenhagen (1979) dice:
Aún cuando se cultivan otras plantas, el maíz es el producto agrícola principal sin el cual la familia rural -unidad de producción- no podría subsistir. (…) El agricultor dedica la mayor parte de su tiempo activo al cultivo de subsistencia, en el cual participa toda la mano de obra familiar. El producto es consumido por la familia. A veces, cuando el agricultor necesita dinero, vende una parte de la cosecha, pero más tarde, cuando sus reservas se han agotado, debe comprar nuevamente el maíz. (p.207)
Esta dinámica de producción, aunado a los bajos rendimientos -sobre todo en zonas escarpadas y montañosas-, distinguía a los Altos de otras regiones de Chiapas (Rus, 2012). Pero también, era lo que obligaba a una parte de los campesinos a migrar temporalmente hacia las fincas cafetaleras, o a buscar otras estrategias de sobrevivencia en la comunidad.
En municipios como Tenejapa, gran parte de los campesinos “eran productores de autoconsumo (maíz y frijol), sin embargo, el sistema de roza-tumba y quema no tardó en empobrecer la tierra” (López, et. al, 1997, p.1). Los bajos rendimientos provocaron la diversificación del cultivos como el café, cacahuate y cítricos, pero también la continuidad de la migración temporal hacia las zonas cafetaleras. En tanto que en Chamula, las familias con pequeñas superficies de tierra dedicaban “15 semanas anuales al trabajo temporal en las fincas, lo que les reportaba un ingreso total medio de $2,300.00. (…) El resto del año, trataban de completar su salario con pequeños trabajos eventuales y con la producción artesanal” (Wasserstrom, 1980, p.24).
En relación a Zinacantán, una parte de los campesinos con poca tierra o de baja calidad se veían obligados a rentar terrenos en las zonas cálidas de los valles centrales “para sembrar sus milpas, cosechar el maíz y llevarlo después a sus hogares. Sus familias dependían de ese cultivo para su subsistencia” (Vogt, [1966] 1992, p.145). Mientras que otra parte, vio en el cultivo del maíz una forma de asegurar sus alimentos, brindar empleo y obtener ganancias monetarias. Por lo que, aparte de cosechar su propia parcela, rentaban tierras y “cultivaban en fincas tan lejanas al sureste como el municipio de Comitán” (Wasserstrom, 1976, p.100-101), para luego vender el excedente. Otros preferían migrar o quedarse como jornaleros en su comunidad.
Respecto a Chenalhó y Pantelhó, antes de la expansión cafetalera, “la relación que tradicionalmente habían mantenido los campesinos indígenas con la tierra era en la obtención de productos para la alimentación, principalmente maíz y frijol” (Martínez, 1995, p.86). Sin embargo, el impulso del INMECAFÉ y la mejoría del precio del aromático en relación a los granos básicos, dieron como resultado un incremento sustancial de la superficie cafetalera en la región, pasando “de 1,471 hectáreas en la década de los setenta a 13,987 hectáreas en los noventa” (citado en Jarquín, 2003, p.86).[6]
El desarrollo de la cafeticultura campesina permitió la creación de empleos estacionales, disminuyó la migración temporal hacia las fincas cafetaleras y fungió como base para el surgimiento de organizaciones campesinas (Pérez-Grovas, 1998, p.27). No obstante, “si bien la producción y comercialización de café compensó de alguna manera las limitaciones de la producción milpera, esas actividades los han mantenido vinculados y dependientes del mercado capitalista mundial” (Morquecho, 2013, p.1).
Esto se hizo evidente con la crisis de los precios del café en 1989 -provocada por la ruptura de los acuerdos en la Organización Internacional del Café-, y el cierre del INMECAFÉ en 1992 como producto de la aplicación de las políticas neoliberales (Valenzuela, 2007). Esto permitió que los precios del grano se fijaran en la Bolsa de Valores de Nueva York (BVNY), y que la comercialización quedara en manos de empresas privadas. El nuevo escenario puso a los campesinos en la disyuntiva de seguir cultivando café o fortalecer la producción de alimentos básicos para el autoconsumo. Pese al entorno desfavorable, éstos siguieron cultivando café, muchos “no tuvieron más alternativa que la de recurrir a los intermediarios rurales (coyotes locales o regionales) ó a los representantes de las comercializadoras” (Renard, 1999, p.268).
Otros se adhirieron a figuras asociativas como la Unión de Productores de Kulaltik y Cotzepec, en Tenejapa, la Unión Majomut y Mayavinik, en Chenalhó, la Organización Tzeltal de Productores de Café y Organización de Productores Agropecuarios Cancúc, en San Juan Cancuc, y la Tzeltal-Tzotzil, en Pantelhó (Cobo y Paz, 2009). Organizaciones que lograron exportar el café a Estados Unidos y a Europa a través de los nichos de mercado de café orgánico y comercio “justo”, obteniendo mejores precios que los ofertados por la BVNY (Pérez y González, 2013; Sánchez, 2014). No obstante, buena parte de los productores que siguieron con el café convencional quedaron subordinados a la dinámica del intermediarismo local instaurado por las empresas Exportadora de Café California y Agroindustrias Unidas de México. Lo que permitió el surgimiento de la Unión de Comunidades Indígenas de Producción Agrícola Santa Catarina Pantelhó (UCIPA).
La nueva estrategia sirvió para mitigar los efectos de la estructura de intermediación y de los cambiantes precios en el mercado internacional; sin embargo, no evitó los riesgos que entrañan las relaciones de “libre” mercado. Pues, “cuanto mayor es la competencia (…) más precaria es la situación de los productores” (Kautsky, 1977, p.75). Así, mientras los empresarios se apropian de la ganancia, los campesinos “se limitan a recuperar el costo sin obtener ganancia alguna” (Bartra, 2006, p.111). Cuando esto sucede “los campesinos ponen en práctica dos estrategias distintas. La primera de ellas es aumentar la producción; la segunda, reducir el consumo” (Wolf, 1982, p.26). Lo que en determinados casos representa la posibilidad de vivir en condiciones favorables, en otros mayor vulnerabilidad y pobreza permanente (Boltvinik, 2012).
Estructura agraria y producción agrícola de Los Altos de Chiapas
Para ilustrar las condiciones agrarias en las que vive la población campesina de Los Altos hemos recuperado algunas cifras del Censo Agropecuario 2007. Para esta región se registraron 69 408 unidades de producción,[7] con una extensión de 154 496 hectáreas. De éstas, 33% correspondió a propiedad ejidal, 45% a tierras comunales, 21% a propiedad privada y menos del 1% a propiedad pública. La distribución de estas unidades a nivel municipal se presenta en el Cuadro 1.
En este cuadro se aprecia que el rasgo distintivo de la región es el acentuado minifundismo, pues la superficie promedio de las unidades de producción oscilaba entre 1 y 4 hectáreas, siendo Chamula, Larráinzar, Mitontic, San Juan Cancuc y Tenejapa los municipios donde se ubican las superficies más pequeñas. Se destaca que en Chalchihuitán, Chamula, Chenalhó, Oxchuc, San Juan Cancuc y Tenejapa predominaba la propiedad comunal, en tanto que, en Aldama, Huixtán, Pantelhó y San Cristóbal de Las Casas se destaca la propiedad privada.
De las 154 496 hectáreas censadas, 76.3% correspondieron a tierras de labor, 19.4% a áreas con pastos no cultivados (de agostadero y enmontada) y 3.6% a bosques y selvas. Las tierras de labor equivalen a 117 978 hectáreas, de las cuales, 58.4% se destinaron al cultivo del maíz; 17% a la siembra de frijol; 15.7% a plantaciones de café; y menos del 10% a otros cultivos (hortalizas, pastos cultivados, flores, plátano, aguacate, limón, entre otros). Es decir, los tres cultivos principales eran maíz, frijol y café (véase el Cuadro 2).
Resalta que de los diecisiete municipios que integran la región, siete (Amatenango del Valle, Chamula, Huixtán, San Cristóbal de Las Casas, Zinacantán, Chanal y Teopisca) concentraron el 56% de la superficie cultivada con maíz (blanco y amarillo) y el 65% de las tierras sembradas con frijol. Se trata de municipios donde la actividad cafetalera es escasa. Por el contrario, los municipios considerados cafetaleros (Aldama, Chalchihuitán, Chenalhó, Larráinzar, Mitontic, Oxchuc, Pantelhó, Tenejapa, San Juan Cancuc y Santiago El Pinar) sólo ocuparon el 44 y 35% de la superficie cultivada con maíz y frijol, respectivamente.
También resalta que cerca del 90% de la superficie destinada a la producción de básicos corresponde al ciclo primavera-verano, lo que indica que la mayor parte de la siembra es de temporal (véase Cuadro 3). Un campesino de la región refiere que “es difícil sembrar dos veces al año, aparte del trabajo para preparar la tierra, aumentan las plagas que afectan la siembra. (…) La cosecha se reduce a menos de la mitad” (Entrevista a Mariano, productor, 3 de septiembre de 2015, SJBP, Pantelhó).
Aquí se observa que los rendimientos de la producción de maíz oscilan entre 800 kilogramos y 2 toneladas por hectárea, los más bajos se obtuvieron en la mayoría de los municipios cafetaleros. En lo que se refiere a la producción de frijol se registran entre 100 kilogramos y 1 tonelada por hectárea, los más bajos resultaron en municipios no cafetaleros. En suma, dos terceras partes de la producción total de maíz y poco más de la mitad de la cosecha de frijol correspondieron a los municipios que no son considerados productores de café. Por su parte, los rendimientos del café se ubicaron entre 1 a 1.5 toneladas por hectárea (equivalente a 16 y 25 bultos de café pergamino de 60 kilos).
Estos datos reflejan diferencias en cuanto a clima y fertilidad de los suelos, la región se divide entre tierra fría y tierra caliente (altitudes que van de 700 a 2 200 metros sobre el nivel del mar). También expresan las diversas combinaciones productivas, tecnológicas y uso de fuerza de trabajo asalariado. Elementos que ponen a los campesinos en la disyuntiva entre seguir cultivando granos básicos o aumentar la franja cafetalera en los estrechos límites que permite el tamaño de la parcela.
Para dimensionar la importancia de la producción de alimentos en la economía campesina se presentan algunos datos recabados en campo: una familia promedio (integrada por 6 miembros: papá, mamá, 2 hijas y 2 hijos mayores de 15 años) consume, aproximadamente, 5 kilos de maíz por día (en tortillas, tostadas y pozol, principalmente), sin contar el que se destina al consumo animal, y 1 kilo de frijol cada dos días. Los requerimientos de esta familia al año ascienden a 1 tonelada 825 kilogramos de maíz y 182.5 kilogramos de frijol, de manera que, con base a los rendimientos por hectárea de 2007, una familia necesita cultivar entre 1.5 a 2 hectáreas de maíz y entre un 1/4 y 1 hectárea de frijol.
Lo anterior, representa un problema estructural para las familias campesinas asentadas en comunidades de Aldama, Oxchuc, Larráinzar, Mitontic, San Juan Cancuc, Tenejapa y Chamula, donde la superficie promedio es menor a dos hectáreas. Pero aún para los que tienen extensiones mayores de tierra, pues en muchos casos no son aptas para la agricultura. Algunos productores de Pantelhó y Chenalhó consideran que “para mejorar las condiciones de vida de una familia se debe contar con tres o cinco hectáreas de terreno favorables para la agricultura, que permita combinar la producción de maíz y frijol con el cultivo del café” (Entrevista colectiva a Juan, Mariano y José, productores, 22 de febrero de 2016, Pantelhó).
La expansión de los cafetales en relación con el cultivo de granos básicos
De acuerdo con el Censo Agropecuario de 2007, en los 10 municipios cafetaleros de Los Altos se cultivaron 27 528 hectáreas de maíz y 6 405 de frijol (en ambos ciclos productivos), y 16 546 hectáreas de café. En tanto que en el Censo Agropecuario de 1991, en la misma área geográfica,[8] se reportaron 29 667 hectáreas de maíz, 14 757 de frijol y 13 523 de café. Lo que indica que, en 16 años, la superficie maicera se redujo 7%, la de frijol cayó 56% y la de café aumentó 22%.[9] El grano más afectado por la expansión cafetalera ha sido el frijol. Esto debido a que, “el café se empezó a sembrar en la tierra del maíz, el maíz se sembró en la tierra del frijol y cuando sembramos más café ya no quedó tierra para frijol” (Entrevista a Alonso, productor, 3 de marzo de 2016, Sibactel, Tenejapa).
Los municipios cafetaleros de mayor importancia son Chalchihuitán, Chenalhó, Oxchuc, Pantelhó, Tenejapa y San Juan Cancuc. Desde 1991, éstos abarcaban 95% por ciento de la superficie sembrada, y para 2007, a pesar del desprendimiento de Aldama y Santiago El Pinar, éstos concentraron el 90% de la superficie. Sin embargo, de acuerdo con cifras oficiales, de los seis, sólo en tres de ellos, se aprecia claramente la expansión del cafetal en detrimento de los granos básicos. En Chenalhó, la superficie cultivada con maíz y frijol disminuyó 31 y 39%, respectivamente, mientras que la de café se incrementó 18%. Esto a pesar de que parte importante de su zona cafetalera fue transferida al municipio de Aldama, donde la cafeticultura representa la actividad principal. En Oxchuc, el área maicera aumentó 11%, las de frijolares cayeron 40%, y la superficie de café subió 38%. En San Juan Cancuc, el área maicera se redujo en 14%, los frijolares disminuyeron en 75% y los cafetales aumentaron 179%. En este caso, las tierras de labor se duplicaron, al pasar de 3 287 hectáreas en 1991 a 6 568 en 2007. Esto muestra que la expansión de la frontera cafetalera no sólo está abarcando terrenos destinados a la producción de granos básicos, sino también tierras en descanso, potreros y bosques.
El café genera ingresos monetarios, lo que explica la propensión hacia el cultivo y la contradicción con los cultivos básicos destinados al autoconsumo; asimismo, los precios revelan el incremento de la producción orgánica por parte de organizaciones campesinas y la diversificación de los nichos de mercado de cafés especiales. Las cotizaciones del café orgánico expresan claras ventajas sobre el café convencional, aunque de por sí éste supera con creces el precio de los granos básicos. Además, la red de intermediarios locales, impulsada por las empresas, generaron relaciones de clientelismo y usura al interior de las comunidades, situación que permitió el desarrollo del café convencional.
Sin embargo, el café conlleva altos riesgos por la volatilidad de los precios: en 1992 y 2002, las cotizaciones en la BVNY cayeron por debajo de 60 dólares las 100 libras de café oro verde.[10] De cierto modo, las organizaciones productoras de café orgánico amortiguaron dichas caídas con los diferenciales de precios obtenidos en el mercado de “comercio justo”, pero los productores de café convencional sufrieron una caída drástica de sus ingresos que los obligó momentáneamente a volver al cultivo de sus alimentos. Entre 2002 y 2004, “varias familias tiraron su cafetal para sembrar maíz porque el dinero no alcanzaba ni para comer” (Entrevista a José, productor, 21 de octubre de 2015, Chimix, Chenalhó), pero una vez que el precio se recuperó retornaron a la siembra del café.
En efecto, los precios de la BVNY en 2005 alcanzaron 100 dólares las 100 libras, hasta llegar en 2011 a los 300 dólares. El precio se triplicó,[11] al grado que los intermediarios locales llegaron a pagar hasta 50 pesos el kilo de café pergamino convencional, mientras que un kilo de maíz se cotizaba en 4 pesos y uno de frijol en 15 pesos, situación que generó un nuevo impulso de la cafeticultura campesina. Al respecto un campesino refiere: “cuando subió el precio nosotros le echamos poda, sembramos matas nuevas y compramos fertilizantes, pero por atender el café ya no pudimos sembrar maíz” (Entrevista a Josefina, productora, 14 de octubre de 2015, Ejido de Pantelhó).
Para 2013 los precios seguían siendo favorables, pero a mediados de este año entró la plaga de la roya, que ocasionó la devastación de los cafetales, incluyendo amplias áreas de plantaciones nuevas, esto obligó a las familias a buscar otras estrategias de sobrevivencia. Varias familias sin disponibilidad de tierras “tiraron el cafetal dañado y sembraron maíz para comer. Luego, volvieron a sembrar café, pero mientras crecía aprovecharon para sembrar maíz otra vez, pues la milpa sirve de sombra al cafetal” (Entrevista a Domingo, productor, 4 de febrero de 2015, Iviltik, San Juan Cancuc). Sin embargo, la sabiduría campesina dice que al sembrar maíz “donde anteriormente había café, cuesta más, la mazorca es chica y la producción baja” (Entrevista a Juan, productor, 5 de abril de 2016, El Porvenir, Pantelhó). Así, quienes tenían tierras disponibles ocuparon terrenos en descanso, otros rentaron tierras por uno o dos años en tierra caliente. Pero otros más, para sobrevivir, tuvieron que recurrir al trabajo asalariado.
La roya frenó momentáneamente la expansión de cafetales. Al respecto, uno de los productores comenta: “tenía pensado sembrar más café y empezar a comprar todo mi maíz y frijol, pero ahora ya no, voy a sembrar mi maíz y frijol hasta que pase la roya” (Entrevista a José, productor, 21 de octubre de 2015, Chimix, Chenalhó). Lo relevante de este proceso es que, a pesar de la crisis económica generada por dicha enfermedad, muchos campesinos han seguido con la expansión de sus cafetales. “Ahorita veo el café como un ahorro, todo lo que voy ganando lo invierto en mi cafetal, sé que no me lo va a devolver rápido, pero sé que con el tiempo voy a cosechar más, y me va a devolver lo que estoy invirtiendo. Mi esperanza es que suba otra vez el precio” (Entrevista a Rafael, productor, 10 de octubre de 2015, Pantelhó).
Para 2016, de acuerdo con la Actualización del Marco Censal Agropecuario, se estimó que en la franja cafetalera de Los Altos de Chiapas se cultivaron 35 532 hectáreas de maíz, 4 566 de frijol y 23 616 de café. Esto significa que, en casi 9 años, la superficie maicera aumentó 29%, los frijolares cayeron 28% y los cafetales se expandieron en 42%, en relación con los registros de 2007. Es decir, mientras que la superficie maicera tuvo cierta recuperación por los efectos de la roya, los frijolares siguieron en picada, en tanto que el área cafetalera continúa con su expansión. En términos generales, el análisis de los datos oficiales arroja que de 1991 a 2016, la superficie maicera tuvo un aumento de 19%, la de frijol se redujo 69% y la de café se incrementó 74%. Por lo que, en 25 años de políticas neoliberales, el grano más afectado ha sido el cultivo de frijol, además de la ampliación del área de las tierras de labor.
El café, de complemento a fuente primordial de la economía campesina
La información recabada en campo muestra cómo el café después de ser un cultivo complementario para obtener dinero se convirtió en el medio principal de la economía campesina. En este proceso, el crecimiento demográfico, la división de la propiedad familiar, la herencia y mercantilización de la tierra han jugado un papel significativo. Por ejemplo, el Ejido de Pantelhó se fundó en 1955 con 243 ejidatarios y una dotación ejecutada de 2 508 hectáreas (Velasco, 2015). “A cada ejidatario le tocó entre 4 y 10 hectáreas de terreno, ahí sembrábamos maíz, frijol, calabaza, chile, tabaco y un poco de café, lo demás quedaba de acahual” (Entrevista a Mariano, productor, 16 de octubre de 2015, Ejido de Pantelhó, Pantelhó). Para 2015, el número de familias había aumentado a 589 -entre ejidatarios, avecindados y pequeños propietarios-, y la dotación oscilaba entre 1 y 4 hectáreas, siendo el café el cultivo primordial.
Por su parte, la comunidad de San José Buenavista Primero (SJBP), municipio de Pantelhó, se fundó en 1975 con 14 familias, con una copropiedad de 64 hectáreas. “A cada familia le tocó 4 hectáreas, casi una de cafetal y lo demás para hacer milpa” (Entrevista a Marín, productor, 4 de diciembre de 2016, SJBP, Pantelhó). Para 2015 se registraron 33 familias con tierras y una superficie que oscila entre 0.5 y 2.5 hectáreas, todas tienen como base de su economía la producción de café. Ambos casos indican que mientras el número de familias aumentó más de 100%, el tamaño de la superficie se redujo al menos 50%, dado que de una familia surgieron otras dos o tres como relevo generacional, las demás se integran como avecindados o asalariados. Lo que avizora un panorama sombrío para las nuevas generaciones.
Lo que sigue son testimonios recuperados en el trabajo de campo que dan cuenta de la dinámica de la economía campesina y de sus estrategias de sobrevivencia en el mercado neoliberal. Testimonios que son representativos de los distintos grupos que conforman la población campesina cafetalera de Los Altos. Al respecto, Mariano, ejidatario de 71 años, expone:
A mí me tocó 7 hectáreas, producía maíz, frijol y un poco de café para tener dinero. Maíz y frijol teníamos bastante, cuando el dinero no alcanzaba, la gente que trabajaba con nosotros le pagábamos con maíz. Pero luego sembré más café hasta que llegué a 4 hectáreas y como éste pide mucha atención descuidamos la milpa. En 1998 le di una hectárea a mi hijo, media de puro monte y media de cafetal, luego se casaron otros dos y también les di igual. Me quedaron 4 has, pero en 2005 me enfermé de gravedad y tuve que vender una hectárea de cafetal por 14 mil pesos. Afortunadamente me curé, pero vivimos una situación difícil, no teníamos dinero ni para comer. Poco a poco nos habíamos estado recuperando, pero la roya nos volvió a joder (Entrevista a Mariano, productor, 16 de octubre de 2015, Pantelhó).
Don Mariano y su esposa Josefa procrearon diez hijos (4 hombres y 6 mujeres), cuatro dependen económicamente de ellos y sólo uno concluyó sus estudios de preparatoria. De las tres hectáreas, dos son de café, la otra la destina para sembrar maíz y frijol, pero como la producción es baja, la mayor parte de los granos básicos lo compra en la tienda gubernamental DICONSA -antes CONASUPO-. En la cosecha de 2015, debido a la devastación por roya, sólo obtuvo 150 kilos de café pergamino por hectárea, cuando en años anteriores obtenía 800 kilos. Sus ingresos se redujeron 80%, alcanzando apenas un ingreso anual bruto de 13 mil pesos (alrededor de 700 dólares). La caída de sus ingresos son amortiguados por el programa gubernamental Setenta y Más, que le otorga mil pesos bimestrales a él y su esposa por tener 70 años de edad. Además de los ingresos que obtienen sus hijas por la elaboración de textiles propios de la región y por el servicio de molienda de maíz. De esta manera tratan de solventar sus gastos y sobrellevar la crisis.
Por su parte, Lorenzo, hijo de ejidatario de 35 años, expresa:
Mi papá tenía 5 hectáreas, 2 eran de café y 3 eran para sembrar maíz y frijol. Cuando él falleció en el año 2000, los tres hermanos trabajamos juntos por unos años, luego lo dividimos. A mí me tocó 3 hectáreas y a mis hermanos 1. Mi papá no le invertía mucho al café, así nomás lo que diera, le gustaba más la milpa. Al principio yo también así le hacía, le dedicaba más a la milpa porque ahí salía la comida, no compraba maíz ni frijol. El dinero del café era para comprar otras cosas. Pero luego entré a la cooperativa de UCIPA y empecé a trabajar más mi cafetal. Ahora sólo siembro un poco de maíz para comer elotes y casi todo lo compro en el mercado (Entrevista a Lorenzo, productor, 20 de febrero de 2016, Pantelhó).
Don Lorenzo y su esposa María tienen un hijo, y de las tres hectáreas que recibió de herencia (él sustituyó a su papá como ejidatario) dos eran de café y una para sembrar maíz y frijol. Desde que empezó a trabajar más su cafetal su cosecha se incrementó hasta 750 kilos de café pergamino por hectárea (12.5 bultos de 60 kilos). Recuerda que con la producción de café -sobre todo con el alza de precio de 2011- logró adquirir 2 hectáreas más de acahual (tierras en descanso para sembrar maíz), en las cuales ha ido sembrando café. Para 2015 ya cuenta con 5 hectáreas, 3.5 de cafetal y 1.5 de acahuales que ocupa para sembrar maíz. Aunque la roya redujo su producción a 300 kilos por hectárea, sus ingresos todavía le permitieron solventar sus gastos.
En el mismo tenor, Pablo, un avecindado de 48 años, comparte:
Aprendí a trabajar el café con mis papás, ya cuando me casé me dieron 1 hectárea de puro monte. Empecé a sembrar mi café, sembré como 5 tareas y lo demás de maíz, luego otro poco de café y lo demás de maíz, así empecé a trabajar. Mi idea era sembrar café para tener dinero y el maíz para comer. Frijol no siembro porque la tierra donde me dio mi papá es tierra fría y ahí no se da, sólo maíz (Entrevista a Pablo, productor, 13 de octubre de 2015, Pantelhó).
Don Pablo y su esposa Rosa tienen cuatro hijos (3 hombres y 1 mujer), desde que se casaron a los 20 años combinaron la producción agrícola con los oficios de albañilería y artesanía. Lo que les permitió ahorrar un poco de dinero y adquirir dos hectáreas más de acahual en 2005. Debido a su dinámica de trabajo, en tres años logró sembrar todo de café, comprando su maíz y frijol en la tienda DICONSA y en el mercado local. Para su fortuna, en 2011, -cuando el precio del café alcanzó 50 pesos por kilo- produjo 2 000 kilos de café pergamino por hectárea (100 bultos de 60 kilos en total), por los cuales obtuvo un ingreso bruto anual de 300 mil pesos (alrededor de 16 500 dólares). Con este dinero y sus ahorros se compraron una casa en el centro del pueblo, pues la cifra significó un acontecimiento histórica dentro de la población campesina. Sin embargo, la plaga de la roya disminuyó su producción a 300 kilos por hectárea y con ello sus ingresos se vinieron abajo. “Ahora mi esposa gana más que yo, con una blusa que venda a la semana ya son 200 pesos, con eso nos apoyamos, ahí la vamos pasando mientras se recupera mi cafetal” (Entrevista a Pablo, productor, 13 de octubre de 2015, Ejido Pantelhó).
En contraparte, Petrona, avecindada de 43 años, comenta:
Cuando nos casamos, a mi esposo le dieron 2 hectáreas, como es en tierra caliente sembrábamos pura milpa, nos daba para comer y vendíamos un poco de maíz y frijol. Así trabajábamos, (…) el café no, porque mi esposo no sabía cómo hacer, sus papás también sembraban pura milpa. Después a mí me dio 10 tareas de cafetal mi abuelita y tuvimos que aprender, vimos que subió el precio y ahí empezamos a meter café también donde era para la milpa. Nos estaba yendo bien, pero la roya se llevó todo el cafetal y como ya no teníamos tierra para maíz tuvimos que tirar las matas de café y ahí sembramos, pero la tierra ya no es igual (Entrevista a Petrona, productora, 9 de octubre de 2015, Pantelhó).
Doña Petrona y su esposo Lucas procrearon cinco hijos (3 mujeres y 2 hombres), todos dependen económicamente de ellos. En 2005 todavía cultivan una hectárea de café, una de maíz y media de frijol. Pero conforme fue subiendo el precio sembraron otra hectárea de café, su producción oscilaba entre 600 y 750 kilos de café pergamino por hectárea. Sin embargo, en 2015, con la plaga de la roya, su cosecha cayó drásticamente a 29 kilos y su ingreso anual se redujo a 1 300 pesos (alrededor de 72 dólares). “Hace tres años pagaba yo gente para trabajar el cafetal, pero ahora de dónde va a salir el dinero para pagar la gente si no hay café, no sale dinero ni para nosotros, estamos viviendo una situación muy difícil” (Entrevista a Lucas, productor, Pantelhó, 9 de octubre de 2015). Para sortear esta crisis Petrona trabaja de artesana y Lucas de asalariado, y para aminorar sus gastos de este año pidieron en préstamo un pedazo de tierra para sembrar maíz y frijol.
En otro caso, Mariano, copropietario de 51 años, nos dice:
Mi papá me dejó 2.5 hectáreas, una de café y lo demás para milpa. (…) Teníamos maíz y frijol para comer, pero el dinero del café no alcanzaba porque los mestizos nos fregaban mucho. Por un tiempo fui a trabajar a las fincas de Chilón, pero se ganaba poco. Luego vendí nahuas[12] y me fue bien pero no tardó mi negocio. Después empecé a sembrar más café y entré en UCIPA, ahora casi todo es cafetal, ya no siembro maíz ni frijol, lo compro en Pantelhó (Entrevista a Mariano, productor, 16 de enero de 2015, SJBP, Pantelhó).
Don Mariano y su esposa Petra tienen 5 hijos (4 mujeres y 1 hombre), tres dependen económicamente de ellos. Desde 1998 empezaron a trabajar más el café y en 2008 renovaron sus cafetales con la variedad de café Garnica, la cual resultó altamente productiva y resistente a la roya. Para 2010 su producción era de 1600 kilos de café pergamino por hectárea y para 2015 ésta sólo disminuyó 20%, siendo una de las pocas familias menos afectadas por la roya, lo que le permitió obtener ingresos brutos anuales de casi 150 mil pesos (alrededor de 8 000 dólares). Con sus ahorros de varios años adquirieron una hectárea de acahual en 15 mil pesos y un automóvil de 40 mil pesos para uso familiar. Sin embargo, el desembolso de sus ahorros y la caída del precio del café en 2016 los llevaron al endeudamiento familiar. En este sentido, optaron por sembrar café en su nueva parcela y mientras éste crece cultivaron un poco de maíz y frijol.
Está también el caso de Sebastián, comunero de 58 años, quien expresa:
Tengo dos hectáreas de terreno. Antes sembraba una hectárea de maíz y una de café, pero en 2010 empecé a cultivar puro café. Ahora el maíz lo compramos en DICONSA, cuesta 220 pesos el costalito de 50 kilos, pero solo alcanza para una semana. Antes de que entrara la roya levantaba veinte bultos de café y como el precio era bueno me alcanzaba para comprar maíz y frijol, pero la roya acabó mi cafetal y el año pasado solo levanté 5 bultos. El dinero ya no alcanza ni siquiera para comprar el maíz (Entrevista a Sebastián, productor, 22 de octubre de 2015, Chimix, Chenalhó).
Don Sebastián y su esposa Lourdes son padres de 6 hijos (2 mujeres y 4 hombres), cinco dependen económicamente de ellos. Antes de la roya su producción era de 600 kilos de café pergamino por hectárea, con un ingreso bruto anual de 50 mil pesos, pero la plaga mermó en 75% su producción y sus ingresos brutos se redujeron a 13 mil pesos (alrededor de 700 dólares). Esto llevó a la familia a trabajar de asalariados en la comunidad, ganando 50 pesos el jornal. Incluso uno de sus hijos con estudios de secundaria se vio obligado a migrar a la Ciudad de México y contribuir a la economía familiar. Adicionalmente, reciben al año 1 300 pesos del programa Fomento Productivo y 5 700 pesos del programa Prospera. Recursos que por ahora sólo les permite sobrevivir.
Estos testimonios presentan un panorama en el que están inmersos los campesinos productores de café en el mercado neoliberal, así como sus estrategias de sobrevivencia en un contexto donde el elemento principal es el dinero. En este sentido, “el café da dinero, el maíz no. Con el dinero se puede comprar el maíz, frijol y otras cosas, el maíz apenas alcanza para comer” (Entrevista a Pedro, productor, 3 de septiembre de 2015, SJBP, Pantelhó). Este proceso conlleva una racionalización económica mayor, en tanto que el café no sólo está desplazando el cultivo de granos básicos, sino también está incrementando el valor de la tierra -al pasar de 14 mil pesos una hectárea de cafetal en 2005 a 60 mil pesos en 2016-. Por lo que, el flujo de mercancías y de capital entre el campo y la ciudad es más dinámico.
Reflexión final
Los campesinos de Los Altos de Chiapas se debaten en medio de serias limitaciones de tierras de labor, pobreza material, y un entorno económico desfavorable ligado a los problemas de salud y bajos niveles de educación: entre los 15 municipios con mayor pobreza en México se encuentran Aldama con 99.5%, San Juan Cancuc con 99.5% y Chalchihuitán con 99.2% (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, 2015). Le siguen Chenalhó, Pantelhó y Tenejapa con 98.9%, 98.4% y 97.6%, respectivamente. Municipios donde, al menos la mitad de su población vive en condiciones de pobreza extrema.
Frente a esta realidad, el cultivo del café ofrece una salida para obtener ingresos monetarios y hacer frente a las necesidades urgentes de las familias. La decisión de cultivar café representa un seguro de vida sin “cobertura amplia” y temporal porque está sujeto a los precios internacionales, a la intermediación, a las plagas y a la propia lógica de producción campesina.
La compra del “seguro de vida” se acompaña de los riesgos de no poder producir sus propios alimentos, aún con todas limitaciones de carácter estructural. Sin embargo, se observa un proceso de interiorización de la lógica de obtención y maximización de ingresos. “Si tengo dinero puedo comprar alimentos”, es una cuestión de razonamiento aritmético elemental que entra en tensión con el sentido común del campesinado, es decir asegurar la alimentación básica. Una estrategia que en tiempos de buenos precios ha funcionado, porque además de adquirir sus alimentos y contratar fuerza de trabajo asalariado, han logrado al menos obtener el equivalente a un salario mínimo al día, siendo pocos los que obtienen algo más.
Los casos excepcionales, donde las familias han logrado elevar momentáneamente su estatus social generan un efecto demostración entre los campesinos; sin embargo, en tiempo de bajos precios y de contingencias como la roya los ha puesto en serias dificultades. Por otra parte, el crecimiento demográfico y la formación de nuevas familias ha traído consigo la reducción y fragmentación del tamaño de la propiedad familiar, lo que ha contribuido para que las familias destinen la mayor parte de tierra a la producción de café, contribuyendo de esta manera a profundizar la dependencia alimentaria.
La FAO plantea que la agricultura campesina y familiar es la única capaz de contribuir a superar la dependencia alimentaria y el hambre. Por ello, resulta pertinente la reflexión en torno a la disyuntiva entre producir alimentos o productos para el mercado, sobre todo en una región como Los Altos de Chiapas, aún con todas las limitaciones que presenta.
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Notas