Debates Agrarios Contemporáneos
INCENDIO EN EL AMAZONAS, ¿DÓNDE ESTÁ LA SORPRESA? EL COSTO DE PONERLE PRECIO A LA NATURALEZA
Fire in the Amazon. What is so surprising? The consequences of considering that nature has a price.
INCENDIO EN EL AMAZONAS, ¿DÓNDE ESTÁ LA SORPRESA? EL COSTO DE PONERLE PRECIO A LA NATURALEZA
Estudios Rurales. Publicación del Centro de Estudios de la Argentina Rural, vol. 9, núm. 18, 2019
Universidad Nacional de Quilmes
Recepción: 07 Agosto 2019
Aprobación: 17 Septiembre 2019
Palabras clave: Amazonas; quema de bosques; mercantilización de la naturaleza; crisis de biodiversidad
Keywords: Amazon; forest fires; commodification of nature; biodiversity crisis
odo
progreso de la agricultura capitalista no es solo un progreso en el arte de
esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo
avance en el acrecentamiento de la fertilidad de este durante un lapso dado,
un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. […] La
producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la
combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo,
los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador
Fuente: (Marx, 1984)
mientras
existan los hombres, la historia de la naturaleza y la historia de los hombres
están mutuamente condicionadas», porque «actuando sobre el mundo exterior y
cambiándolo, [nosotros] al mismo tiempo cambiamos nuestra [propia]
naturaleza”… “No podemos «entender la
naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida.
No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y
compleja crisis socio-ambiental
Fuente: (Francisco,
2015)
Una
vez que empezamos a hablar de hombres que mezclan su trabajo con la tierra, nos
encontramos en todo un mundo de nuevas relaciones entre el hombre y la
naturaleza, y separar la historia natural de la historia social resulta
extremadamente problemático
Fuente: (Williams,
1983)
La selva amazónica suministra humedad a toda Sudamérica, influye en las lluvias de la región, contribuye a la estabilización del clima global y posee la mayor biodiversidad del mundo. Almacena más de 100.000 millones de toneladas de dióxido de carbono, casi la mitad del CO2 de todos los bosques tropicales del planeta. La liberación de gases de efecto invernadero, como consecuencia de la quema del bosque amazónico, representa el 70% de las emisiones de Brasil a la atmósfera. La Amazonia regula por más del 90% el ciclo hidrológico sudamericano, incluso en las áreas andinas. Y lo que sucede en nuestro subcontinente perturba a todo el planeta. En este contexto, cada semana son asesinados un promedio de dos indígenas por oponerse a los destructores del medio ambiente. En el transcurso del año 2018 fueron asesinados en el mundo 168 ecologistas, la mayoría de ellos en defensa de los bosques. En la Amazonia, los enemigos del bosque son evidentes: petroleras, madereras, agronegocio, hidroeléctricas y mineras. ¿Puede sorprendernos, entonces, los incendios intencionales y la destrucción progresiva de los bosques, comenzando por el más rico y extenso: el Amazonas?
Dada su naturaleza, el sistema capitalista ha buscado desde siempre nuevas formas para superar sus crisis de sobreproducción, de valorización del capital, de crecimiento económico y la búsqueda del aumento de la tasa de ganancias. En las últimas décadas, parte de este instrumental fueron los planes de ajuste estructural, privatizaciones, apertura indiscriminada de los mercados, o el constante saqueo del trabajo humano y de las bases materiales, principalmente, en las regiones periféricas y en el hemisferio Sur, instrumentos que sirviesen para garantizar el crecimiento y la acumulación capitalista. Hoy, no solo nos encontramos con esas mismas políticas, sino que también ha comenzado un proceso de negación de la crisis económica, alimentaria y ecológica que han provocado y que se refleja en el Cambio Climático.
Estos procesos implican una mercantilización extrema de la Naturaleza, incluidos sus ciclos y funciones. De esta forma los bosques, el agua o el aire se transforman en una mercancía a ser vendida bajo el marco del mercado, con un impacto irreversible sobre la biodiversidad, la tierra y la vida, sobre todo de los pueblos originarios, campesinos y comunidades tradicionales
Una tendencia actual, que busca integrar la crisis de la biodiversidad en el seno de las lógicas neoliberales dominantes, está haciendo de la diversidad solamente un bien mercantil. El hecho de justificar la protección del ambiente, casi exclusivamente sobre la base de argumentos económicos o de establecer su protección sobre instrumentos directamente acoplados con lógicas de mercado, representa uno de los principales problemas para resolver la crisis.
Ha cobrado protagonismo la idea de que de que todos los valores son medibles e intercambiables. La reducción de la naturaleza a simple provisor de bienes y servicios un objeto de cambio que sólo acelerará su degradación. La perspectiva mercantil de la Naturaleza no es más que un gerenciamiento ambiental; es necesaria otra posición, que reconozca la diversidad de posiciones sobre el ambiente, que exija una política ambiental dispuesta a imponer límites al capital, con un debate público y plural. La política debe hacerse responsable de los bienes comunes y de los valores no instrumentales. La protección de la naturaleza ha sido considerada desde hace mucho tiempo como un bien común de un orden fundado en valores que van más allá de las leyes del mercado, si esto no se entiende, lo que peligra es la existencia del hombre en el planeta.
Quizás, el problema de fondo en la cuestión del bosque amazónico, y en general de todo el proceso deforestador en las regiones más pobres del mundo, sea la valorización monetaria extrema del mismo. Si pensamos que la definición clásica de “capital”, lo define como “los bienes duraderos que se utilizan a la vez en la producción, así como la cantidad de dinero total”, el concepto de “capital natural” es entendido como el conjunto de activos en la naturaleza que produce flujos de bienes y servicios útiles para el ser humano, que incluye no sólo a los seres vivos y al soporte físico, sino también a los procesos que allí operan. Este “capital natural” estaría alimentando de esta forma a las trasformaciones productivas. Por lo cual, la acumulación de capital de origen humano exige siempre ciertos niveles de apropiación de capital natural.
Entender el medio ambiente como un tipo de capital transforma a la conservación en una forma de inversión que finalmente acaba siendo destructiva para el ambiente. Muchas veces se ha defendido esta propuesta (incluso por ejemplo la CEPAL), cuando postulan la transformación productiva con equidad y sostienen que es ineludible reconocer que los recursos naturales son formas de capital y que, como tales, pueden ser objeto de inversión. La conservación como inversión hace que la protección de la biodiversidad no se realice por los valores propios de los seres vivos, sino en la forma de inversión conjeturándose que eso arrojará en un futuro beneficios económicos.
Dotar de un precio a la naturaleza, en este caso a los bosques amazónicos, admite que la misma es un objeto al servicio humano, negándose que ella sea sujeto de valor. A este enfoque se puede contraponer uno que reconozca valores taxativos en el ambiente, que les son propios y por ello independientes de la mercantilización que de ella hacen los seres humanos. Estos aspectos hacen insostenible el uso del concepto de capital como elemento central de valoración del conjunto y procesos en la naturaleza; apenas podría ser utilizado como un indicador más entre otros tantos.
Surgen propuestas que superficialmente parecen una solución equilibrada: la venta de servicios ambientales: esto es, la apropiación y mercantilización de las selvas tropicales, bosques plantados (sembrados por el ser humano) y ecosistemas diversos. Por diversos factores financieros una parte del capital internacional busca nuevas fuentes de lucro y lo encuentra en la mercantilización del ambiente. Al capital industrial (producción) y al capital financiero (especulación) se le suma ahora el capital natural (apropiación de la naturaleza), igualmente conocido como “economía verde”. La distinción de los “servicios ambientales” es que no son proporcionados por una persona o empresa, sino brindados, “gratuitamente”, por la naturaleza: agua, alimentos, plantas, carbono (su absorción y/o almacenamiento), minerales, madera, etc. El ofrecimiento es eliminar dicha gratuidad. En la lógica mercantil, el valor de cambio de un bien está por encima de su valor de uso. Por lo cual los bienes naturales deben tener precio de mercado.
Estos “consumidores” de los bienes de la naturaleza, pasarían a pagar, no sólo por la administración de la "manufactura" del producto, sino por el bien mismo. Ocurre que la naturaleza no puede recibir el dinero pagado por los servicios que “suministra”. Los defensores de estos proyectos alegan que, por tanto, alguna institución o persona debería recibir el pago (la cualidad del ecosistema), pero desde ya sin tomar en cuenta a las comunidades que habitan en los bosques. Esta mercantilización de los servicios ambientales ignora la perspectiva de las comunidades y por ello genera conflictos que crecen progresivamente. Se trata en esencia de un nuevo mecanismo de mercado, por lo cual la naturaleza es cuantificada en unidades comercializables. La siempre presente discusión como “La tragedia de los comunes”, la naturaleza no puede ser vista como una simple proveedora de bienes.
Quizás deberíamos plantearnos que el concepto de capital no puede ser aplicado a los elementos de la naturaleza de una manera acrítica o ilimitada. Para ello, podemos utilizar la noción de patrimonio. Este término hace referencia, por un lado, a los bienes que se heredan, como a los legados que se dejan a las generaciones futuras. Asimismo, el concepto alude a bienes que antes estaban recubiertos de valores espirituales y hoy son capitalizados.
Todos estos rasgos pueden aplicarse a la naturaleza, y permiten conservar tanto las reivindicaciones para con la dotación ambiental de nuestros países, como los retos de la preservación hacia las próximas generaciones. De la misma forma, su utilización nos permite ir más allá de las valoraciones mercantiles y rescatar la pluralidad de valores y concepciones que nuestros pueblos tienen sobre el ambiente, y donde el caso de los pueblos originarios del Amazonas es un ejemplo claro y contundente. Esta pluralidad de valores además del mercantil, por los cuales se puede apreciar el ambiente, contempla intereses, perspectivas y preocupaciones diversas especialmente de las comunidades locales. No todo es cuantificable en términos crematísticos, no siempre son reducibles a un precio y cuando los reducimos solamente a eso, las consecuencias son las que observamos a diario y la que nos ocupa en esta reflexión.
Cada modelo de “desarrollo” define un tipo particular de relación sociedad-naturaleza. Condiciones globales como la mayor demanda de granos para alimentación animal, biocombustibles o la obtención de ganancias especulativas en el corto plazo, convergen en Latinoamérica como un motor de cambio que impulsa la producción de bienes primarios sin elaboración “commodities”. Simultáneamente afectan de forma ostensible la provisión de servicios ambientales y la seguridad alimentaria. Diversas perspectivas pretenden remediar los conflictos que se plantean entre la oferta y la demanda de diversos bienes y servicios de la naturaleza en el terreno rigurosamente económico enmarcado por las leyes del mercado. No obstante, muchas de las cuestiones relacionadas a la problemática ambiental, deben plantearse en espacios de una graduación superior a lo estrictamente económico: y esa es la dimensión política, ya que esta incide de manera directa en las condiciones de reproducción de la vida humana, en su entorno y en su calidad de vida.
Bibliografía
Francisco (2015), Encíclica Laudato Si'. Disponible en: http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
Marx, K. (1984). El capital.
Williams, R. (1983). El campo y la ciudad. Piados, Editorial Buenos Aires.