Dossier
TRAMAS COMUNITARIAS FRENTE A POLÍTICAS EXTRACTIVISTAS EN TERRITORIOS HABITADOS
COMMUNITY FABRIC FACING EXTRACTIVIST POLICIES IN INHABITED TERRITORIES
Estudios Rurales. Publicación del Centro de Estudios de la Argentina Rural
Universidad Nacional de Quilmes, Argentina
ISSN: 2250-4001
Periodicidad: Semestral
vol. 11, núm. 24, 2021
Recepción: 04 Mayo 2021
Aprobación: 07 Septiembre 2021
Resumen: Este trabajo se sitúa en territorios donde los regímenes de despojo impulsados por la política estatal trazan ordenamientos hegemónicos con estrechos márgenes de habitabilidad para la reproducción social de la vida en tramas comunitarias. Nos enfocamos en dichos ordenamientos presentes e históricos, y en los procesos de construcción de ‘lo común’ para el potenciamiento de la vida digna de ser vivida, que se sostienen y crecen en contextos homogeneizantes. Situamos el análisis en territorios habitados de la Norpatagonia en la última década, a nivel de los vínculos entre cuerpos y territorio, más específicamente en la localidad de Allen, donde en la última década las formas históricas y renovadas del despojo ponen en crisis la reproducción social de la vida.
Palabras clave: Ordenamientos Hegemónicos, Neoextractivismo, Política Pública, Tramas Comunitarias.
Abstract: This work focus in territories where the dispossession regimes promoted by state policy draw hegemonic orders with narrow margins of habitability for the social reproduction of life in community plots. We focus on these present and historical arrangements, and on processes of construction of ‘the commons’ for the enhancement of life worth living, which are sustained and grow in homogenizing contexts. We place the analysis in inhabited territories of North Patagonia in the last decade, at the level of the links between bodies and territory, more specifically in the town of Allen, where in the last decade the historical and renewed forms of dispossession put social reproduction of life in crisis.
Keywords: Hegemonic Patterns, Neo-extractivism, Public Policy, Community Fabrics.
Introducción: Los regímenes de despojo como política pública
Este trabajo se sitúa geo-políticamente en territorios arrasados de la Norpatagonia argentina, donde en la última década (2010-2020) la política estatal impulsa una matriz económica sustentada en la extracción de hidrocarburos no convencionales (HCN) mediante el método de fracturación hidráulica. En Argentina, el neoextractivismo se presenta como política de Estado sustentada en la narrativa ‘desarrollista’ cuyos puntos ciegos son su origen internacional en el consenso fundamental alcanzado en la posguerra luego de los acuerdos de Bretton Woods y la creación de organismos multilaterales de crédito como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) (Fernández, 2021).
La extracción de bienes comunes naturales es una práctica constitutiva del complejo entramado de relaciones, operaciones y procesos de las formaciones sociales capitalistas en tanto estrategia de expropiación, producción, distribución y reproducción desigual del medio, los beneficios y el trabajo humano. Desde este abordaje, “acumulación primitiva, reproducción ampliada y nuevos cercamientos representan una ecuación fundamental a la hora de entender la estrategia de apropiación de la naturaleza y construcción del territorio en la sociedad capitalista” (Galafassi y Riffo, 2018, p.236-240), que por su lógica aquí englobamos bajo la categoría de regímenes de despojo (Vallejo et al., 2019). En este marco, la técnica de extracción de no convencionales que gana protagonismo a nivel mundial a partir de la década del 2000 constituye un momento específico en la historia hidrocarburífera mundial.
Tal como refieren Kroker y Kroker (1987), la experiencia del despojo se subjetiva conforme los territorios y la naturaleza son apropiados. Los cuerpos que habitan esos territorios con historia son atravesados por la commodificación, la fragmentación social y sus sentidos hegemónicos. Para Guattari y Rolnik, “se trata de sistemas de conexión directa entre las grandes máquinas productivas, las de control social y las máquinas psíquicas que definen la manera de percibir el mundo” (2013, p.40).
En este sentido, Svampa y Viale ( 2014) señalan cómo las tecnocracias, las burocracias especializadas, los planificadores del desarrollo, los gestores de los aparatos de Estado en alianza con corporaciones transnacionales se sirven de espacios reales que devienen instrumentales, espacio abstracto, metafórico, depurado de historias, sentidos, prácticas y vivencias; espacio imagen geométrico, cuantitativo que surge del “mal desarrollo”. Estas son algunas de las marcas de lo que denominamos ordenamiento hegemónico extractivista.
Al abordar los ordenamientos territoriales propios de los regímenes de despojo desde la grilla colonial género-raza-clase emerge la noción de ‘despojos múltiples’. A nivel local afectan no sólo los bienes naturales comunes, sino también la producción de ‘lo común’ propia de las tramas comunitarias: todo aquello susceptible de ser generado a partir de formas de cooperación fundamentales, de procesos de resistencia y reapropiación de la riqueza social (Navarro, 2015) que protegen y garantizan la reproducción de la vida en ‘entramados comunitarios’.
Específicamente tomamos el caso de Allen, localidad de la provincia de Río Negro, donde la avanzada hidrocarburífera no convencional irrumpe entre históricas chacras de peras y manzanas, y barrios de familias trabajadoras de la fruta.
Hipotetizamos que, frente al tipo de ordenamientos hegemónicos de despojo (extractivistas, expropiatorios) que fragilizan las tramas comunitarias locales, se sostienen con fuerza formas históricas de definición de la vida digna y sus formas singulares de reproducción social. El objetivo de investigación es mostrar en un caso de estudio las formas concretas que el despojo adquiere y las formas históricas que, persistiendo, habitan sus ordenamientos y disputan sentidos. El objetivo de conocimiento que nos planteamos es reflexionar sobre los efectos mediatos e inmediatos de los renovados regímenes de despojo en las tramas comunitarias locales, y las formas de singularización desde donde definen la vida.
Abordamos los ordenamientos hegemónicos desde el enfoque de la objetividad fuerte que aporta la epistemología feminista (Harding, 1995). Objetividad que, para ser producida, ancla el análisis de las estructuras de dominación a los puntos de vista situados de la experiencia, y reconoce a la ciencia como productora de objetos discursivos (Haraway, 1991). Nos interesa la potencialidad de producir un saber que vincula el abordaje de las actuales estrategias de despojo que despliega el capital y los gobiernos, con la analítica de la producción de procesos de singularización en las tramas comunitarias y sus definiciones de la vida digna. Situamos el análisis a nivel de los vínculos entre cuerpos y territorios. Nos proponemos producir saber científico desde las experiencias micropolíticas situadas de construcción de ‘lo común’ en territorios arrasados de la Norpatagonia en la última década. Trabajamos los datos primarios construidos a partir de la puntuación de insistencias de los relatos de habitantes de los barrios aledaños a las torres de perforación.
En el primer apartado presentamos reflexiones sobre las lógicas que sostienen los regímenes de despojo en su modalidad neoextractivista y sus ordenamientos territoriales hegemónicos, en matrices económicas nacionales altamente dependientes. En el segundo apartado ubicamos estas dinámicas en un caso concreto de extracción HNC en territorios habitados, historización, efectos y tensiones. En el tercer apartado presentamos la vitalidad micropolítica de las tramas comunitarias y la relevancia de sus definiciones singularizantes de la vida digna que escapan a los ordenamientos extractivistas y tensionan sus categorías homogeneizantes.
El neoextractivismo como ordenamiento hegemónico
El extractivismo está asociado a visiones muy concretas sobre las relaciones centro/periferia en el capitalismo globalizado, a patrones de consumo de mercancías y de uso de energía, en definitiva, a una organización específica del sistema mundo (Griffon Briceño, 2016, p. 18). Machado Aráoz introduce la noción de regímenes extractivistas para referirse específicamente a esas formaciones socio-geo-económicas donde prima “un patrón de organización y de estructuración del poder en base a la sobre-explotación de la naturaleza.” (2017, ’14:25-’15:15).
La puesta en marcha de dispositivos territoriales vinculados al patrón colonial de poder comprende un amplio proceso de despojo y jerarquización sustentado en una concepción androcéntrica del mundo. La colonialidad produce una combinación particular de la jerarquía sexo-género, con la jerarquización racial y de clase, dando como resultado la existencia de una compleja tipología jerarquizada de relaciones sociales (Dussel, 1994). En el capitalismo heteropatriarcal hay trabajos, esferas y sujetos invisibilizados donde se subsume el conflicto capital-vida (Pérez Orozco, 2014, p. 139). Entender la relación entre estas formas hegemónicas de dominación hoy nos abre a comprensiones fundamentales sobre la relación directa entre neoextractivismo y el sostenimiento de la vida en los territorios de despojo.
Desde una mirada situada en los procesos históricos latinoamericanos, no puede entenderse el llamado neoextractivismo como un fenómeno en sí mismo y con cierta autonomía. Forma más bien parte de un eje fundante basado en los principios generales de la explotación del hombre por el hombre, y en el saqueo y la usurpación concentrada del territorio y los bienes comunes naturales, como lógicas se encuentran orgánicamente entrelazadas (Harvey, 2004) que podemos encontrar en la historia larga de América Latina (Galafassi y Riffo, 2018) hasta nuestros días. En otras palabras, los procesos de desposesión son constitutivos e intrínsecos a la lógica de la acumulación del capital y representan la contracara necesaria de la reproducción ampliada.
Composto y Ouviña (2009) señalan que el complejo proceso de reestructuración capitalista iniciado en los años ’70 tiene como uno de sus ejes prioritarios una profunda reconfiguración espaciotemporal centrada en el saqueo de bienes comunes y en la pérdida de derechos colectivos de grandes contingentes de poblaciones, que involucra asimismo la depredación de la propia naturaleza, exacerbando su carácter de mero “recurso” a explotar. Al respecto, Seoane (2017) introduce la noción de ofensiva neoextractivista, que permite caracterizar la fase actual de estos regímenes por el renovado ciclo de gobernanza neoliberal: expropiación, mercantilización y depredación de los bienes comunes naturales de la región por parte del capital trasnacional, con anuencia de los Estados locales. Su principal instrumento de dominación es la violencia (Acosta, 2011), y sus agentes son, indistintamente, poderes estatales, paraestatales y privados (Zibechi, 2014).
Se despliega en los territorios un modelo social de capitalismo neoliberal que impone un durísimo ataque a las condiciones de vida de las poblaciones. Se sobreimprime a dicha trama una lógica polarizante que tiende a la generación de una dialéctica de periferización donde el despojo adquiere históricamente su perfil más descarnado (Composto y Navarro, 2012; Pérez Orozco, 2014; Galafassi y Riffo, 2018). Su implementación mediante políticas de carácter predatorio conduce a situaciones ecoambientales límite y expresa una ‘actualización del hecho colonial’ (Machado Aráoz, 2014, p.28): clasista, eurocéntrico y patriarcal, que fragiliza las condiciones de reproducción social de la vida y de lo común en entramados comunitarios.
Para Fernández (2021), el neoextractivismo se basa, a nivel nacional, en una narrativa desarrollista con anclaje en el consenso internacional alcanzado en la posguerra luego de los acuerdos de Bretton Woods y la creación de organismos multilaterales de crédito como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). La hegemonía global de esta división geopolítica internacional se termina de consolidar tras la caída de la Unión Soviética a finales de los ochenta. Acacio y Svampa (2017) señalan que la extracción de hidrocarburos de yacimientos no convencionales se inicia en un contexto local caracterizado por el incremento del consumo energético y la caída de la extracción de gas y petróleo de yacimientos convencionales, que asocia soberanía hidrocarburífera a soberanía energética[1]. Estos autores dan cuenta de la alta dependencia que la matriz productiva Argentina tiene actualmente respecto de los combustibles fósiles, como posibilidad de paliar el déficit energético y como oportunidad para generar entradas de divisas al país.
Feliz (2006) denomina neodesarrollismo a la política de Estado que, en este contexto, se inicia en la Argentina durante el primer gobierno de Cristina Fernández (2007-2011) y se profundiza en su segundo mandato (2011-2015). El protagonistmo de la región ‘Vaca Muerta’ [2] es central en este tipo de desarrollo nacional, con nodos locales y transnacionales (Copade, 2015) que conforma un megaproyecto internacional.
A partir de fines de 2015 esta política macroeconómica adquiere nuevos matices con la asunción al gobierno de una fuerza neoliberal que profundiza la alianza Estado-empresarial, en un proceso de acumulación de capital liderado por las exportaciones, la inversión transnacional y el endeudamiento externo (Feliz, 2016). Esto consolida una lógica de ‘desarrollo’ con escasa participación e insignificantes instancias de control por fuera de actores gubernamentales o corporativos que intervienen en el megaproyecto. A la fecha, el neodesarrollismo extractivista no sólo no ha logrado revertir las desigualdades económicas estructurales que dice combatir, sino que estas han continuado profundizándose en desmedro de los sectores más desfavorecidos y con elevadas externalidades ambientales (Fernández, 2021).
En particular el megaproyecto Vaca Muerta[3] recibe fuerte impulso gubernamental para la explotación (no convencional) de gas tight. El neoextractivismo implica una dinámica orientada a la ocupación intensiva del territorio que ocasiona desplazamientos de actividades regionales y formas de vida y, por tanto, incremento de los conflictos sociales y luchas territoriales (Acacio y Svampa, 2017). Apoyado en dispositivos estatales y privados de carácter centralmente económico, traza regímenes afectivos, de socialización y afectación con estrechos márgenes de habitabilidad para las tramas comunitarias y sus formas históricas de reproducción de la vida.
Tal como señalan Guattari y Rolnik (2006), el ordenamiento capitalístico incide en los modos de temporalización, espacialización y memorialización, produciendo modos de valorización de la existencia y de la producción que amenazan el actual desarrollo de las sociedades. En la lógica extractivista propia del capitalismo se ha destruido históricamente sistemas de vida locales, impuesto un tiempo general de equivalencias cuyo patrón de medida es el salario, a través del cual valoriza las diferentes actividades (2006, p.59) de producción de la vida. En este capitalismo mundial integrado, lo ‘común’ existe como instancia minoritaria, como negación del capital y su materialidad a través de otros vínculos y relaciones humanas no plenamente sujetos a las lógicas de la acumulación del capital, entre los que podemos mencionar además de la reproducción y relaciones con los bienes naturales comunes: soberanía alimentaria, lazos territoriales, iniciativas productivas ‘otras’, expresiones artísticas y creativas.
No obstante su capacidad homogeneizadora de las subjetividades por el modo de relación que construye con el entorno, el desarrollo de la subjetividad capitalística trae inmensas posibilidades de desvío y de reapropiación en los puntos de ruptura con la temporalidad y espacialidad impuestas por las matrices económicas dominantes, en el plano de las luchas por y desde la economía subjetiva “como focos de resistencia política de mayor importancia, ya que atacan la lógica del sistema” (Guattari y Rolnik, 2006, p.60). A esa enorme maquinaria de producción de subjetividad oponemos la idea de que es posible la existencia de modos de singularización de la reproducción de la vida. Modos de sensibilidad, modos de relación con el otro, modos de producción, modos de creatividad que producen agenciamientos colectivos de enunciación. Cartografías en tanto “invención de estrategias para la constitución de otros territorios, otros espacios de vida y de afecto, una búsqueda de salidas hacia afuera de los territorios sin salida” (Guattari y Rolnik, 2006, p.24). La cartografía, en este caso, acompaña y se hace mientras se desintegran ciertos mundos, pierden su sentido, y se forman otros: mundos, que se crean para expresar afectos, sentidos (Rolnik, 1994), en relación a los cuales los universos normalizadores se tornan obsoletos.
Para poder hacer inteligibles las marcas del ordenamiento extractivo en los territorios y las expresiones de vida digna de sus devenires minoritarios partimos del ejercicio analítico de las normas del reconocimiento (Butler, marcos de guerra) que generan los ordenamientos hegemónicos a nivel local. Tomamos el caso de Allen, Río Negro.
Neoextractivismo en territorios habitados: el caso de Allen, Río Negro
El municipio de Allen, provincia de Río Negro, constituye uno de los casos emblemáticos de extracción de hidrocarburos no convencionales en territorios habitados (Bertinat et al., 2015). Ubicado a 16 km de la confluencia de los ríos Neuquén y Limay, Allen (Río Negro, Argentina) forma parte de la región conocida como Alto Valle, que se extiende a lo largo de unos 90 km en el norte de la Patagonia. Tiene jurisdicción sobre un ejido con una superficie 12.826 ha, 6.500 bajo cultivo; y es la sexta ciudad más poblada de la provincia de Río Negro, con 30 mil habitantes según el Censo Nacional de Población 2010 (INDEC, 2010).
En la provincia de Río Negro, el asentamiento inicial de la actividad hidrocarburífera data de los años ‘60. A comienzos de la década se inicia la extracción en la zona de Catriel al norte de la provincia, mientras que a fines de la década se desarrollan las exploraciones de YPF en la zona del Alto Valle (Álvarez Mullally, 2015). Sin embargo, la actividad hidrocarburífera con mayor concentración permanece en los yacimientos cercanos a Catriel y no repercute en el Producto Bruto Geográfico de la provincia de forma más destacada que otras actividades económicas: fruticultura, turismo, pesca, etc.
A partir del año 2006, el gobierno provincial rionegrino da un renovado impulso a la explotación de hidrocarburos en el Alto Valle, principalmente en la Estación Fernández Oro (yacimiento ubicado entre las localidades de Fernández Oro y Allen), a partir del lanzamiento de un plan exploratorio con el que inaugura una política tendiente a orientar profundamente la matriz económica provincial hacia la extracción de hidrocarburos[4]. En 2010, la potencialidad económica de la localidad de Allen es resignificada con el descubrimiento de las reservas de gas no convencional del yacimiento Vaca Muerta en la provincia de Neuquén y su impacto territorial hacia localidades vecinas. Se inicia así la explotación de tight gas (Bertinat et. al., 2015), bajo la modalidad de contratos temporarios donde las empresas adquieren derechos de superficiarias sobre parcelas de tierra en propiedad de chacareros/as, otrora destinadas a la producción de fruta de pepita, provocando serias transformaciones a la economía agraria rionegrina, como veremos más adelante.
En la práctica, empresarios/as y gobiernos locales pretenden que las comunidades afectadas asuman la carga de la prueba de la aplicación de la técnica experimental del fracking, exigiendo que éstas demuestren los riesgos de la actividad, en contra de lo que marca la Ley 25.831 de “Régimen de libre acceso a la Información Pública Ambiental”[5]. Por otro lado, se viola el principio precautorio bajo el cual la técnica de la fractura hidráulica solo puede ser autorizada si los actores que la promueven logran probar su inocuidad, es decir, que no ocasionará daños en la salud de las personas y el ambiente (Ley 25675[6]).
A continuación, presentamos una historización de lo que consideramos analíticamente los dos ordenamientos hegemónicos más importantes de la localidad en el siglo XX y XXI, producto de matrices económica sostenidas desde la política pública. Abordarlos nos permitirá comprender los actuales efectos y los agenciamientos colectivos que emergen al respecto.
El ordenamiento frutícola durante el Siglo XX
En las primeras décadas del siglo XX, posterior al genocidio practicado por el Estado sobre los pueblos originarios de la región norpatagónica, se estructura en la localidad un proceso de poblamiento privado con impronta estatal sobre la base de pequeñas y medianas explotaciones adquiridas por migrantes europeos a través de créditos bancarios para la producción agrícola; y obras de infraestructura financiadas por el Estado argentino que contribuirían a la valorización del capital inglés.
El perfil productivo de la localidad estuvo desde sus inicios orientado principalmente a la producción de peras y manzanas para mercado internacional, consolidando una actividad económica sobre una estructura social agraria organizada en base a la producción familiar capitalizada (tipo farmer). Por su forma “híbrida” en su composición capital-trabajo (familiar), desarrolla una lógica de participación en el mercado que la diferencia de las empresas agrarias típicamente capitalistas; tanto desde el punto de vista teórico como en la práctica, sustentada en la lógica doméstico-productiva y la autoexplotación de la fuerza de trabajo familiar como elemento central.
Las ‘prácticas divisorias’ hegemónicas (Foucault, 1988) que articula el ordenamiento frutícola estructura en el siglo XX una territorialidad (Segato, 2006) con eje en la forma de vida rural, el núcleo doméstico y una figura central masculina propietaria de la parcela (Alvaro et al., 2018). La experiencia social hegemónica es la del sujeto europeo/europeizado, heterosexual, de clase propietaria, padre de familia que motoriza el progreso de la zona, presente en el imaginario de la historia oficial de la localidad como ‘pionero’. La contrafigura de este tipo social es el trabajador agrario temporario “golondrina”, proveniente, en gran parte, de Chile en la segunda parte del siglo XX, de origen mapuce o criollo, figura subalternizada acompañada de un núcleo doméstico de referencia que, en muchos casos, encontró “opciones complementarias (de vida) que le permitieron asentarse en forma definitiva” (Bendini y Radonich, 1999, p.43) en el Valle, en terrenos fiscales lindantes a las chacras, en regímenes de acceso a la tierra precarios.
El acceso no mercantilizado para ambos grupos familiares a ciertos bienes comunes (como la generación de calor a partir de la leña disponible en las chacras para enfrentar el clima patagónico y la producción de algunos animales y subproductos alimenticios para la autosubsistencia) ha sido parte de este esquema de reproducción de la vida. En este esquema las mujeres constituyen subjetividades subalternizadas, tanto en las unidades domésticas chacareras, como en las trabajadoras, donde las interseccionalidades de poder clase, raza y sexo-genéricas las colocan en los lugares más vulnerables del entramado territorial. El usufructo de su trabajo de cuidados, afectivo y reproductivo es apropiado en sus propios núcleos domésticos, y a su vez en la esfera productiva con trabajos en chacra, especialmente en poda y clasificación, temporarios y diferencialmente remuneradas respecto de los varones.
A partir de la década del ‘60 el proceso de transnacionalización y modernización excluyente que se inicia en la cadena marca un punto de inflexión irreductible en las condiciones de reproducción social de la población agraria y en la vigencia económica de su ordenamiento. La paulatina disminución del estrato de chacareros en la estructura social frutícola a lo largo de las últimas décadas es llamativa, y da cuenta de una clara tendencia excluyente y de medianización de las unidades productivas[7]. El deterioro de las mismas se expresa desde entonces en procesos de descapitalización, exclusión, diversificación laboral, y deterioro en los términos de vida. Más tarde, este deterioro abre existencia a otras actividades y comunidades productoras, como la horticultura a fines de siglo XX y la reconversión de las chacras a través de procesos de urbanización espontáneos y fragilizadores de la calidad de vida local.
En la última década, las dificultades del eslabón productivo primario chacarero para sostener su participación en la actividad encuentra en con la irrupción masiva de la actividad extractiva hidrocarburífera un doble impacto. Por un lado, se genera agravamiento en los condicionantes que dificultan alcanzar la calidad de la fruta que demanda un mercado internacional (contaminación en áreas de producción frutícola, aumento de plagas por abandono de chacras y mayor presencia de luces, etc.). Por otro, la fruticultura se ha caracterizado por ser una producción altamente demandante a lo largo de todo el ciclo productivo, determinada por la extensión de la parcela y la estacionalidad de los trabajos (Trpin, 2008). Para los/as trabajadores/as el impacto de las nuevas condiciones también es sensible. Un nuevo proceso de reestructuración de la cadena impone nuevas exigencias de calificación, cambios en las formas de contratación del trabajo temporario, disminución de la oferta de trabajo en chacra. Así mismo, se produce una mayor demanda de actividades sustitutas (construcción y, en menor medida, hidrocarburos).
Mucho más podría profundizarse acerca de este ordenamiento cuyo patrón económico ha sido ampliamente investigado en su organización socioeconómica y efectos, aun recientemente en sus efectos al medio ambiente y la calidad de vida de las personas, pero escasamente caracterizado en relación a los regímenes subjetivos (modos de temporalización, memorialización y espacialización) que ha contribuido a configurar.
El ordenamiento neoextractivo en el Siglo XXI
Una nueva forma de administración, uso y control del territorio anclada en la actividad extractivista no convencional desafía al ordenamiento anterior y sus puntos de resistencia. En los últimos años el avance de la frontera extractiva hidrocarburífera es impulsada por el Estado y presentado discursivamente como posibilidad “superadora” al perfil productivo agrario (Álvarez Mullaly, 2015, p.51), presionando sobre las mismas tierras que hasta hace poco estaban destinadas al cultivo de frutas de pepita.
Entre 2009 y 2010 algunas empresas inician la explotación no convencional de pozos bajo la modalidad de contratos de servidumbre (Álvarez Mullally, 2015). Se explota un tipo de gas no convencional, tight, utilizando para ello la metodología de estimulación hidráulica (fracking) (Bertinat et al., 2015). Al proceso de deterioro de la producción primaria frutícola se le aviene una ‘salida’: el arrendamiento para la explotación hidrocarburífera intensiva, con un perfil más capitalista-rentista.
Para el año 2013 se estima en la ciudad de Allen la existencia de alrededor de 160 perforaciones (Álvarez Mullally, 2015) y una proyección de 93 pozos para 2022 (Río Negro, 17-02-2020). Las torres de extracción en la localidad se ubican principalmente en chacras frutícolas abandonadas/reconvertidas, emplazadas a pocos kilómetros del centro urbano de la localidad, y en terrenos aledaños a las familias de trabajadores rurales asentadas en barrios costeros al río Negro.
Esto implica una profunda transformación en la estructura social local y su experiencia territorial. A la formulación androcéntrica ‘familiar’ de la fruticultura se le superpone la figura de ‘petrolero’: aislada de su entorno vital, desanclada del ámbito reproductivo y cuya experiencia central es la de organizar y ejecutar el despojo para la extracción de hidrocarburos, sin registro de impactos ambientales o sociales. El tipo de experiencia social que privilegia es masculina, heterosexual, blanca, de clase media, con rasgos de apropiación violenta de la naturaleza (Alvaro et al., 2018) e hiperadaptada a los objetivos de productividad. A partir de la (re)masculinización de los dispositivos arquitectónicos, los discursos disciplinares, los procesos de trabajo, la economía de los afectos y del deseo, ciertas voces se amplifican, ciertos cuerpos se visibilizan, ciertas posiciones se erigen como legítimas, y ciertas figuras monopolizan el discurso público.
Así, las tecnologías del extractivismo trazan efectos en la territorialidad. Las condiciones de vida de sectores que históricamente se asentaron en el Valle, se ven amenazadas. La reproducción de la vida en cercanías a las chacras bajo formas de tenencia precaria de la tierra, en el caso de quienes han logrado procesos de formalización, recrudecen la vulnerabilidad en que se encuentran.
En los últimos años asambleas socioambientales, organizaciones ecologistas y movilizaciones sindicales denuncian, además de la contaminación, el desequilibrio económico que genera una economía de enclave en la localidad y el sinnúmero de consecuencias para la socialización y la salud de sus habitantes. (Álvarez Mullally, 2015; Bertinat et al., 2015). En estas resistencias la presencia de las mujeres aporta elementos singulares. Problematizan los impactos del extractivismo desde cuerpos que han sido declarados ‘territorio de sacrificio’. En palabras de Svampa (2013), la resistencia rompe con la normalización a la que han conducido el capitalismo y el colonialismo, haciendo ver lo que se muestra como invisible y haciendo sentir aquello que, de tanto sentirse, torna insensibles a los cuerpos.
No existe oficialmente en los países donde se aplica la técnica del fracking o donde se tiene previsto hacerlo, acceso al conocimiento integral de sus riesgos, ni de los alcances de los daños que puede ocasionar en el ambiente y la salud de las personas. En Argentina, por incumplimiento de leyes existentes, las corporaciones trasladan la carga de la prueba de su aplicación a las comunidades afectadas, exigiendo ante posibles cuestionamientos, que éstas demuestren los riesgos de la actividad. Esta lógica contradice de lo que marca la Ley 25.831 de “régimen de libre acceso a la Información Pública Ambiental”. También se viola el principio precautorio bajo el cual esta técnica solo puede ser autorizada si los actores que la promueven logran probar su inocuidad, es decir, que no ocasionará daños en la salud de las personas y el ambiente, como está establecido en la Ley 25.675 General del Ambiente. Por último, la extracción de HNC es contraria al compromiso internacional de disminución de emisión de gases de efecto invernadero, asumido por Argentina como uno de los Estados participantes de la 21 Conferencia de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
La evidencia científica de los graves impactos ocasionados por el fracking en diferentes elementos del ambiente, en la salud de las personas y en los medios de vida de las comunidades, es documentada principalmente por organizaciones no gubernamentales ambientalistas de países precursores en la aplicación de la técnica. Se señala en ellos grave contaminación de aguas superficiales y subterráneas, del suelo, emisiones fugitivas de metano que agravan el cambio climático y el riesgo de inducción de temblores, entre otros impactos (Observatorio Petrolero Sur, 2018; AIDA, 2019). El fracking “representa una amenaza significativa para el aire, el agua, la salud humana, la seguridad pública, la cohesión comunitaria, la vitalidad económica a largo plazo, la biodiversidad, la estabilidad sísmica y la estabilidad climática” (Concerned Health Professionals, 2019, p.54).
La investigación científica de EHN (Enviromental Health News) en familias del oeste de Pensilvania cercanas al fracking encuentra que están expuestas a sustancias químicas y exposiciones inesperadas incluso en familias que viven más lejos de los pozos de fracturación, lo que demuestra que los impactos de la exposición de las emisiones probablemente se extiendan mucho más allá solo las personas que viven justo al lado de los pozos. Pechén (2018) advierte sobre los grandes volúmenes de agua y diversos químicos que se ocupan en el proceso de fracturación, identificado al menos tres potenciales fuentes de contaminación. 1) de acuíferos poco profundos con gas natural que migraría desde la roca fracturada y podría contribuir a la presencia de compuestos orgánicos y sales en el agua potable. 2) La contaminación superficial de aguas y acuíferos poco profundos por derrames en superficie 3) La acumulación de sustancias radioactivas y tóxicas en suelos o sedimentos en sitios cercanos a los correspondientes a la disposición de aguas residuales. Refiere estudios donde se verifican efectos negativos en la salud de personas que residen a una distancia inferior a 3 Km del sitio de fractura.
Estudios locales (Acacio y Svampa, 2016; Catoira, 2017; Mendía et al., 2017) dan cuenta de impactos directos e indirectos en las actividades productivas de la localidad, tensiones sociales y acciones de resistencias frecuentes. Mendía et al (2017, p.5), estudia la variabilidad de las fuentes (emisiones) y sumideros (secuestros) de carbono y el impacto de los cambios en el uso de la tierra y la dinámica de la población (uso urbano y rural). Identifica un balance favorable al secuestro de carbono de las áreas regadas con frutales favorable hasta 2010, donde empieza una tendencia decreciente que no se revierte. Catoira (2017, p.249) señala como cambios en los últimos años la fuerte incidencia de actividades no agropecuarias como la explotación de hidrocarburos y la urbanización, implicando transformaciones socio-territoriales profundas. La ONG Eartworks registra en Allen la contaminación del aire con gases invisibles que son altamente tóxicos y potencialmente mortales conocidos como compuestos orgánicos volátiles (COVs), entre los que se encuentran benceno, butano, etilbenceno, metano, propano, octano, tolueno y xileno (Parrilla, 2018).
Svampa (2013) señala "por lo menos tres líneas de acumulación" de contaminación en la localidad: la que está ligada al uso de agroquímicos en la fruticultura; la primera avanzada petrolera de los setenta en adelante; y la tercera es el fracking (Parrilla, 2018). Di Risio afirma que la mejor evidencia de la contaminación que está generando la extracción de petróleo y gas en la localidad es que los dueños de las chacras aledañas a los pozos están recibiendo subsidios de las empresas, ya que ya no pueden producir fruta de buena calidad para exportación (Gutman, 2021).
El conocimiento que producen estos informes sobre los efectos del fracking es complementario a las recomendaciones del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU a la Argentina acerca de la emisión de gases por uso del fracking para que adopte un marco regulatorio del fracking, que incluya las evaluaciones de su impacto en todas las provincias, precedido de consultas con las comunidades afectadas, y con una documentación apropiada de sus efectos sobre la contaminación del aire y el agua, las emisiones radiactivas, los riesgos para la salud y la seguridad en el trabajo, los efectos sobre la salud pública, la contaminación acústica, la luz y el estrés, la actividad sísmica que puede desencadenar, las amenazas a la agricultura y la calidad del suelo, y al sistema climático (AIDA, 2018).
Los efectos de estos regímenes en los cuerpos y experiencias son privatizados a nivel de los hogares (Alvaro et al., 2018). La fortaleza de las tramas comunitarias muestra procesos de subjetivación singularizantes donde el encuentro entre quienes históricamente hacen posible la vida desde otras formas de resolución de la misma, a través de la organización colectiva, modos de temporalización, memorialización y espacialización propios y situados, que abordamos a continuación.
La vitalidad micropolítica de las tramas comunitarias
Para abordar los efectos de los actuales ordenamientos hegemónicos del despojo en los territorios y las subjetivaciones singularizantes a los mismos, nos posicionamos desde la epistemología feminista de la objetividad situada. Nos interesa una analítica de la producción de sentidos no hegemónicos en las tramas comunitarias centrándonos en sus propias definiciones singularizantes de la vida digna.
Localizamos nuestro trabajo en dos barrios rurales de Allen: Costa Blanco y Calle 10 que, por su cercanía a los pozos, cantidad de accidentes (derrames, pérdidas de gas) registrados en ellos, y composición mayoritaria de mujeres como sostén de hogar, nos mostraron la potencialidad política de esas experiencias singulares en el sustento de la vida, al cumplirse una década. Las experiencias micropolíticas singulares en territorios perforados, producidas a través de encuentros, actividades, talleres, donde está posibilitada la emergencia del saber-del-cuerpo y el saber de lo vivo fueron sistematizadas bajo la técnica de autorrelatos (Cruz et al., 2012), hasta alcanzar puntos de saturación teórica. Triangulamos la técnica con una encuesta administrada por hogares. Centramos la estrategia de análisis la puntuación de insistencias, como modo de trabajar los agenciamientos de enunciación y desplegar sentidos que puedan condensar y, recursivamente, devolver nuevas preguntas (Fernández et al., 2017) sobre la vida en territorios de despojo.
Experiencias singulares en el territorio y agenciamiento colectivo
Los dos primeros años de proyecto (2016-2018) fueron parte del momento del ‘con-versar’, que etimológicamente significa a la vez ‘vivir habitualmente en un lugar, dar vueltas, estar en compañía de’. La potente puesta en palabras movilizó un vocabulario específico de los malestares, afectaciones y formas de resolución frente al despojo, que se plasmó en una veintena de entrevistas en profundidad de alta carga conceptual y política.
Durante los últimos meses de 2016 y el primer semestre del año 2017 iniciamos una ronda de encuentros con mujeres referentes de la localidad; mujeres que por su inserción militante participan de resistencias al extractivismo en territorios habitados, en sus múltiples manifestaciones (colectivas, domésticas, individuales). La muestra quedó compuesta por 10 entrevistas a referentes y 15 entrevistas (individuales y colectivas) a mujeres residentes rurales[8]. En el tercer año de proyecto (2019), el escenario de producción de sentidos fue en los hogares, a partir de un relevamiento de corte más extensivo y en formato encuesta, igual para ambos barrios (27 encuestas). En él profundizamos en algunas de las preguntas iniciales, e introdujimos dimensiones de mayor alcance: caracterización como sujetas políticas desde la auto-enunciación y organización del tiempo-espacio-cuerpo (cuidado, experiencia, acceso, uso y producción de bienes comunes), como dispositivo de producción de una memorialización territorial.
A partir de este recorrido conjunto, podemos ver cómo frente a la ortopedia discursiva del régimen extractivista y sus narrativas instrumentales del territorio, emergen desde las tramas comunitarias fisuras micropolíticas, disidencias experienciales a la normativa del “desarrollo”. Experiencias singulares que ‘insisten’ en relación a tres grandes núcleos de sentidos y trastocan el ordenamiento hegemónico: la experiencia del territorio, el saber del cuerpo y la mercantilización de la vida. A continuación, transcribimos algunos fragmentos para cada grupo de insistencias.
Experiencia del territorio (autorrelatos marzo 2017 Calle 10/ julio 2017 Costa Blanco)
‘Nosotras empezamos primero por los ruidos, por las pasadas de los camiones. Pasaban a alta velocidad, iban y venían, y el tema de que las vibraciones, las casas que se empezaron a partir, el equipo de radio que se me subía y se me prendía solo, que fue una de las cosas que me llamó poderosamente la atención’.
‘¡El ruido que hace de noche no te deja dormir! El olor que se siente acá del mismo desagüe donde tiran todas las cosas, no se aguanta’.
‘Mira esta laguna antes, que yo me acuerdo cuando tenía 8 años, esto era un río. Te bañabas acá todo. Como era parte honda, esto era todo bien profundo, el agua bien luminosa, transparente, cristalina. Ahora se contaminó todo, color verdoso tiene, por ahí viene media celeste, es como que tenés el baño adentro de la casa, se filtra todo el olor’.
‘Supuestamente la rotura de las casas fue por estar hechas precariamente, y otra: que las destruyó el viento y la arena… Nosotras sabemos que es el movimiento de los camiones que pasan’.
‘Hasta los pozos ciegos, con el movimiento de ellos, se empezaron a taponar. Acá no hay baños bien calzados. Y eso todo se mueve y se va cayendo abajo’.
‘Torres por todos lados, nosotros en casa, atrás de la casa digamos tenemos una torre que es estresante estar con esos pozos que día y noche trabajan, más en la noche, en la noche nuestras ventanas vibran. Está cerca del río y… ¿cuánto de cerca están las instalaciones? a 50 metros, un poquito más 100 metros ponele’.
‘La otra vez hubo una fuga de gas, una explosión, y nos quisieron decir a nosotros que fue un venteo. Y no fue un venteo, porque hacer un venteo de lo que ellos trabajan, a ver lo que nosotros vimos… nada que ver’.
‘Si porque, viste que yo me iba a tomar el colectivo por 22, cuando tengo cosas que hacer. Y se hacen los ‘gatos’. Están todos ahí laburando adentro y cuando salen en el camión te provocan, pero hasta ahí llegan. Pero más vale te perseguís más, por las nenas. Tampoco digo que son todos así, pero hay algunos son así y se sabe’.
‘Acá por ejemplo desde que abrieron las torres estas, las plantas, montones de chacras de alrededor no trabajaron más. Por ahora está trabajando la que está acá al lado, pero las de alrededor están todas abandonadas’.
‘Si vos venís de noche acá, es un pueblo. Están las luces prendidas permanente. Pero qué luces, ellos tienen unas lámparas que da miedo. Todo se ve iluminado. Y ahora como sacaron los frutales, con más razón. Cuando estaba el pozo ahí, no quedó un pájaro. Ahora que se fueron, los pájaros han vuelto. O sea que afectar, a la naturaleza le debe afectar un montón’.
Saber del cuerpo (autorrelatos marzo 2017 Calle 10/ julio 2017Costa Blanco)
‘Los que no viven acá no saben, nosotras estamos todos los días en la casa y vemos todo. Vivís siempre con miedo. Eso es lo peor’.
‘Y el miedo, el miedo de que siempre hay un ruido. Yo por ahí escucho un ruido fuerte… ¡Algo pasó! –pienso…una fuga… y capaz que fue una cubierta que se reventó en la ruta… y pienso que son ellos porque ya sucedió’.
‘Decían que un poco más cerca del barrio van a poner otra (torre), ahí va a ser estresante porque no podés dormir tranquilo, tras que te acostas tarde te levantas temprano, descansas poco y nada. Y la gente... como te contaba siente olor, es estresante el ruido, los camiones que van y vienen. Y en ese aspecto yo creo que es uno de los que más nos está afectando, porque andas con un humor después’.
‘Siempre hay problemas de panza, de mal humor, puede ser, porque una no duerme bien capaz. Problemas respiratorios también’.
‘El problema mío del páncreas. Mi gravedad empezó cuando abrieron el pozo. Lo que yo noté, no sé si lo han notado otras madres, que los nenes andan con mucho dolor de panza. Yo creo que el agua eh...no está bien purificada’.
‘Yo empecé a ir al médico, porque empecé con tos. Y… ahí me dijeron que era como una alergia, pero si antes yo nunca, nunca tenía alergia, nunca fui alérgica a nada, y, ese fue un cambio total para mí’.
‘Tengo a mi nieta también que estuvo muy, muy jodida, estuvo en terapia, [...]con el tema del agua, mi nietita cuando ella tenía dos añitos… ella nació sanita… y… bueno, le perjudicó a los riñones [...] ella lo que tiene problemas es de los riñones, puede ser que ella se pueda… va a tener una vida normal, sí, pero siempre controlada’.
‘Yo vivo con alergia. Yo tengo que estar tomando una pastilla, porque nosé si es el agua o que, me empieza a picar todo el cuerpo, sean dos tres de la mañana me agarra alergia y me tengo que bañar, y tomar una pastilla para estar’.
‘Siento abandono, no hay ayuda de parte de desarrollo social, con las alergias... tomo pastillas’.
‘Y los chicos dolores de huesos... A T. tengo que andar llevándolo al hospital, porque le agarra mucha bronquitis’.
‘Mi mamá no tenía asma. Mi mamá empezó a tener problemas a los huesos, asma. Antes no tenía esas cosas. Se le están torciendo todos los huesos’.
‘Malestar por los nenes, porque se enferman y no me gusta verlos enfermos, tengo que andar de acá para allá con ellos’.
Mercantilización de la vida (autorrelatos marzo 2017 Calle 10/ julio 2017Costa Blanco)
‘El agua viene medio marrón, tenemos que empezar a comprar el agua, de hecho, a las nenas no les podemos dar el agua de la canilla porque les hace mal’.
‘Por ahí nos dejan sin agua, semanas enteras sin agua, nos vienen a dejar agua por bidones, un bidón de 5 litros para cada familia, ¿qué vamos a hacer con un solo bidón?… nos viene a dejar el municipio o si no la petrolera… Pero en invierno es todo un problema con el agua, no tenemos agua ni para lavar, para nada’.
‘Un bidón de agua o dos peleándole… A nosotros nos tienen re abandonados. Con el tema de la leña, yo voy siempre al otro barrio porque tengo a mi hermana, allá llevan leña… cada tanto aparecen acá, les digo: “por fin se acordaron de acá” El municipio les lleva leña…casi siempre fue así. Pura promesa y promesa y nunca cumplieron nada’.
‘En esa agua se podía bañar, tomar, pero ahora, no. Vos te ganás en la orilla y te descomponés del olor’.
‘Eso fue también lo que trajo las plagas. Al tener tanta luz y el trabajo constante, las plagas trabajan el doble, la carpocapsa trabaja el doble. Ahora la carpocapsa está en todas las verduras, en la papa, en el repollo’.
‘Yo cuando conocí Allen, se podía disfrutar que los chacareros ponían verduras; tomate, lechuga, papa, cebolla de todo, lo que más tuvieran. Las chacras no se vendían; hoy por hoy, uno va por dentro de las chacras y lamentablemente se ven cuadros limpios porque se los vendieron a los petroleros y se deja de producir’.
‘Y las plantas igual. Están cerca de la petrolera y ya se comienzan a secar. Antes vos plantabas acá, y la planta salía, yo, no sé cuántas veces plante semillas, gaste 200, 300 pesos, y no salió nada. Regar con esa agua te la quema parece. Y yo le digo, pero si compre un montón de apio, perejil, cebollita de verdeo ¡de todo! ¡Y no me salió nada! ¡Le echaba abono, que no le eche! Claro le echaba esa agua y se me quemaba todo. Yo a esa parte la usaba de quinta, y ahora tengo que comprar las verduras’.
‘Y trabajo no hay casi. Encima, los trabajos que hay te explotan mucho, porque como saben que tenés que vivir de las changas que hay… Antes pagaban bien. Ahora no’.
‘Yo trabajo en las chacras desde los 9 años y ahora a las mujeres ya no les dan trabajo, tenés que hacer cosas para vender, para sobrevivir, porque si no, no te dan trabajo’.
Memorialización del lugar que habita (encuesta julio 2019- Costa Blanco/Calle 10)
‘Me gusta mucho. Alguna vez hemos pensado en irnos, pero ninguno de les dos quiere irse, al final’.
‘Tranquilidad. Seguridad. Me he ido a otros lugares y no me hallo, siempre vuelvo acá’.
‘Me gusta, pero con el tema de los pozos es medio complicado vivir así. Tiemblan las paredes, el miedo...’
‘Cariño, por lo poco y nada porque es mío. Es mi lugar para estar tranquilo y cuidar’.
‘Tranquilidad. Yo acá me crié, conocía a todos, es un barrio tranquilo, que nadie te molesta, muchos se han ido al pueblo, a mí no me gusta el pueblo’.
‘Es tranquilo y no pasa nada malo...nadie te vigila que entrar, no hay gente mala que te viene a robar’.
‘Encuentro que hay buena gente, me llevo bien con todos, lo quiero al barrio. Nos trasladaron por el trabajo de mi marido, antes yo era trabajadora rural’.
‘Me gusta vivir acá, es más tranquilo, mejor’.
‘Estamos aclimatados. Nos conocemos todos. Es tranquilo para vivir’.
‘Era tranquilo. Yo toda la vida me crié en chacras. Me gusta este lugar, pero me gustaría estar mejor, porque hoy ni para la leña tengo’.
‘Dolor, sufrimiento, pero también mucho cariño’.
‘No tiene mucha comunicación con nadie porque está lejos’.
‘Un lugar tranquilo, afectado por la contaminación del agua y problemas de piel’.
‘A veces lindo, a veces feo porque el medio ambiente no se puede habitar’.
‘Hasta que me den un lugar, me quedo. En todos lados hay petróleo’.
‘Necesita un montón de ayuda. Hay gente que no tiene para vivir. Son todos humildes. Te da tristeza. No tenemos luz. Te dan ganas de hacer cosas’.
Expresiones singulares de la vida digna
A partir de los agenciamientos de enunciación que dan lugar a estos relatos, el primer núcleo de sentido que podemos identificar consolidado es la ajenizada experiencia del espacio cercano, donde se registran explosiones, derrames, contaminación sonora y vibraciones permanentes, acompañados de una reconfiguración del espacio privado y público no naturalizada (tránsito de camiones y camionetas por calles internas de los barrios, presencia de trabajadores en lugares otrora de juegos infantiles). Esta experiencia trae aparejada la vivencia de miedo y angustia, componentes que son insistentemente recuperados.
Un segundo núcleo de sentido recorre la intensidad de las transformaciones en el territorio primario por antonomasia: el cuerpo. Las marcas que deja la experiencia extractiva individualizante en los cuerpos son múltiples e impactan con mayor fuerza en los cuerpos feminizados (mujeres, niñes y ancianes) por ser quienes más horas transcurren en el lugar. Aparecen con insistencia menciones al empeoramiento de salud en relación a la calidad del aire, el agua y la presencia de ruidos permanentes relacionados con la actividad. Registran aumento en frecuencia de consultas médicas, del tiempo dedicado al trabajo de cuidados y la intensificación de los trabajos feminizados en barrios donde en una parte importante de las viviendas las mujeres son sostén de hogar.
Un tercer núcleo de sentido cristalizado es la notoria mercantilización de bienes comunes y la pérdida/vulneración de grados de soberanía alimentaria antes alcanzados (aspectos que aparecen imbricados en los relatos) por la imposibilidad de acceso a alimentos que históricamente estuvieron disponibles y/o eran intercambiados por trabajo u otros bienes en chacras cercanas, y la leña para proveerse de calor en el invierno. Hoy son bienes comunes que se vuelven accesibles exclusivamente vía mercado o por ocasional asistencia estatal, proceso que conlleva una vulneración de la autonomía económica y progresiva mercantilización de necesidades básicas. Respecto de la soberanía alimentaria, es notable la lucha por seguir sosteniendo prácticas no mercantilizadas que forman parte de los hábitos alimenticios de estos hogares.
En estos relatos, los agenciamientos de enunciación que se van conformando ponen en conexión componentes de la vida construida en estos territorios, sus procesos de creación, expresión y transformación, con los desafíos que presenta una nueva fuerza de homogeneización de la experiencia, propia de la dinámica extractiva. Las coordenadas de temporalización y espacialización conocidas, se ven modificadas por hechos que imprimen ritmos externos estandarizados y son resistidos desde las prácticas. Las referencias subjetivas y la experiencia que les daba lugar son embestidas por una ajena fuerza de reterritorialización que produce efectos homogeneizantes. Se tensiona la producción de subjetividades y el modo histórico de habitar estos territorios.
Las apuestas por continuar habitando los territorios recuperan nociones de la vida digna, la tranquilidad, el terruño, la interconexión generacional y el conjunto de relaciones que hacen posible la producción de bienes comunes: tramas sociales, soberanía alimentaria, ritmos vitales locales, consolidan formas de subjetivación disidentes a la territorialización extractiva. Lo que está bajo amenaza es la potencialidad de sus prácticas de construcción de la vida digna: aquella que se ubica en la experiencia de singularización a partir de la disposición de los bienes comunes y la producción de cadencias propias de tiempos y espacios para la reproducción social en tramas comunitarias.
Reflexiones finales: la apuesta ineludible por la sostenibilidad de la vida
“El
destino ético de la vida es recuperar su ritmo”. Suely Rolnik
Los agenciamientos colectivos de enunciación enlazan puntos de vista situados que desbordan las dicotomías capitalísticas público-privado, esfera productiva-esfera reproductiva, trabajo remunerado- trabajo, mostrando que los ordenamientos hegemónicos extractivos imprimen su fuerza en todas las esferas de la vida. El ordenamiento extractivo intensifica las tareas reproductivas, profundiza las desigualdades de clase y sexo-genéricas que se producen a partir de la responsabilización social de esos trabajos en las corporalidades feminizadas y privatiza a nivel de los hogares los efectos de estos regímenes en los cuerpos y experiencias. A la inscripción de una re-masculinización del ordenamiento del territorio a través de la presencia del sujeto “legítimo”, la sobrevivencia se juega en las estrategias que se libran en el ámbito reproductivo de la vida, y desde ahí ponen en cuestión toda la matriz extractivista.
Se consolida en estos territorios una producción de imágenes, de sentidos que circula y vuelve inteligibles sus efectos no naturalizados, en la voz de las habitantes de los barrios perforados. Se construyen núcleos de memorialización en relación a las transformaciones para la reproducción social de la vida donde hacer frente al proceso de exclusión y negación de la vida que se instala en los territorios arrasados compone una subjetivación singularizante que “pone cuerpo” a los efectos, a partir de nombrarlos.
El ataque feroz de los extractivismos a la disposición y producción de ‘lo común’ (soberanía alimentaria, redes de intercambio, saberes, resistencias, historia), implica el avasallamiento de las capacidades presentes y potenciales de procesos de singularización otros y su creación de mundos posibles. Quienes habitan los territorios responden con agenciamientos de enunciación que fortalecen el propio entramado comunitario, recuperando una historia y una experiencia propias. Una micropolítica que fisura la narrativa hegemónica y genera condiciones de posibilidad a la construcción de veto social al extractivismo que abonan al veto social colectivo a los extractivismos que, tal como señala Svampa (2020), se viene construyendo desde hace ya casi dos décadas.
A través de cartografías de memorialización se pone en juego un proceso singular de subjetivación posible en el territorio. Esto permite desbloquear las trampas del discurso desarrollista y economicista que se vuelve hermético, y des-privatizar el sufrimiento social que genera este tipo de ordenamientos. Porque, como señala Griffon Briceño (2016), bajo ningún aspecto las discusiones sobre la crisis climática deben estar limitadas a la comunidad científica. Entre otras cosas, dado que en gran medida la causa del cruce del límite socio-eco-ambiental se encuentra precisamente en un uso reificado de la racionalidad propia de la ciencia, importa recuperar los agenciamientos colectivos de la vida digna en los territorios. A partir de ello, no podemos pensar un desdoblamiento epistemológico del debate, donde primero es científico y luego comunitario. Apostamos a retomar un diálogo desde los puntos de vista situados, que la propia lógica de la modernidad ha disociado. De esta manera, podremos abordar el gran tema de fondo: la crisis del sistema civilizatorio occidental y sus impactos en todo el planeta (Svampa, 2020; Griffon Briceño, 2016).
Por todo lo anterior, reafirmamos la necesidad de problematizar los dispositivos de expropiación eco-biopolítica (Gudynas, 2009) de la producción energética fósil, su peligrosa consolidación como política pública en latinoamérica, y la inverosímil coexistencia de sus ordenamientos con la producción de la vida digna de ser vivida en tramas comunitarias.
Agradecimientos
Este artículo forma parte de los avances de trabajo en el marco del proyecto de investigación Fadecs-UNCo: ‘Cartografías de la construcción de ‘lo común’: experiencias micropolíticas en territorios arrasados’ y del proyecto que le precede D111 Fadecs-UNCo: Resistencias de las mujeres a la ofensiva neoextractivista en territorios 'arrasados'. Análisis desde la colonialidad de género en Allen, Río Negro.
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Notas