Dossier

¿Cuál es el rol de la cultura ambiental de Latinoamérica frente a La Gran Aceleración?

What is the role of Latin American environmental culture in the face of The Great Acceleration?

Guillermo Castro Herrera
Fundación Ciudad del Saber, Panamá, Argentina

Estudios Rurales. Publicación del Centro de Estudios de la Argentina Rural

Universidad Nacional de Quilmes, Argentina

ISSN: 2250-4001

Periodicidad: Semestral

vol. 11, núm. Esp.23, 2021

estudiosrurales@unq.edu.ar

Recepción: 14 Septiembre 2021

Aprobación: 30 Septiembre 2021





“Es el tormento humano que para ver bien se necesita ser sabio, y olvidar que se lo es. La posesión de la verdad no es más que la lucha entre las revelaciones impuestas de los hombres. Unos sucumben y son meras voces de otro espíritu. Otros triunfan, y añaden nueva voz a la de la naturaleza.” José Martí[1]

No siempre es bien comprendido – y se sobrevalora, o se subvalora - el papel que desempeña en la crisis ambiental la cultura de la naturaleza, esto es, las formas en que los conflictos y las afinidades que definen la identidad de nuestras sociedades se expresan en la valoración que hacemos de nuestro entorno natural, en los modos de conocerlo, y en la comprensión del papel que desempeña en nuestra historia y nuestras vidas. Esa comprensión se facilita cuando el tema es abordado desde el estudio de las interacciones entre los sistemas sociales y los sistemas naturales a lo largo del tiempo, mediante procesos de trabajo socialmente organizados, y de las consecuencias que esa interacción tiene para ambos.

De ese estudio trata justamente la historia ambiental, que aborda esas interacciones a partir de tres niveles de análisis interdependientes entre sí. El primero se refiere a los procesos de formación y las transformaciones del medio biogeofísico; el segundo, a la tecnología productiva y sus condiciones sociales de uso para la reorganización de ese medio, y el tercero, al papel de la cultura y las instituciones en la definición de nuestras formas de relación con la naturaleza.

Este abordaje, en apariencia sencillo si su objeto de análisis es una comunidad campesina, plantea singulares problemas cuando se trata es de una región de 22 millones de kilómetros cuadrados, poblados por unos 600 millones de habitantes, de los cuales cerca del 80% reside en áreas urbanas -que incluyen mega ciudades como México, Sao Paulo, Buenos Aires y Rio de Janeiro. Ese espacio alberga, además, una vasta y compleja diversidad de ecosistemas, que van desde desiertos extremadamente secos hasta bosques tropicales muy húmedos, y desde vastos humedales marino – costeros hasta altiplanos de cuatro mil metros de altura. Y en ese espacio se encuentran además enormes reservas de recursos hídricos, minerales, energéticos, forestales, de biodiversidad y de tierra cultivable, que hacen de nuestra América una frontera de recursos naturales y servicios ambientales de primer orden en la crisis global.

En este marco coinciden desde fines del siglo XX una circunstancia perversa y otra virtuosa, en íntima relación. La primera corresponde a un proceso sostenido de crecimiento económico con degradación ambiental y una persistente inequidad social; la segunda, al vigoroso desarrollo de un pensamiento ambiental nuevo, vinculado a tres fuentes principales: la tradición de reflexión sobre nuestros problemas económicos y sociales, en curso desde fines del siglo XVIII; la presencia de una intelectualidad estrechamente vinculada a la trama cada vez más densa del ambientalismo global, y los nuevos movimientos sociales del campo y las ciudades, que despliegan una lucha tenaz en la defensa de sus derechos de acceso a recursos naturales y a un ambiente sano y digno, que les permita vivir bien.

Aquí es bueno hacer una precisión. La historia ecológica de la América que conocemos hoy se remonta a la formación del istmo de Panamá hace unos seis millones de años. Ese hecho geológico vinculó físicamente a las grandes masas que hoy conocemos como Norte y Suramérica, separadas de Pangea 200 millones de años antes. Dentro de ese lapso y esos espacios mayores, nuestra historia ambiental opera a partir de la presencia humana en el espacio americano, a lo largo de tres tiempos distintos, que se subsumen el uno en el otro hasta conformar el proceso mayor que nos ocupa.

El primero de esos tiempos corresponde a la larga duración de la presencia humana en el espacio americano, que se remonta a entre 30 y 15000 años. En ese marco, antes de la Conquista europea del siglo XVI, nuestra especie conoció un proceso de desarrollo aislado del resto de sus semejantes en Eurasia y África, que dio lugar a una amplia diversidad de experiencias culturales, desde las formas más elementales de organización social hasta la creación de complejos núcleos civilizatorios en Mesoamérica y el Altiplano andino.

El segundo tiempo, de mediana duración, corresponde al período de desarrollo integrado con el del resto de la especie humana, que se inicia con el control europeo del espacio latinoamericano a partir del siglo XVI. Ese control operó a partir de la creación de sociedades tributarias sustentadas en formas de organización económica no capitalistas – como la comuna indígena, el mayorazgo feudal y la gran propiedad eclesiástica -, parades integrarse entre 1750 y 1850, a partir de los conflictos generados por el interés de las Monarquías española y portuguesa en incrementar la renta colonial de sus posesiones americanas, primero, y después por el de los grupos dominantes en esas posesiones por asumir esa tarea en su propio beneficio mediante la Reforma Liberal, que creó los mercados de tierra y de trabajo necesarios para abrir paso a formas capitalistas de organización de las relaciones de las nuevas sociedades nacionales con su entorno natural.

El tercer tiempo, finalmente - de duración menor, pero intensidad mucho mayor en lo que hace a sus consecuencias ambientales-, se extiende entre 1870 – 1970, y corresponde al proceso de plena integración de la región al moderno mercado mundial. Ese proceso tuvo una expansión sostenida a lo largo de la mayor parte del siglo XX, bajo formas de organización muy diversas, desde el peonaje semi servil de las explotaciones oligárquicas hasta la creación de enclaves de capital extranjero y de mercados protegidos para empresas estatales, hasta desembocar en el agotamiento de la ilusión de una América Latina de amplios espacios poco poblados y abundantes recursos a la espera de ser explotados por quien tuviera los medios y la iniciativa para ello.

Ninguno de estos tiempos se agota en sí mismo. Por el contrario, cada uno aporta premisas y consecuencias que contribuyen a definir el desarrollo del siguiente. Así, la interacción entre el tiempo anterior a la Conquista europea y el tiempo creado por ésta a partir de su vasto impacto demográfico, social, político – cultural y ambiental, dio lugar a la formación de cuatro cuatros grandes áreas etnoculturales, de significativa importancia en la crisis actual.

Una de ellas, ubicada allí donde la encomienda estuvo, tiene un claro carácter indoamericano. A ese carácter contribuyeron tanto la feudalidad de la cultura de los conquistadores como aquellos rasgos de la organización política prehispánica en las áreas nucleares de Mesoamérica y los Andes que facilitaron la organización de nuevas sociedades tributarias. La importación de esclavos africanos para el desarrollo de economías de plantación en el espacio caribeño y el Nordeste brasileño, por su parte, dio lugar a la formación de un espacio afroamericano con rasgos socioculturales y productivos característicos. A estos se agregaron un espacio mestizo de fuerte presencia europea, en las zonas agro-ganaderas del norte de México, la cuenca baja del Plata y el centro de Chile, y un vasto conjunto de regiones interiores que sirvieron como zonas de refugio de población indígena, mestiza y afroamericana que se desligaba del control colonial y retornaba a formas de producción y consumo no mercantiles.

La cultura

La crisis que hoy enfrentan las sociedades latinoamericanas en sus relaciones con el mundo natural incluye, también, la de sus visiones acerca de ese mundo y esas relaciones. Aquí, el rasgo dominante en la cultura latinoamericana de la naturaleza ha sido, y en gran medida sigue siendo, el de la fractura entre las visiones de quienes dominan y quienes padecen las formas de organización de las relaciones entre las sociedades de la región y su entorno natural.

Esta contradicción se expresa en la coexistencia usualmente pasiva, a veces antagónica, entre una cultura dominante que ha evolucionado en torno a ideales como la lucha de la civilización contra la barbarie, primero; del progreso contra el atraso, después, y finalmente del desarrollo contra el subdesarrollo, y un conjunto de culturas subordinadas que coinciden en una visión animista del mundo natural, y se han desarrollado en lucha constante contra aquellas visiones dominantes.

Así, en las grandes obras de la narrativa culta que expresan el proceso de formación de las modernas identidades nacionales –desdeLa Vorágine y Doña Bárbara, hasta Cien Años de Soledad y La Casa Verde -, la naturaleza figura como un elemento amenazante, que finalmente escapa a todo control racional. Por contraste, la cultura popular tiende a encarar las relaciones con la naturaleza desde un tono de celebración, de gran delicadeza en la música de autores como el dominicano Juan Luis Guerra, o de comunión con ella en escritores como el peruano José María Arguedas.

La gran excepción en este panorama escindido se encuentra en la obra de José Martí, en cuyas expresiones más acabadas –sobre todo en el ensayo Nuestra América, de 1891, que es como el acta de nacimiento de nuestra contemporaneidad– la naturaleza adquiere un claro carácter de categoría cultural y política, a ser construida desde la realidad que expresa. Esto da a la obra de Martí una universalidad que, en este campo, está estrechamente asociada a su diálogo con la cultura norteamericana de la naturaleza, expresada en autores como Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman, durante su exilio en Nueva York entre 1881 y 1895[2].

La moderna intelectualidadlatinoamericana viene a conformarse con la expansión industrial y el desarrollo urbano característicos de la segunda mitad del siglo XX.Para la década de 1980, su visión del mundo no reconocía ya el mero crecimiento económico como evidencia de los frutos del progreso y del avance hacia la civilización a través del desarrollo, y expresabauna creciente inquietud por el carácter a todas luces insostenible de ese desarrollo basado en la ampliación constante de la exportación de materias primas para otras economías.

Este proceso de maduración cultural ha experimentado un creciente impulso en el siglo XXI. Desde arriba, la región ha conocido un notorio crecimiento de la institucionalidad ambiental, que ha trasladado al interior de los Estados –sin resolverlo– el conflicto entre crecimiento económico extractivista y sostenibilidad del desarrollo humano. Desde abajo, la resistencia indígena y campesina a la expropiación de su patrimonio natural y la lucha por sus derechos políticos se combina con la de los sectores urbanos medios y pobres por sus derechos ambientales básicos.

En ese marco, ha ido tomando cuerpo en América Latina una corriente de actividad intelectual que, desde las Humanidades como desde las ciencias y las artes, expresa lo que Enrique Leff ha llamado el “nuevo pensamiento ambiental” de la región. Formada en lo mejor de la tradición académica Occidental, y en estrecho contacto con los nuevos movimientos sociales de la región, esa intelectualidad ha conseguido articular el ambientalismo latinoamericano con el ambientalismo global, y con los procesos de transformación política, social, cultural, ambiental y económico que están en curso en toda la región.

Esta intelectualidad participa hoy en el desarrollo de campos nuevos del conocimiento –como la historia ambiental, la ecología política y la economía ecológica-, y su producción en todos ellos constituye, ya, parte integrante de la cultura ambiental que surge de la crisis global. Un rasgo característico de ese desarrollo consiste en su capacidad integradora. Así, nuestra interlocución en estos campos con colegas y amigos de otras regiones del mundo opera a partir de un legado proveniente de los primeros disidentes del liberalismo clásico, como es el caso de Martí; de quienes desplegaron los primeros esfuerzos por comprender a nuestras sociedades desde la historia de sus pueblos, como José Carlos Mariátegui, y de quienes han promovido la comprensión de lo ambiental desde la religiosidad que articula el conocer y el pensar de amplios sectores populares, como Jorge Bergoglio en su calidad de papa Francisco.

Todo esto contribuye a que el ambientalismo latinoamericano, en su cultura como en su historia, haya estado y esté en capacidad de ser universal en la medida en que es auténtico en su capacidad de vincular sus propios problemas y esperanzas con el resto de las sociedades y las culturas con las que comparte la tarea de encarar la crisis ambiental que nos amenaza a todos. De aquí, por ejemplo, nuestra capacidad para distinguir entre una historia ambiental latinoamericana y la historia ambiental de nuestra región.

La latinoamericana nace de nuestras experiencias y nuestra cultura, y nos proporciona una perspectiva característica en el abordaje de nuestros problemas. La otra surge del diálogo con otras perspectivas que se interesan en las relaciones de nuestras sociedades con su entorno natural, como nos interesamos nosotros de esas relaciones en el caso de otras sociedades. Y esto tiene una especial importancia en lo que hace a nuestra participación en el proceso más amplio –entrevisto por autores como el norteamericano James O’Connor[3]– que llevará eventualmente a hacer de la historia ambiental la historia general de la Humanidad.

Cambiar con el mundo, para ayudarlo a cambiar

La crisis ambiental hace parte de una circunstancia inédita en el desarrollo del moderno sistema mundial, que expresa un cambio de época antes que una época de cambios. En nuestra América, esto da lugar a un período de transición en el que emergen nuevamente viejos conflictos no resueltos, ahora en el marco de situaciones enteramente nuevas, y toma forma una cultura de la naturaleza que combina reivindicaciones democráticas de orden general con valores y visiones provenientes de las culturas indígenas, afroamericanas y mestizas, y de una intelectualidad de capas medias cada vez más estrechamente vinculada al ambientalismo global.

Esa cultura va siendo construida tanto desde el diálogo y la confrontación entre sus propios protagonistas individuales y sociales, como en su contraposición a políticas estatales a menudo estrechamente asociadas a los intereses de organismos financieros internacionales, y a complejos procesos de búsqueda de acuerdos sobre temas ambientales en el sistema interestatal. En este proceso de transición, todo el pasado actúa en todos los momentos del presente, de modo que la legitimidad técnica que alegan las políticas estatales se enfrenta a la legitimidad histórica y cultural de los movimientos que las confrontan, dando lugar a un proceso de creación de opciones de desarrollo de gran vigor y diversidad.

En esta perspectiva, la dimensión cultural de la crisis no es un mero añadido a sus dimensiones ecológica, económica, tecnológica, social y política, sino la expresión más acabada de las interacciones entre todas ellas. De esas interacciones aflora ya en nuestra cultura de la naturaleza una conclusión que puede ser tan estimulante para unos como inquietante para otros, pero que es ineludible para todos: que siendo el ambiente el resultado de las interacciones entre la sociedad y su entorno natural a lo largo del tiempo, si se desea un ambiente distinto es necesario crear sociedades diferentes.

Identificar esa diferencia, y los modos de ejercerla, es el desafío fundamental que nos plantea la crisis ambiental, en América Latina como en cada una de las sociedades del planeta en que todos enfrentamos el desafío de pasar de una cultura construida para el crecimiento sostenido a otra que fomente la sostenibilidad del desarrollo de nuestra especie en sistema Tierra. Bien lo dijo Martí en su momento:

Ser bueno es el único modo de ser dichoso.

Ser culto es el único modo de ser libre.

Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno.

Y el único camino abierto a la prosperidad constante y fácil es el de conocer, cultivar y aprovechar los elementos inagotables e infatigables de la naturaleza. La naturaleza no tiene celos, como los hombres. No tiene odios, ni miedo como los hombres. No cierra el paso a nadie, porque no teme de nadie. Los hombres siempre necesitarán de los productos de la naturaleza. Y como en cada región sólo se dan determinados productos, siempre se mantendrá su cambio activo, que asegura a todos los pueblos la comodidad y la riqueza

Desde allí, las transformaciones, conflictos, rupturas y opciones de salida que emergen en el ordenamiento socioambiental latinoamericano en la gran transición del siglo XXI definen también los términos de la participación de nuestra América en la crisis ambiental global, ante problemas que deben ser resueltos desde la región, en diálogo y concertación con el resto de las sociedades del Planeta.

Notas

1] “Emerson”. La Opinión Nacional, Caracas, 19 de mayo de 1882. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XIII: 23.
[2] Al respecto, Antonio Gramsci observa que en “la base del desarrollo” de nuestra América “encontramos la civilización española y portuguesa de los siglos XVI y XVII caracterizada por la Contrarreforma y el militarismo. Las cristalizaciones más resistentes todavía hoy en esta parte de América son el clero y el ejército incluso en la actualidad, dos categorías intelectuales que en parte continúan la tradición de las madres patrias europeas.”(1999:194): Cuadernos de la Cárcel. Edición crítica del Instituto Gramsci. A cargo de Valentino Garratana. Ediciones ERA / Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México. II, 4 / Apuntes de filosofía I; Miscelánea / El canto décimo del Infierno /, 1930 – 32.
[3] O’Connor, James: “¿Qué es historia ambiental? ¿Por qué historia ambiental?” Causas Naturales. Ensayos de marxismo ecológico. Siglo XXI, México, 2001
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